La alfarería de esta sociedad de agricultores y pescadores de la costa central de Perú, siempre ha sido considerada de escaso rigor técnico y hasta ingenua en los temas que decoran sus vasijas, especialmente si se la compara con la cerámica de las culturas vecinas.
Dos son los rasgos que destacan en ella: por un lado, la sencillez aparente de su arte en oposición a la complejidad que alcanzó la cosmopolita artesanía textil de este mismo pueblo; por el otro, la independencia para desarrollar un estilo cerámico propio, prácticamente impermeable a las influencias que ejercieron en él culturas más complejas como Chimú y el Imperio Inka. Mucha de esta alfarería no presenta evidencias de uso y, al parecer, fue producida en grandes cantidades sólo para ser destinadas a ofrendas funerarias, junto a otros objetos textiles y de madera.
Su particular sello marcó más que cualquier otra artesanía la identidad del pueblo Chancay. La mayoría de las vasijas son de formas simples, con unos pocos motivos pintados en uno o dos colores contrastantes, imitando diseños textiles o creando efectos de volumen. Entre las formas escultóricas más notables están los “cuchimilcos”, gráciles figuras humanas desnudas, sólo adornadas con pintura corporal que probablemente representaron algún ideal estético de esta sociedad.