A fines del siglo XVI, Costa Rica era la frontera entre dos extensas tradiciones culturales. Hacia el noroeste, en la Gran Nicoya, primaban influencias de Mesoamérica, en el centro y en el este, en cambio, prevalecían relaciones con Sudamérica.
La caída de Teotihuacán y de la civilización Maya, produjo la ruptura de las rutas de intercambio que unieron a Costa Rica con Mesoamérica durante los primeros mil años de nuestra era. Coincidiendo con estos eventos o tal vez, a causa de ellos, los pueblos de la Vertiente Atlántica inician contactos culturales con Sudamérica, lo que se refleja especialmente en el arte ceremonial relacionado con el chamanismo y los ritos de sacrificio humano. La litoescultura fue una de las artesanías más destacadas de los pueblos de la región del Atlántico. Se esculpieron elaboradas piedras de moler decoradas con personajes deificados y animales míticos, muchas de las cuales fueron utilizadas para preparar sustancias alucinógenas.
También destacan las estatuillas de hombres sentados en actitud de trance chamánico y otros personajes con armas y cabezas humanas cortadas, posiblemente vinculados al sacrificio ritual. Estos objetos, junto a mesas y asientos finamente tallados, sirvieron además de símbolos de prestigio social en las tumbas de los difuntos más connotados.