Hace cincuenta años Marcos Kurtycz (Polonia, 1934-México, 1996) arribó a Ciudad de México, donde trocó la profesión de ingeniero por una práctica artística sustentada en el conceptualismo, a partir de la cual se transformó en uno de los precursores fundamentales del arte acción y de la incorporación del cuerpo como herramienta artística, con el carácter de emplazamiento significante. En el medio mexicano de ese momento resultaba poco común asumirse dentro de esas posturas, lo cual llevó a Kurtycz a desarrollar no sólo un camino propio dentro del arte como idea sino a imprimirle un sentido activo que afectará la totalidad de sus búsquedas experimentales.
El primer contacto del artista con México quedó resguardado en sus cuadernos de notas y proyectos: una visión cáustica de la barbarie del 2 de octubre de 1968 y el retrato descarnado del exotismo turístico frente a la celebración popular del día de muertos. En esos mismos cuadernos, Marcos Kurtycz pronto mostró su afinidad con el arte acción que, de manera precursora, extendió a buena parte de las tendencias y movimientos artísticos de la segunda mitad del siglo xx, una estética de la desmaterialización del objeto, no sólo por la prevalencia dada a la idea por encima del producto final, al proceso más que al resultado, sino por el carácter efímero de la acción y la amplia presencia de materiales deleznables, inestables, fuera del repertorio acostumbrado en la producción artística tradicional e inclusive en la vanguardista.
Este diálogo abarcador habrá de transformarlo en una figura de excepción, de las más complejas y versátiles en la escena mexicana, paralela al movimiento de los grupos de los años setenta y oblicua a la postvanguardia de los ochenta, encubierta bajo el calificativo de neomexicanista. Para entonces, Kurtycz había desarrollado una estrategia de guerra contra la institucionalización y mercantilización del arte, a partir del “bombardeo” como modalidad del arte postal, así como una intensa actividad de rituales de edición con su secuela de libros de artista. Si bien Kurtycz ya se había transformado en una figura central de la performática mexicana con gran visibilidad internacional; en la década de los noventa, cuando una nueva generación de artistas afiliados a los neoconceptualismos comienza a cobrar auge, el artista enfrenta la enfermedad y reformula su pertinaz actividad como accionista con un nuevo ciclo de guerra librado por su alter ego serpiente, ese ser capaz de mudar de piel y tomar la vida por asalto.