El pasado 6 de diciembre todos los españoles pudimos celebrar que nuestra sacrosanta Constitución cumplía nada menos que cuarenta años . Este documento, que en su día supuso la unión del pueblo español, era celebrada con todos los honores por una sociedad en un momento en el que se encuentra cada día más dividida. Los medios entrevistaban a los padres de la Constitución, se realizaban todo tipo de actos conmemorativos y sesudos artículos se vanaglorian del gran paso democrático que dio la nación ese histórico día. Muchas palmadas en la espalda y muchas loas hacia un texto que a día de hoy parece más muerto que vivo.
El texto sagrado
Resulta curioso cómo la CE, al igual que otras muchas cartas magnas, esté considerada casi como un texto sagrado de carácter intocable, excepto si se quiere cambiar el artículo 135 en lo relativo a la deuda pública. Es como si las siete personas que se encargaron de su redacción fuesen emisarios de la palabra del dios democrático en la Tierra; gente poseedora de una mente preclara conocedora del porvenir del país y de cómo una democracia debe desarrollarse en el transcurso del tiempo. Casi parece pasarse por alto el hecho de que tanto ese texto sagrado como sus redactores estuvieron condicionados en todo momento por la realidad de entonces.
El momento en el que se redactó ese texto no fue en absoluto baladí. Las siete personas que se sentaron a redactar la Constitución tenían la misión y la responsabilidad de conseguir que el pueblo español, unido, acogiese la democracia dejando atrás la dictadura. Este no fue un paso nada sencillo tras cuarenta años de régimen franquista y muchas fueron las concesiones dadas para que todos los españoles aceptásemos ese cambio demócrata. Finalmente lo consiguieron y España entró en la era democrática.
Sin embargo, tal logro dio la falsa sensación de que ese texto que sirvió para unir al pueblo español hace cuarenta años seguiría sirviendo para unir al pueblo español por los siglos de los siglos. En lugar de tomar el texto como punto de partida se consideró como un punto final. En ese momento se le negó la posibilidad de evolucionar a la democracia española. Desde ese día en adelante seríamos esclavos de una Constitución invariable.
La palabra de Dios
Un hecho que resulta llamativo es cómo a pesar de estar comúnmente aceptada la condición del ser humano como un ser imperfecto y por lo tanto, falible, al mismo tiempo es considerada la palabra de los padres de la Constitución como perfecta e infalible. Lo que también llama bastante la atención es cómo ciertos aspectos de nuestra Constitución son intocables, como es la inviolabilidad del Rey (Art. 56), mientras que otros son más laxos en su aplicación como es el derecho a una vivienda digna (Art. 47).
Esa condición sagrada que le hemos dado a su palabra no hace sino negar la naturaleza cambiante de la sociedad. Cierto es que no se puede negar la importancia, relevancia y utilidad de todos los razonamientos y filosofías del pasado, como también es cierto que sería de necios pensar que una persona que vivió en una época pasada tiene todas las respuestas para los problemas de la sociedad del presente.
Semana Santa
Cada 6 de diciembre se celebra nuestra Semana Santa democrática. Sacamos a pasear al muerto –o mártir, según se mire- por las calles; proclamamos a los cuatro vientos sus bondades y golpeamos muy fuerte en el pecho cuando decimos que regimos nuestras vidas en función de sus mandamientos. Mas cuando pasa la semana y la resaca democrática, volvemos todos a nuestras posiciones enfrentadas e incluso algunos, muy demócratas ellos, todavía con el brazo en alto; debe ser que no se les pasó la borrachera de la dictadura.