Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) artista ampliamente reconocido, ha desarrollado una actividad plural en el mundo de la fotografía como creador, crítico, comisario de exposiciones e historiador. Profesor visitante en universidades de España, Francia, Gran Bretaña y EE UU, colabora con regularidad en publicaciones especializadas.
Recibió su primera cámara fotográfica como regalo navideño aunque no se dedicó seriamente a la fotografía hasta su ingreso en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1972 para estudiar Ciencias de la Información. Compagina en este periodo su asistencia a las clases universitarias trabajando como periodista y sobretodo en el campo de la publicidad, en una empresa familiar. Autor de una docena de libros de historia y ensayo sobre la fotografía, como El beso de Judas (1997), Ciencia y Fricción (1998), La cámara de Pandora (2010), La furia de las imágenes (2016). Ha recibido a lo largo de su carrera numerosos premios: medalla David Octavius Hill en 1988, el nombramiento como Chevalier des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura francés en 1994. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Fotografía, en 2011 el Premio Nacional de Ensayo y en 2013 el prestigioso Premio Internacional Hasselblad.
Joan Fontcuberta ha escogido la fotografía como forma específica de experiencia poniendo a prueba su capacidad para atrapar la verdad y la memoria. Pero Fontcuberta se interesa también por el metabolismo que transforma el cuerpo de la imagen, y en los últimos años, acude a los archivos y colecciones a la búsqueda de imágenes en estado traumático. Es así como brota la serie Trauma: fotografías que sufren algún tipo de trastorno que perturba su función de documento y las inhabilita para seguir “habitando” el archivo.
Fontcuberta intenta salvar de las ruinas los restos de aquella substancia fotográfica a la que atribuimos el poder alquímico de retener la vida mientras amaga convocar a la muerte. Con descabellada soberbia, los humanos nos vanagloriábamos de utilizar la cámara para vencer al tiempo y aprisionar vivencias e historias. Ahora nos damos cuenta que esta quimera puede haber durado mucho, pero no dura eternamente, y al final el tiempo termina cobrándose su venganza: la fotografía, otrora baluarte de la memoria, se vuelve amnésica, la imagen se convierte en fantasma.
En ciertas creencias los fantasmas son almas que no pueden ser recuperadas para el ciclo de la reencarnación porque mantienen alguna misión sin terminar. Tal vez esas fantasmagorías fotográficas siguen errantes a causa de su labor inconclusa, que era retener aquello que ha desaparecido. Trauma representa, por tanto, un homenaje y una despedida. Pero al igual que algunas plantas tan solo producen la floración antes de morir, muchas fotografías únicamente en sus últimas instancias son capaces de ofrecernos su belleza más terrible. Y eso es lo que recoge Fontcuberta con sus obras.