La Cumbre del Clima que se extendió hasta el 14 de diciembre en Katowice (Polonia), fue la sede de reuniones y complejas negociaciones para implementar el Acuerdo de París de 2015, que insta a frenar el calentamiento global recortando de forma drástica las emisiones contaminantes. Pero tuvo en contra el negacionismo político y climático de las derechas a nivel europeo y latinoamericano.
La cumbre se realizó en el marco de un escenario político internacional muy preocupante: al ascenso a la presidencia de Estados Unidos del negacionista climático Donald Trump, se une ahora, en Brasil el triunfo de Jair Bolsonaro, quien ha asegurado que el cambio climático es una «conspiración marxista».
Sus agendas políticas xenófobas y contrarias a los derechos humanos coinciden también en ser negacionistas del cambio climático. Se trata de dos países clave e imprescindibles para que la agenda climática sea efectiva, por lo que las políticas globales para frenar el cambio climático se están viendo muy gravemente mermadas por el ascenso del negacionismo político, señala el experto Juan López de Uralde.
La política no está ayudando a defender el clima. El avance de la extrema derecha global se está cebando con las políticas de defensa ambiental. No es nueva la tarea de la derecha (con el Partido Republicano estadounidense a la cabeza) de negar los hechos sobre el cambio climático y criminalizar a los científicos que informan sobre esos hechos. Hace unos días Donald Trump respondía a un informe de la Casa Blanca sobre el impacto del cambio climático en su país con un breve «no me lo creo». Para él son noticias falsas inventadas por medios hostiles.
A los negacionistas climáticos más destacados se les paga para que adopten esa postura, ya que reciben enormes sumas de dinero de empresas de combustibles fósiles. Negar el cambio climático, sin importar la evidencia, se ha vuelto un principio republicano básico y vale la pena tratar de entender tanto la inmoralidad absoluta que implica ser un negacionista a estas alturas, señala The New York Times.
El negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más profundas que las que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer, financiado por las grandes tabacaleras. No se puede ser un republicano moderno respetable salvo que se niegue la realidad del calentamiento global, se afirme que tiene causas naturales o se insista en que no se puede hacer nada al respecto sin destruir la economía. Hay que aceptar o consentir mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebas del cambio climático son un engaño, fabricado por una vasta conspiración de científicos, añade el diario.
Se basa en la avaricia, el oportunismo y el ego, y oponerse a la acción por esas razones es un pecado. De hecho, es inmoral, en una escala que hace que el negacionismo del cáncer parezca trivial. Fumar mata a la gente y las compañías tabacaleras que trataban de confundir a la gente sobre la realidad estaban siendo malvadas. No obstante, el cambio climático no solo tiene que ver con matar gente: puede incluso matar a la civilización. He ahí la gran diferencia.
Aunque la mayoría de los científicos no duda del cambio climático, otros no creen en él o niegan que se deba a la acción humana. Según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), «es extremadamente probable –más del 95 %– que la influencia humana sea la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo pasado».
«El cambio climático causado por los humanos no es una creencia, un engaño o una conspiración. Es una realidad física». La élite científica de EEUU (350 expertos) hizo frente a las intoxicaciones de Trump, quien llegó a decir que el calentamiento global era un «verso» inventado por los chinos. El magnate presidente quiere salir de los acuerdos de París porque supone que unos «burócratas extranjeros» controlan la energía de su país
Si la teoría de la evolución continúa siendo rechazada por muchos sectores religiosos, parece que el cambio climático goce ya de un consenso unánime entre las autoridades espirituales. «Las excesivas emisiones nocivas derivadas del uso de combustibles fósiles amenazan con destruir los regalos que nos han sido donados por Dios. Regalos como un medio ambiente equilibrado, aire limpio para respirar, la alternancia regular de las estaciones y océanos en buena salud», señalaba un documento conjunto de las guías islámicas de veinte países.
La socióloga de Rice University, Elaine Ecklund, encontró que existe una asociación mucho más fuerte y clara entre la religión y el escepticismo evolutivo que entre la religión y el escepticismo del cambio climático. Casi el 70% de lols estadounidenses encuestados identificados como evangélicos dijeron que la evolución es probable o definitivamente falsa, mientras que solo 28% de estos individuos dijo que el clima no está cambiando o que los humanos no tienen ningún rol en el cambio climático.
Ese 3% de artículos negacionistas a menudo está en contradicción entre sí, los temas y autores se repiten que se presentan como pensadores libres, antidogmáticos y dispuestos a enfrentarse a la comunidad científica para discutir del calentamiento global. Sus posiciones van dirigidas a la defensa de grandes intereses económicos.
Nos estamos quedando sin planeta
Todos los estudios indican que las catástrofes climáticas se intensificarán en los próximos años de forma simultánea y afectarán en 2100 a la mitad de la población humana si no se reducen las emisiones contaminantes. Canarias es una de las regiones europeas más amenazadas. En 2100 la mitad de la población humana se verá afectada por entre tres y seis catástrofes climáticas como sequías, olas de calor, inundaciones o subida del nivel del mar, que se intensificarán al máximo y de forma simultánea si no se reducen drásticamente las emisiones gases de efecto invernadero.
Un nuevo estudio de la Universidad de Hawai en Mānoa, publicado en Nature Climate Change, revela que en 2100 Nueva York enfrentará hasta cuatro amenazas climáticas, incluido el aumento del nivel del mar y las precipitaciones extremas, al mismo tiempo que Sídney y Los Ángeles enfrentarán tres amenazas climáticas concurrentes. Ciudad de México enfrentará cuatro y la costa atlántica de Brasil cinco.
Incluso bajo fuertes escenarios de mitigación, el aumento de la exposición acumulada a la multitud de amenazas climáticas afectará a los países ricos y pobres por igual, y especialmente en las zonas costeras tropicales, según este estudio. El efecto dominó dejará al mundo sin un lugar seguro.
La negociación internacional
De todas formas, la negociación internacional debe seguir y la presión ciudadana también. Nada debiera impedir los avances en la Cumbre de Katowize porque ya no hay tiempo para más retrasos. La COP24 debió impulsar todo el potencial del Acuerdo de París con la finalización de su programa de trabajo, que posibilite poner en marcha las directrices de implementación práctica necesarias para aplicar el acuerdo histórico que pretende limitar el calentamiento global por debajo de los 2 °C este siglo.
El programa de trabajo debe facilitar un método para hacer un seguimiento de los avances y garantizar la transparencia de la acción por el clima. A principios de octubre, el informe emitido por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático desveló que el planeta ya está sufriendo las consecuencias del calentamiento global de 1 °C.
Las condiciones meteorológicas son más extremas, ha aumentado el nivel del mar y se han reducido los casquetes glaciares del Ártico, entre otros cambios. Cualquier pequeño aumento del calentamiento supone riesgos cada vez mayores. Limitar el calentamiento a 1,5 °C en lugar de en 2 °C presenta claras ventajas: la exposición de 420 millones de personas menos a olas de calor intensas, la supervivencia de algunos arrecifes de coral tropicales, la pérdida de menos especies de flora y fauna, y la protección de los hábitats de bosques y humedales, señaló el informe.
En septiembre de 2019, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, convocará una Cumbre sobre el Clima para movilizar los esfuerzos económicos y políticos al más alto nivel posible a fin de reforzar la acción por el clima y la ambición a nivel mundial. Y aunque se logren todos los compromisos asumidos por los países en el Acuerdo de París, el mundo se dirige hacia un aumento de la temperatura de más de 3 °C en este siglo.
Antes del plazo límite establecido en 2020 para que los países reafirmen su compromiso en sus planes nacionales sobre el clima, la Cumbre se enfocará hacia iniciativas prácticas que limiten las emisiones y desarrollen una mayor resiliencia frente al cambio climático. Se centrará en seis áreas: la transición de energía, la financiación de la lucha contra el cambio climático y la tarificación del carbono, la transición de la industria, las soluciones basadas en la naturaleza, la acción local y de ciudades, y la resiliencia.
Durante la inauguración del COP24 el secretario general de la ONU exhortó a gobiernos e inversores a apostar «por la economía verde, no por el gris de la economía carbonizada». Guterres recordó que hay que «movilizar cuanto antes recursos para mitigar el avance del cambio climático», e hizo énfasis en la «oportunidad económica que supone la transición a un modelo económico respetuoso con el medio ambiente». «No estamos haciendo lo suficiente para capitalizar las enormes oportunidades sociales, económicas y ambientales que supone la acción climática», afirmó Guterres.
Más reacio a este salto se mostró el presidente del país anfitrión, Andrzej Duda, quien en su línea mantuvo un discurso más ambiguo en el que abogó por la lucha contra el cambio climático aunque sin que eso suponga limitar la soberanía nacional de cada país y su disposición sobre sus propios recursos energéticos.
Es que Polonia aún depende en un 80% del carbón para producir su energía, pero pretende reducir su peso al 60% para 2030 y al 30% para 2040, tomando como referencia los niveles de 1990, gracias a una política energética basada en la energía nuclear (con la conexión a la red en 2033 de la primera de las seis plantas previstas) y fuentes renovables.
A solo dos horas en auto de Katowice está la central térmica de Belchatow, recuerda el analista Eduardo Camín, una gigantesca planta que genera electricidad a partir de la quema de carbón. La central tiene el cuestionable honor de encabezar el listado de fábricas y plantas en toda la UE que más gases de efecto invernadero expulsan y contaminan la atmósfera.
Según los datos del inventario del sistema europeo de comercio de derechos de emisiones, en 2017 generó 37,6 millones de toneladas de CO2 equivalente (la unidad de medida que se emplea para los gases de efecto invernadero). Es decir, las chimeneas de esta planta expulsaron en 2017 casi los mismos gases que Lituania y Estonia juntas.
Este año, hubo una ola de calor sin precedentes, desde el océano Ártico hasta Japón. En Estados Unidos dejó más personas muertas que los otros eventos climáticos extremos sumados. Mientras, en Japón, fallecieron 65 personas en una semana por la ola de calor, que se declaró como «desastre natural».
Los eventos climáticos extremos empeorarán si no se limita el aumento de temperatura a menos de 1,5 grados, en vez de los no más de dos grados centígrados acordados, señalan los científicos. El nivel del mar aumentará 0,1 metros menos con un aumento de temperatura global de 1,5 grados, es decir que 10 millones de personas menos se verán expuestas a riesgos derivados de inundaciones y de desplazamientos, en particular en los pequeños estados insulares.
Los científicos pronosticas que las consecuencias sobre la diversidad biológica y los ecosistemas, como la extinción de especies en los arrecifes de coral, será inferior con un aumento menor a 1,5 grados, y que las emisiones de dióxido de carbono deberán disminuir en 2030 el 45% respecto de las registradas en 2010, para llegar al “cero neto” para 2050: habrá que sacar el dióxido de carbono que quede de la atmósfera.
Pero lo cierto es que debido a la falta de compromisos políticos y climáticos, y con la cháchara de los negacionistas amparados por las grandes trasnacionales, el mundo se encamina a un aumento de temperatura de más de tres grados. Y todo ello se ancla en la necesidad de una transformación a gran escala en todos los sectores, incluido el de la energía.