El Imperio Incaico tiene su origen y centro en el Cusco, desde donde se expandió hacia gran parte del territorio sudamericano, integrando los conocimientos de las sociedades que conquistaba y desarrollando un sistema administrativo, político, militar, económico e ideológico que le permitió crecer en apenas poco más de un siglo. Los objetos artísticos Inca se definen por la ausencia de ornamentos secundarios, la abstracción y el sentido de integración.
Las pequeñas esculturas de piedra labradas, conocidas como conopas, se enterraban –y entierran, incluso hoy– como ofrenda propiciatoria y símbolo de reconocimiento y gratitud a la madre tierra. Estas conopas Inca representan alpacas, camélidos sudamericanos cuya lana se aprecia y trabaja en las tierras altas de la región andina desde épocas muy tempranas. Aún ahora se entierran conopas similares en el campo andino, la continuidad simbólica y estética de la ofrenda.
Los keros eran los vasos donde se brindaba con chicha. Su forma particular los distingue de cualquier otro recipiente y su uso se remonta a épocas muy tempranas. Estos keros incas de madera poseen diseños tallados de chevrones y rombos, además de aplicaciones escultóricas de un felino y una lagartija, animales con fuertes simbolismos de conexión entre los mundos. Los incas fueron maestros en el arte de la estilización en bulto, de gran plasticidad escultórica.
Grandes cantidades de chicha, el líquido sagrado y ceremonial del mundo andino que se compartía en toda festividad o ceremonia, requerían de grandes recipientes. Estos son los conocidos como aríbalos o urpus en quechua. Su función era contener y transportar la chicha, que al ser una bebida alcohólica acercaba a sus consumidores a estados de mayor conexión con el mundo no sensible. El tamaño y volumen de estas piezas remiten a una estética de la grandiosidad y el orden en la cosmovisión andina.