Hace aproximadamente 1000 años surgió en la sierra sur del Perú el gran Estado Huari, que se expandió tanto por ocupaciones militares como por alianzas y dominio ideológico. Este desarrollo le permitió una creación estético/simbólica en la que conviven lo homogéneo con lo singular. Testimonios del Estado Huari se encuentran tanto en la sierra norte de Cajamarca y en la lejana sierra baja de Moquegua, como en la Amazonía alta y en las costas de Áncash.
A través del uso y entrega de algunos objetos, las colectividades difunden y afianzan sus ideologías religiosas. En el caso de la sociedad Huari, el brindis y, por tanto, los vasos y su intercambio fueron usados y entregados en regiones donde tuvo control estatal efectivo o donde establecieron alianzas políticas con las etnias locales. Estos vasos de cerámica fina y brillante exhiben rostros de señores Huari, uno de ellos ataviado con tocados y orejeras, mientras otro muestra cabezas de divinidades radiantes con tocados. El diseño de estas piezas remite al criterio vanguardista y cubista.
Las líneas entrecruzadas y los diseños cruciformes, aluden a aquellos elementos astrales que permiten ubicar un centro, un “cruce de caminos” en el cielo que las comunidades registraban como referentes en ese mapa celeste. En estos objetos se representan diseños radiales que podrían hacer referencia al sol y los rayos solares, potencia vital del mundo de arriba. El trazo blanco en la superficie decorada aporta movimiento a los diseños geométricos.
El personaje de pie que sostiene bastones, ubicado en un centro, como un axis mundi o un organizador es central en la iconografía andina y parece expresar el poder de la divinidad para unir, conectar y organizar las interacciones entre los mundos. Aparece en el arte norteño en Chavín, en el arte sureño en Tiahuanaco, y en otros estilos. La continuidad de los rayos que se vuelven serpientes marca una estética típica del altiplano andino.