El oro es un metal dúctil, incorruptible y maleable que viene de la divinidad y es devuelto a ella como ofrenda que los artífices más selectos transforman hasta el grado máximo de belleza ceremonial. Si por un lado el dominio de la estética llegó a su máxima expresión en el trabajo de los objetos rituales de oro, por otro, el atavío de las élites, compuesto por joyas y accesorios en metales preciosos, buscó reforzar el concepto de conexión entre los distintos mundos.
La dualidad complementaria era el principio organizador social, político y administrativo del Imperio Inca: el mundo de arriba y el de abajo, el hombre y la mujer, el oro y la plata, el día y la noche. Las fuerzas que animan al mundo son opuestas y a la vez complementarias, energías que rigen el devenir del universo y que al ser duales establecen una estética de la armonía y el equilibrio en la creación de los objetos artísticos.
La alta especialización en el desarrollo tecnológico de los orfebres prehispánicos se evidenció en un marcado sentido de las proporciones y del equilibrio. Diseños que aluden a elementos naturales estilizados o expresiones sintetizadas de su entorno fueron parte integrante de su producción metalúrgica. Estas orejeras de oro presentan un simple pero a la vez elegante diseño de círculos concéntricos, con posibles connotaciones asociadas a la expansión desde un centro. Diversos artistas del Occidente moderno resaltan el nivel de abstracción presente en el arte de los pueblos antiguos.
En las sociedades prehispánicas, quienes usaban las imponentes indumentarias de oro, tanto en ceremonias como en elaborados ajuares funerarios, se apropiaban simbólicamente de los poderes de las especies que representaban las joyas. Estas orejeras de oro presentan diseños de aves marinas, que tenían la capacidad de vincular el mundo de arriba con el mundo marino, en una secuencia de repetición cíclica perpetua, un recurso del arte universal.