El dios todopoderoso del progreso tecnológico exige un sinnúmero de sacrificios, como ya vimos hace algún tiempo
Sacrificamos en primera instancia nuestro tiempo; navegando a todas horas y en todo lugar por esa inmensa nube de información llamada Internet, e incluso permanecemos en ella mediante diversas apps que nos localizan y convocan en todo momento. Luego, sacrificamos nuestra economía, ya que pretender pertenecer a esa crema innata digital revolucionaria, que representa la innovación tecnológica, demanda una extensa purificación de diversos bienes materiales, la mayoría reemplazables en menos de 6 meses aproximadamente. Y, por último, pero no menos importante, inmolamos la propia seguridad utilizando servicios «gratuitos» que guardan absolutamente todo sobre nosotros, sin que lo sepamos, a priori.
Pero una de las cosas más importantes que sacrificamos (muy ligada al aspecto de seguridad por supuesto) es la privacidad, aunque siendo muy honestos, realmente es muy poco lo que podemos hacer para salvaguardarla en la actualidad. Todos estuvimos de acuerdo en entregarla con los ojos cerrados hace ya algún tiempo.
La privacidad en la red, y en el mundo 2.0 no existe.
Como pequeño ejercicio tómense el tiempo de leer cualquier End User License Agreement de, por ejemplo, un proveedor de servicios; básicamente si aceptas un servicio de Internet, le das libertad completa al provider sobre toda tu información para propósitos de análisis y mining. Esta aceptación ciega es el punto de partida para definir lo que privacidad verdaderamente significa en nuestros tiempos digitales, y dejar claro todo aquello que ya hemos sacrificado/ofrendado. La publicidad online es el negocio del siglo XXI y, para que esta funcione, se debe tener acceso a una ingente cantidad de datos que nosotros, los usuarios, cedemos a las empresas de forma completamente gratuita a cambio de nada; a cambio de que nos dejen subir nuestras fotos a su plataforma para compartirlas con nuestros amigos y, con mala suerte, con el resto del mundo.
Mi Twitter privado con 300 seguidores
Vulnerar la privacidad tiene, básicamente, dos finalidades principales: obtener datos y obtener dinero. Y muchas veces la segunda es consecuencia de la primera: se obtienen los datos, ya sea de forma legal o ilegal, para posteriormente comerciar con ellos. En los casos «legales», gracias a consentimientos expresos de los usuarios (como lo apuntábamos), que en algunos casos no han leído las condiciones, las compañías recaban información y los venden a terceras empresas para incrementar sus bases de datos y dibujar patrones de comportamiento de los ciudadanos.
En el mundo «ilegal» hay más opciones. En algunos casos se roban información para poder penetrar sistemas y robar dinero directamente.
En un caso muy particular, hace muy poco tiempo el padre de una chica preparatoriana fue a efectuar un reclamo bastante enérgico, directamente a los HQ en la Ciudad de México, de una conocida tienda de almacenes. El padre les recriminaba por qué razón le llenaban la pantalla de su hija con pop ups y ads con medicamentos para personas adictas a las drogas, alcohol o tabaco, junto con anuncios sobre terapias de rehabilitación y demás tratamientos.
¿Estaban diciéndole a su hija directamente que era una adicta? Como el lector podrá imaginarse a raíz de lo que ya hemos escrito, la tienda estaba ofreciendo «alternativas» a las búsquedas hechas por la chica en su computadora. Ella pretendía adquirir drogas y alcohol online y la tienda, para mejorar sus ventas, efectuó un data mining sobre ella (así como lo hace sobre los millones de patrones que dejamos en Internet) en un intento por identificar sus necesidades basadas en los esquemas de búsqueda. Este modelo de persona adicta buscando drogas y alcohol era totalmente consistente, además, con el tipo de persona que estaría tratando de solucionar sus problemas de adicción, por supuesto. Entonces, la base de datos de la tienda la correlacionó con una alta probabilidad de ser una drogadicta/alcohólica mandándole ads y pop ups para que ella pudiera «corregir» su situación.
El padre se dio cuenta que su hija era una adicta en una situación bastante bochornosa.
A pesar de lo duro del caso, este es un ejemplo donde la privacidad ha sido diluida por la tecnología. Gracias a los modelos estadísticos alimentados por el data mining, es posible hacer predicciones muy personales soberanamente precisas, y obviamente saber información secreta acerca de la persona en cuestión. Ustedes pueden proveer un sinnúmero de situaciones inimaginables, para saber los patrones que existen de manera personalizada en una población concreta. Eso es a grandes rasgos lo que se conoce como Big Data y sí, como se podrán dar cuenta, es una pesadilla para proteger la privacidad.
Aunque tácitamente no se requieren ejecutar operaciones de muestreo «tan avanzadas» o algoritmos de observación estocástica para vulnerar la privacidad, veamos ahora las redes sociales; nuestro eslabón más débil actualmente. Por lo general, el usuario medio se siente seguro al tener un candadito al lado de su perfil que indica que la cuenta es privada.
Aquí hay dos temas:
1) Si tu cuenta es privada para que «solo te vean tus amigos», ¿cómo es que existen 300 o más seguidores en ella? ¿En realidad todas esas personas son tan íntimas? ¿Podrían nombrar a todas las personas que los siguen?
2) ¿Cómo saben que esas personas que los siguen no están comprometidas o no los van a comprometer a ustedes? ¿Saben lo que hacen cuando publican algo suyo? ¿Pueden controlarlo? Basta con que una de estas personas sea un malicious insider para que ustedes sean atacados por completo, como ya lo dejábamos claro en el artículo anterior.
Por más seguro que te sientas en Facebook, por más privada que sea tu cuenta, por más que quieras, siempre habrá formas de vulnerar tu privacidad y exponerte al dominio público. Nunca sabrás quién tiene tus fotos guardadas en un pendrive, quién se ha hecho pasar por ti, quién ha visto esta foto tan maravillosa que tanto te gusta. Nunca.
Asimismo con la llegada de IoT, llegó un sinfín de dispositivos que pueden vulnerar la privacidad de cualquier usuario. Por ejemplo, el conocido robot inteligente que limpia en muchos hogares, el Roomba, almacena información mientras realiza las tareas del hogar: básicamente, crea planos de la casa de forma automática para optimizar el recorrido y ahorrar batería. Hasta ahora, los propietarios de la marca no han usado esta información, pero todo apunta que ya se están planteando vender los datos recopilados a terceras compañías que se dedican a fabricar productos conectados para el hogar, como Google Home o Amazon Echo. Estos datos facilitarían a las compañías tener información del tipo de viviendas para perfeccionar sus altavoces. Además, el robot también puede almacenar otros datos relativos a los hogares, como por ejemplo, si en éstos hay mascotas, en qué estancias suelen estar los habitantes o en qué horarios es habitual que haya gente en casa. ¿Ustedes creen que un Roomba no podría ser blanco de algún ciberdelincuente?
Creciendo en una era sin privacidad
Internet ha pasado a formar parte de la vida de muchas personas, sobre todo de los más jóvenes, hasta el punto de que mantener un perfil virtual en las principales redes sociales, es casi imprescindible para no quedar fuera de su círculo más cercano.
Información que a muchas personas les parecería privada o inapropiada, es constantemente puesta en espacios públicos como Facebook o Twitter. Personalmente gracias a Facebook, he sabido de «conocidos» que suben fotos de sus ultrasonidos, sus exámenes médicos, sus tratamientos individuales, y hasta sus dramas familiares. Esa información es entregada a nosotros sin pedirla y mientras que una persona puede postear lo que se le venga en gana, solamente puedo ver que las decisiones que han tomado al hacerlo no son las correctas. La gente jamás se imagina como cierta información puede ser utilizada en su contra, para dañarlos, aunque sea su «selecto grupo» de amigos.
Un aspecto delicado que viene a colación, involucra a los Gobiernos y a los organismos de justicia asociados. Desde que se ha vuelto popular que muchas agencias policíacas irrumpen en la Darknet para cazar posibles sitios de pornografía infantil, rompiendo servidores cifrados o interrumpiendo comunicaciones ocultas, las garantías de privacidad que poseía esta red oscura han sido ya comprometidas varias veces. Aunque estoy de acuerdo con destruir por completo esta clase de sitios aberrantes, la facilidad con la que una agencia puede irrumpir en internet es sumamente alarmante y podría dar pie a otra clase de acciones, que no podamos visualizar por completo.
The Circle es una gran empresa de internet que posee la tecnología más avanzada del mundo, y una más que dudosa ética. Es una red social, aparentemente, pero es mucho más que eso. Quien no está en El Círculo, o no participa activamente en él, es rechazado por el resto de la sociedad que sí comparte cada minuto de su vida en la red. Incluso los empleados de la propia empresa – que más que un edificio de oficinas se asemeja a una cárcel – suman puntos cuanto más participativos son en las redes internas de la compañía, y cuanta más información personal proporcionen. Ah, pero, por supuesto, todo «voluntariamente».
Y es que el lema de la compañía es precisamente que la privacidad no debe existir.
«La privacidad es mala, los secretos son mentiras».
Por eso, su objetivo es que todos los usuarios, y en un futuro toda la sociedad, deje de lado su intimidad en pos de mundo marcado por la transparencia.
Afortunadamente The Circle sigue siendo una novela de ciencia ficción (¿o no?) de Dave Eggers y nos habla sobre el poder de las nuevas tecnologías, la vigilancia, la privacidad de los usuarios en internet, el impacto que tendría la falta de intimidad y las repercusiones para las personas que no quieran formar parte de ese círculo. En definitiva, cómo una tecnología mal usada podría convertir el mundo en una pesadilla.
La conclusión a la que llego en este artículo es que la privacidad es transcendental, y debemos luchar por ella. Idealmente deberíamos elegir el nivel de privacidad, que deseamos mantener, incluso si se requiere de algún costo extra (lo cual no debiera). En este sentido, los Gobiernos, los medios de comunicación y la tecnología, deben ir de la mano para conseguirla y sobre todo para sentar una verdadera base, donde las futuras generaciones sepan considerar lo que realmente tendría que ser privado y lo que podemos compartir al mundo sin temor ser lastimados.
¿Alguien duda de la importancia de proteger nuestra intimidad?