La represión estudiantil en Managua, Caracas y recientemente en Costa Rica, es uno de los eventos más difíciles de manejar. Cuando en una manifestación se dan actos de vandalismo, los Gobiernos reprimen y aducen que se trata de delincuentes. Con estos, la imagen del Estado se refuerza porque impone la ley y el orden. Pero cuando se trata de los estudiantes, los Gobiernos reaccionan de manera exagerada, perdiendo cualquier legitimidad. La preocupación es universal. Cuando no sabemos lo que los otros desean, el Estado moderno siempre reacciona mal. Desde el famoso Mayo francés, Tlatelolco y plaza de Tiananmén hasta la Managua o Caracas de hoy día, cuando los universitarios se reúnen y participan en manifestaciones, tenemos una represión histérica. ¿Qué peligro pueden representar jóvenes sin dinero, sin pensiones millonarias, sin anualidades, sin puestos en el Gobierno, sin liderazgo político?
En el Mayo francés, por ejemplo, uno de los factores que llevó a los estudiantes a las calles de París fue la expulsión de parejas que se les encontró violando las reglas de separación por género en los dormitorios. Se les encontró durmiendo juntos y se les aplicó la pena. Esta fue la chispa que desató la bomba: el castigo de un deseo escondido. La reacción no había sido prevista por el Gobierno francés, y puso contra las cuerdas al Gobierno de Charles de Gaulle, que llegó a temer una insurrección de carácter revolucionario tras la extensión de la huelga general. Sin embargo, la mayor parte de los sectores participantes en la protesta no llegaron a plantearse la toma del poder ni la insurrección abierta contra el Estado.
Los recientes acontecimientos en Managua o en Caracas o en San José hizo que el Estado anticipara lo peor. En vez de dejarlos marchar, gritar y hasta tirar piedras, la consigna fue darles garrote o matarlos. Si no representan una amenaza, ¿qué es lo que hace que el Estado reaccione de manera tan salvaje?
El problema con los estudiantes es la duda. Freud nos ha explicado que al niño se le reprime cuando juega con sus genitales. Lacan lo lleva más allá: el castigo no es por tocarse los genitales sino por el deseo que es visto como peligroso. Se nos castiga no tanto por jugar con nuestros cuerpos, sino por desear. La esposa o esposo que encuentra películas porno teme, no porque le moleste estas, sino por desconocer qué es lo que su pareja desea. ¿Sueña lo que no me incluye? Lo que más tememos es el deseo del otro que desconocemos. Tanto en la cama como en la política, nos obsesionamos cuando no sabemos lo que esperan de nosotros.
Los estudiantes tienen un deseo por el que están dispuestos a tirarse a la calle y a recibir garrotes. Pero este no es el mismo de los políticos, de los sindicalistas o de los delincuentes que es más predecible. Los primeros, generalmente, buscan más poder y dinero. Pero los estudiantes que en teoría son un sector privilegiado, ¿qué es lo que desean?