Me recuerdo, después de tantos años, que en una clase de matemáticas, el profesor afirmó que un número cualquiera dividido por sí mismo, daría como resultado uno, y yo me pregunté si el símbolo de infinito dividido por el mismo símbolo, sería igual a uno. Reflexionando, concluí que el infinito no es en sí una expresión numérica específica y por eso no satisface la equivalencia para poder ser idéntico a otra categoría no especifica, que sólo indica la ausencia de un límite.
Después pensé en cero dividido por cero, donde la expresión implica la ausencia de cantidad, un número vacío o lo infinitamente pequeño. Pero en este caso, la afirmación, según las convenciones, es correcta, ya que cero dividido por cero es uno, y cualquier número diferente de cero dividido por cero, da como resultado un número infinito; esto me hizo pensar que el infinito en este caso es un límite. Es decir, que la división anterior tiende hacia el infinito y de esto me surgieron inmediatamente dos preguntas: si algo tiende a hacia un límite, ¿puede ser infinito? Y la otra fue: si cero es la negación de la cantidad, ¿cómo es posible que una negación de cantidad, dividida por sí misma, nos dé una unidad numérica específica, el uno?
Desgraciadamente el profesor no tuvo respuesta a estas preguntas y con los años entendí que la matemática es un juego mental, que no siempre coincide con la realidad percibida, pero que nos permite simular relaciones entre cantidades, como Pi, que es un número imaginario que indica la cantidad de veces que el diámetro de un círculo está contenido en el perímetro del mismo y este nos permite calcular su área multiplicando un radio por sí mismo multiplicado por Pi; y el área, en este caso, podría ser considerada una realidad engendrada por un círculo perfecto y un número imaginario.
Recuerdo también que de cada radio de las dos líneas que atravesaban el círculo horizontal y verticalmente, formando ángulos de 90 grados y cruzándose en el centro, construía un cuadrado para visualizar la diferencia entre la suma del área de los 4 cuadrados y el área de círculo encerrado en ellos, que sólo los tocaba en 4 puntos, preguntándome cómo un número como Pi pudiese representar la diferencia entre el radio al cuadrado por 4 y el radio al cuadrado por Pi.
Pero lo que más me sorprendía era la incapacidad omnipresente de explicar esta relación y esto me llevó a deducir que en matemáticas existe una intuición mística, conocida exclusivamente por unos pocos consagrados y que el modo en que se enseña es una de las demostraciones del desastre didáctico, ya que más que la compresión de las relaciones, lo que importa a los «educadores» es la mera manipulación automática de los números, excluyendo el juego, la fantasía y sobre todo las preguntas.