Muchos himenopterólogos que recibieron aquel número de febrero de 1988 de la carta informativa Sphecos se deben haber sorprendido cuando su editor, el respetado entomólogo Arnold S. Menke, cuyo centenario de su nacimiento hoy celebramos, presentó una nota que tituló An Enigma:
«The botanist Julian Steyermark reported ... [in] 1945 [from] the coastal cordillera of Monagas, Venezuela. … ‘I am the first botanist to have climbed … Cerro Negro and Cerro Peonía or Pajaritos. The latter had a phenomenon on its summit which may be unique in the records of Venezuelan entomology. I refer to the billions of semi-dormant hibernating wasps covering the trees on the summit … I saw large dark brown masses of color in … tree trunks, branches, and among the leaves. … on closer inspection I was amazed to find that they were masses of wasps huddled together with their brown wings folded and touching each other … There were a large number of trees of which I wished to secure specimens, but the men were afraid to fell them because every blow of the ax resulted in a rain of wasps by the thousands. ... We got stung many times».
Las agregaciones de diversos insectos han despertado la curiosidad científica de naturalistas y entomólogos por décadas. Entre muchos insectos aposemáticos [término acuñado por Edward Bagnall Poulton (1856-1943) para definir el concepto de coloración de advertencia expresado por primera vez por Alfred Russel Wallace (1823-1913)], sus agregaciones son inducidas principalmente por feromonas. Una vez se establecen en el lugar definitivo donde pasarán una temporada, su «olor» particular irá atrayendo a otros de la misma especie. Es así como las mariquitas, por ejemplo, se reúnen en grandes grupos para hibernar. Pero estos insectos tienen un sabor desagradable, obtenido gracias a los químicos presentes en los alimentos que han consumido. De manera que esa masa de insectos de colores tan llamativos en vez de estar en peligro, en realidad está enviando un mensaje muy claro a sus depredadores acerca de su tan repulsivo gusto. Si un descuidado depredador no «entiende» el mensaje, tendrá que atenerse a nefastas consecuencias.
Entre los insectos mejor conocidos por sus agregaciones invernales en los bosques de México y en la costa del Pacifico californiano está, sin duda, la llamativa y aposemática mariposa monarca.
Las mariposas monarca (Danaus plexippus, Nymphalidae) pertenecen a la subfamilia Danainae. A excepción de ellas, el resto de las especies de dicha subfamilia son exclusivamente tropicales. Muchas de esas especies, además de ser aposemáticas, también son protagonistas de otro evento comportamental muy interesante, exhiben migraciones cortas durante la estación húmeda o la seca en sus zonas de origen. Sin embargo, las agregaciones invernales de las monarca están acompañadas de una migración de muy larga distancia que se desarrolló evolutivamente en Norteamérica.
Durante la etapa final del Cenozoico, plantas del género Asclepias (Asclepiadaceae), organismos vegetales que contienen cardenólidos y son el alimento principal de las larvas de Monarca, irradiaron evolutivamente, produciendo más de una centena de especies que fueron extendiéndose y distribuyéndose desde los bosques de Canadá hasta el sur de Norteamérica; también se esparcieron entre las costas del Pacífico y el Atlántico.
Luego, una fluctuación de periodos fríos y cálidos permitió que la flora norteamericana (las especies de Asclepias entre estas) avanzara y se retractara periódicamente por años. Las mariposas monarca estuvieron «siguiendo» esa retracción-expansión de las especies de Asclepias, y fueron así moviéndose entre hábitats diversos hasta llegar a regiones del norte norteamericano. Pero estas mariposas, siendo tropicales en origen, no toleran ni sobreviven los fuertes y nevados inviernos. Es así como la selección natural ha ido «escogiendo» a aquellos individuos que emigran al sur, una vez comienza a declinar el verano. Esa gran migración fue desarrollándose gradualmente hasta convertirse en el sofisticado fenómeno que hoy conocemos y que se presenta como un viaje de ida y vuelta anual, con un periodo de agregación invernal. Es, sin duda, uno de los fenómenos mas complejos del reino animal. Las mariposas monarca que viven en el Noreste de USA migrarán hacia México para hibernar, mientras que aquellas al oeste de las Montañas Rocosas, lo harán en California.
Desafortunadamente, las mariposas monarca y su migración están teniendo problemas y el número de individuos de la especie ha venido disminuyendo considerablemente en los últimos años. Diversos grupos ambientalistas de USA, Canadá y México están tratando de ayudar al proceso, intentando, entre otras cosas, resembrar áreas con varias especies de Asclepias, revertir a áreas naturales aquellos terrenos que fueron tomados en los últimos años para dedicarlos a cultivos, crear un hábitat atractivo para monarcas en tu jardín o en tu comunidad, disminuir o eliminar el uso de ciertos plaguicidas. Otra de las maneras de ayudar es educar y crear conciencia en la ciudadanía para preservar los ambientes donde hibernan las mariposas y proteger las plantas que las van alimentando en su procesión anual.
Mi buen amigo, el biólogo y entomólogo venezolano José Enrique Piñango, usando su experiencia ganada luego de años de dirigir el Insectario del Zoológico El Pinar, en Caracas, ha mejorado sus métodos, permitiéndole criar monarcas en X-Mahana, el mariposario de Africam Safari en Puebla, México. De esta manera, ha podido apoyar al cineasta mexicano Canek Kelly para grabar al detalle la biología de la mariposa. El cineasta ha complementado el video realizado con tomas de las agregaciones de mariposas en la Reserva de la Biosfera de la Monarca, en Michoacán. La excelente cinematografía, acompañada de la muy apropiada música del artista mexicano Jerónimo García Naranjo, puede ser disfrutada en en el siguiente video:
Es una verdadera lástima, sin embargo, que luego de una imaginería y producción tan delicada, los textos sean tan simplones y elementales, contentivos de algún que otro «gazapo». A pesar de esto, el mensaje que se quiere dar, que es la necesidad de proteger el proceso de la migración de las monarcas, con seguridad les llegará a todos quienes vean la grabación.
Pero volvamos al asunto que planteaba el entomólogo estadounidense Arnold S. Menke en 1988. Julian Steyermark (1909-1988), fue uno de los más importantes botánicos estadounidenses contemporáneos, recolector de más de 130.000 plantas en 26 países, que lo hicieron obtener un récord Guinness. El descubrió y describió más especies de plantas que ningún otro botánico de nuestro tiempo. Aquel 1945, luego de explorar y recolectar muestras de plantas en un par de cumbres del Turimiquire, en Venezuela, escribiría esta interesante observación:
«… the wasps were also in the moss on the ground and among moss-covered branches. Everywhere one walked on the summit … he would encounter wasps, because they would be in dangling masses suspended between the leaves. You cannot imagine a rarer experience to befall a collector of plants. It is the most unusual one I have ever had».
Sin embargo, este fenómeno no es tan «raro» como asumió Julian, ni es algo casual en la Cordillera de la Costa venezolana. En una expedición a la Silla de Caracas, en el Ávila, el naturalista y entomólogo prusiano Johan Wilhelm Karl Moritz (1797-1866) lo reportaría mucho antes en nota escrita en 1835, traducida y publicada un siglo después por el investigador y naturalista venezolano Eduardo Röhl (1891-1959):
«En un sitio cerca del pico … sombreado por la alta vegetación, y el propio domo de la Silla … El incienso … crecía con verdaderos troncos, en cuya sombra nos desayunábamos, no sin cierto temor a los enjambres de avispas que anidaban entre sus ramas y que se iban alborotando a medida que el sol las calentaba …».
Ciertamente, yo llegué a conocer el fenómeno en mi juventud y lo observé varias veces en la Colonia Tovar y en sus alrededores. Ese hermoso pueblo fundado por colonos provenientes del estado independiente de Baden (hoy incorporado a Alemania), está localizado en la Cordillera de la Costa a poco más de 40 kms de Caracas, en una región con ambiente de bosque nublado. Alguno de mis profesores y amigos entomólogos también habían visto estas «acumulaciones» de avispas alguna vez, no solo allí sino en otros lugares de El Ávila. Siempre me sorprendió que nadie había escrito en detalle sobre ellas.
Sin duda, el fenómeno es fascinante. Hibernar es normal para numerosos organismos en las regiones templadas tanto del hemisferio norte como del sur. Una vez se acerca el invierno y baja considerablemente la temperatura, muchas especies buscarán un lugar que los proteja, disminuirán entonces su metabolismo y entrarán en un periodo de hipotermia regulada. La función principal del este proceso que permite disminuir la frecuencia respiratoria y cardíaca, es la de preservar energía durante un tiempo en que el alimento es inexistente. En la región tropical, sin embargo, lo normal es que muchas avispas sociales, una vez construido el nido continúen agrandándolo. No existe el estrés de un invierno muy gélido. No obstante, en el caso de las avispas de nuestra historia, en vez de continuar agrandando sus nidos, una vez se acerca la época seca, se dirigen en grupos a altitudes mayores donde, gracias a temperaturas frescas y hasta frías, «hibernarán» durante una buena temporada.
Este curioso evento no es exclusivo de las montañas de la Cordillera de la Costa de Venezuela y numerosos científicos lo han observado en Brasil, Costa Rica, Cuba, México, y hasta en alguna de las islas Galápagos, en Ecuador. Desafortunadamente, a pesar de lo común del asunto y el fácil acceso a algunos de los sitios donde ocurre, continuaba siendo pobremente documentado.
En 1985, finalizando mi maestría en la Universidad de Georgia, llegó a mis manos un trabajo sobre la ecología de estas avispas y el comportamiento de “hibernación” en una región de Brasil. Lo presentaba el investigador brasileiro Nivar Gobbi. Él había estudiado el fenómeno algunos años antes y había sido el tema de su tesis de doctorado.
Regresé a Venezuela, me dediqué a múltiples cosas, trabajar para poder levantar a la familia, finalizar mi doctorado. En más de una oportunidad visité la Colonia Tovar, disfrutando de nuevo, en alguno de esos viajes, de observar la maravilla de las avispas hibernantes. Comenzando el 2001 me devuelvo a Estados Unidos a trabajar en un proyecto ideado por quien había sido el tutor de mi maestría, Robert W. Matthews. Sorprendentemente, poco tiempo antes salió publicada una escueta nota sobre «altas densidades» de avispas, observadas esta vez por el amigo Jesús Manzanilla, herpetólogo y aracnólogo venezolano, y los jóvenes Leonardo De Sousa y Dinora Sánchez. Buscando otros organismos, se toparon con grandes grupos de avispas en el Cerro La Laguna, en el macizo del Turimiquire. La misma región que había explorado Steyermark tantos años antes. Aunque comentan los tres autores sobre la ocurrencia estacional del fenómeno, y cómo en las horas más cálidas del día, las avispas se «alborotan» (tal y como lo había mencionado Moritz), no presentaron mayores detalles salvo que otros investigadores habían observado estos «enjambres» de avispas en el tramo central de la Cordillera de la Costa.
Me propuse entonces hacer algo al respecto, invitando a mis buenos amigos, los biólogos y entomólogos Esteban Blanco y José Enrique Piñango (¡el mismo de las mariposas monarca al principio de esta nota!) a acompañarme en la aventura. Cuando pude regresar a Venezuela, en diciembre de 2003, les comenté mi idea de salir a buscar a las avispas y tratar de ver que podíamos aprender del fenómeno. Era la época seca y fría, momento perfecto para encontrarlas. El primero de enero nos dirigimos a la Colonia Tovar, conversamos con algunos «colonieros» quienes nos enviaron a tres sitios, dos de estos a ambos extremos del pueblo, La Lagunita al oeste; el Sector Geremba del Topo Botiquín, al este. Una tercera localidad, a mayor altura, fue más impresionante, el Topo Galindo. Los dos primeros sitios son ligeramente mas bajos que el tercero, pero en diciembre están cubiertos por neblina y el clima es templado con una temperatura media anual de casi 16º C, ambiente típico de bosque nublado. El tercer sitio está en la zona de subpáramo, la neblina es constante y la temperatura anual está alrededor de los 10ºC.
Permiso en mano, unos cuarenta ejemplares fueron colectados, al azar, en cada localidad. Diez de cada grupo serían luego diseccionadas en mi laboratorio en Athens, Georgia, semanas después. Todos los ejemplares colectados eran hembras, y la mayoría de aquellas examinadas minuciosamente tenían ovarios no desarrollados. Aunque algunas cuantas avispas tenían ovarios desarrollados, no tenían huevos; además, mostraban daño en el ápice de sus alas, indicando así que eran «viejas», pertenecientes a la temporada anterior. El resto de las avispas eran jóvenes, de esa temporada. Ninguna de las avispas diseccionadas tenía restos de alimento en sus estómagos. Era evidente que las avispas no estaban anidando, estaban en un período de dormancia.
Los colonieros a quienes consultamos nos comentaron que esos grandes números de avispas aparecían en la zona desde noviembre y se quedaban más o menos hasta abril, pero estaban disminuyendo cada año y que era práctica común de muchos pobladores aplicarles insecticidas.
Una vez comienzan a aparecer en la montaña, provenientes de las zonas bajas, las agregaciones de avispas se alojarán en árboles, arbustos, grietas de rocas o de las edificaciones que estén en el lugar. Una vez establecidas y asentadas, algunos individuos realizarán vuelos cortos para libar agua del rocío que quede sobre hojas o piedras, o en pequeños pozos, o preferentemente néctar de las pocas flores silvestres que abren durante la época. Las avispas, al regresar a sus grupos, proveerán del agua o néctar recolectado a aquellas que no salieron. Estos vuelos ocasionales serán hechos cercano al mediodía, cuando las temperaturas son algo tibias y el sol ha calentado el ambiente.
Estas y otras observaciones etológicas y ecológicas las publicamos en el 2004 en un boletín científico dedicado al estudio de himenópteros (hormigas, abejas y avispas). Sin embargo, con nuestro trabajo, apenas logramos «rasguñar la superficie» de tan interesante evento anual. Parte de nuestra conclusión final fue:
«Further and more detailed studies of this phenomenon will be needed to provide more insights into this particular behavior».
No tengo duda que si el admirado Julián Steyermark hubiera tenido más conocimientos de entomología o se le hubiera ocurrido llevar algunos ejemplares de las avispas que encontró en el Cerro Peonía a un entomólogo, hubiera sabido, al igual que Moritz, Röhl, Gobbi, Manzanilla y nosotros, que la avispa que hiberna en la Cordillera de la Costa de Venezuela es Polistes versicolor, la más extensamente distribuida especie de avispas suramericana. No se hubiera convertido la «masa» de individuos hibernantes de esa avispa en enigma para el ilustre y respetado himenopterólogo Arnold S. Menke.