En esta época de cambio vertiginoso, de avances tecnológicos, nada es más necesario, y por tanto, más actual, que detenerse a reflexionar sobre nuestra condición humana. Eso es la obra del pintor Hernán Cortes: una meditación profunda en torno a lo que somos, a lo que compartimos y a lo que nos hace únicos. Sus argumentos son los de la pintura; sus herramientas, una técnica prodigiosa y una extraordinaria sensibilidad. De estilo sobrio, carente de artificios y de todo elemento superfluo que nos distraiga de lo que en realidad importa: la persona. Lo realmente importante para Cortés es el individuo, el ser humano.
El pintor gaditado ha conseguido renovar el género del retrato, el institucional y el privado, añadiendo influencias procedentes de la pintura abstracta, el arte pop, el cómic o el plano cinematográfico. Registros claros del mundo contemporáneo, una foto, una instantánea del mundo actual, sus retratos de personajes cruciales en la historia de las últimas décadas de nuestro país constituyen un documento de incalculable valor.
Para Fundación Telefónica es un honor presentar la obra de uno de los retratistas españoles más importantes de las últimas décadas. Así, la exposición ‘Cortés. Retrato y estructura’ comisariada por la historiadora del arte, Lola Jiménez Blanco traza un recorrido por la producción del artista gaditano. Revisa la trayectoria del pintor, más que desde un punto cronológico, desde la perspectiva estructural, analizando sus intereses, aportaciones y los retos artísticos a los que se enfrenta en cada lienzo, independientemente de su temática. La muestra la conforman cerca de 130 obras, de entre ellas, dieciséis fotos de la pintora María Bisbal que registra el proceso creativo del pintor y su actividad como retratista del mundo parlamentario.
El deseo que tiene el ser humano de contemplarse, de presentarse, de conocerse o definirse mediante la interpretación de su propia imagen, ha hecho del retrato uno de los géneros más longevos de la historia del arte. Así, el retrato resulta casi siempre una buena manera de acercarse a una determinada época, a un determinado lugar, a un determinado conjunto social, a una determinada sensibilidad.
Es el caso de los retratos de Hernán Cortés, sin duda lo más conocido de su obra, donde podemos contemplar un registro paralelo de la vida española (y no sólo española) de las últimas décadas. Algunos de los personajes que pinta Cortés han ocupado destacadas posiciones en la vida cultural, política, económica o social del país, pero muchos otros, cuyos nombres o rostros son desconocidos para el gran público, resultan igualmente reveladores por su manera de presentarse ante el espectador, por los objetos que les rodean -o por la ausencia de ellos-, y también por su forma de situarse y de adecuarse al espacio del lienzo. En todos ellos, retratado y retratista, se identifican y se cruzan en los lienzos que ahora se exponen.
En la muestra se podrá contemplar, por ejemplo, el retrato de Dámaso Alonso (1984) que le dio a conocer en el ámbito nacional, junto con el tríptico Carlos Solís (1983). También los retratos de importantes personalidades de la generación del 27, como Rafael Alberti (1983) o personajes de su entorno, como Carmen Bustamante (1984-1985). Y retratos de personajes de la esfera social, política y cultural española de las últimas décadas, como los de Severo Ochoa (1992), Josefina Gómez Mendoza (1994-1995), Jesús de Polanco (1998), Felipe González (2000-2005), Gregorio Marañón (2005) y Norman Foster (2015).
La manera de entender el retrato de Hernán Cortés está ligada a su entorno, es decir, al del mundo contemporáneo en el que él vive y a cuyas manifestaciones culturales es extremadamente sensible. Pero a la vez muestran también otro anclaje: el de una visión muy personal que está marcada por la experiencia de un lugar concreto, o mejor por el impacto visual de esa experiencia: me refiero a la Bahía de Cádiz, que determina en la pintura de Cortés un fuerte sentido de estructura espacial. Algo que, además, se combina y se refuerza con un conocimiento profundo de la abstracción contemporánea que encuentra sus raíces en el arte del pasado. Sus imágenes de la Bahía de Cádiz hablan de algo vivido, de una experiencia individual, de un escenario de memoria y portador de recuerdos. Pero también apelan a lo universal en cuanto cristalización visual de un orden superior basado en la geometría.
En grandes lienzos o en pequeños apuntes sobre papel, la Bahía de Cádiz, sus escolleras o su paseo marítimo, aparece como representación visual de un lugar específico cuyas características formales -el espacio inmenso, la línea de horizonte contrarrestada por las verticales de las grúas, de las señales de tráfico, de las palmeras- condicionan y acuñan para siempre la imagen pictórica del retrato que Cortés cultiva a lo largo de varias décadas, y que está intensamente marcada por dos conceptos clave: el vacío y la geometría -casi siempre la ortogonal-.
Las verticales como elemento constructivo han sido, de hecho, otra de las preocupaciones formales de Cortés, que las ha estudiado en diversas imágenes dedicadas ya sea a las torres de Colón, ya sea a instrumentos musicales de viento colocados de pie sobre una superficie. Son, de algún modo, una continuación de su estudio de los postes, palmeras, farolas, señales de tráfico, etc., las verticales que compensan la horizontalidad dominante en la Bahía de Cádiz, vista desde la Cortadura o desde el paseo marítimo, que Cortés anota en una larga serie de acuarelas de los años ochenta que se adivina como una suerte de bajo continuo en toda su trayectoria.
La muestra ‘Cortés. Retrato y estructura‘ –que viajará a finales de octubre a la Fundación Unicaja de Cádiz– podrá visitarse en la cuarta planta de Espacio Fundación Telefónica desde el 13 de julio hasta el 10 de octubre del 2018.