Donald no llegó a la Casa Blanca por casualidad: los peores desastres, como los más felices acontecimientos, tienen una genealogía, no llegaron por azar ni cayeron con la última lluvia. Un aforismo dice esos polvos trajeron estos lodos. Para entender el día de hoy toca pues examinar los polvos añejos.
Lo que presentan como un fenómeno reciente y moderno, la globalización, comenzó en realidad con el hombre de Cromagnon. Su migración desde África no la hizo desnudo. Llevó consigo sus armas y herramientas, y su incipiente cultura. Contrariamente a lo que pensaban los que saben, lejos de exterminar al hombre de Neandertal comerció con él, en el sentido etimológico de la palabra. Cromagnon y Neandertal se aparearon, y la progenitura lleva las huellas de ese ADN.
Si pasas por la bella ciudad de Bolzano, en la región de los Dolomitas que los italianos llaman Alto Adige y los germano-parlantes Süd Tirol, puedes conocer a Ötzi, una momia prehistórica encontrada hace 26 años en un glaciar de los Alpes a 3.210 metros de altitud.
Ötzi murió de un flechazo en la espalda, y los sabuesos modernos han investigado todos los detalles para descifrar el asesinato y conocer los orígenes de la víctima. Hace ya tiempo, mi pana Klaus Kemenater (KK para los amigos) me explicó sus propias teorías:
«Ötzi no era italiano, visto que llevaba herramientas de trabajo. Tampoco era austríaco, porque un scanner probó que tenía cerebro. De modo que a mi juicio Ötzi era alemán, única especie que se pasea a más de 3 mil metros de altura en sandalias y calcetines».
Lo cierto es que entre las herramientas de Ötzi, –analizadas por el grupo de investigación arqueo-metalúrgico de la Universidad de Padua–, había un hacha de cobre procedente de Toscana. Sin autopistas y sin trenes de alta velocidad, moverse en esa época no era precisamente un paseo, pero hace 5.000 años, al fin de la prehistoria del viejo continente, productos y personas iban de un sitio a otro con una facilidad pasmosa que no esperó la fundación de la Unión Europea.
El cobre se comerciaba sin necesidad de Luksic ni de la Bolsa de Londres, y desde el norte de Italia se exportaba chert. No como materia prima sino como producto con «valor añadido», bajo la forma de dagas que hacían furor en Alemania y en Suiza, lo que prueba que Guillier no ha inventado nada.
Jean Favier describió con lujo de detalles el desarrollo del comercio en la Europa del medioevo (Oro y Especias – Nacimiento del Hombre de Negocios de la Edad Media), y otros autores –entre ellos Marco Polo– contaron sus aventuras comerciales con Asia en una época (siglo XIII) en la que Chile ni siquiera soñaba con calificar para la Copa del Mundo.
Los comerciantes de la Antigüedad ya habían inventado todos los trucos que permiten enriquecerse gracias a los esfuerzos del prójimo. Desde el kilo de 900 gramos al metro de 95 centímetros, pasando por el suministro de gatos por liebres y de catas por loros, sin olvidar las tasas de interés abusivas, las comisiones injustificadas, el tráfico de influencias, el dolo en la calidad y el abuso de la mano de obra.
Todo ello llevó progresivamente a la concentración de la riqueza en pocas manos. Que Marx y Engels me perdonen si digo que el dominio del gran capital y el liure mercao eran tan evidentes que había que ser ciego para no ver hacia donde iba la lancha.
Por el contrario, Karl y Friedrich le dieron el palo al gato al afirmar que quien tiene el poder financiero hace las leyes a su antojo, idea que había intuido Jean-Jacques Rousseau y que ponen en práctica en el campo de flores bordado el mencionado Luksic y el paquete de claveles con el que comparte la propiedad del club privado llamado Chile.
El dominio ejercido es tan extenso e intenso que cubre más que una frazada chilota: no hay negocio que se les escape, ni cliente que se les resista. El control del Estado –diseñado a su imagen y semejanza– obra de seguro universal de sus intereses y emprendimientos. Por si acaso, disponen del uso y abuso de la fuerza pública bajo sus diferentes formas, incluyendo el Comando Jungla, uno nunca sabe y dos precauciones valen más que una.
En esas condiciones, si estás del buen lado del capitalismo, habría que ser muy papanatas para no ser rico. Ahora bien, capitalismo y concentración de la riqueza son sinónimos, de modo que, instalado a la diestra del dólar padre, pronto estás a la cabeza de una ubérrima fortuna inagotable. Ahí se empiezan a complicar las cosas.
Durante años los EEUU encabezaron el negocio, flanqueados por algunas viejas meretrices europeas que bien bailan. No obstante, chinos, indios, brasileños, sudafricanos, rusos y otros despercudidos de la cafetera aprendieron el oficio. Ergo, competencia. En la materia, lo creas o no, los yanquis no son precisamente el equivalente de Usain Bolt y por consiguiente fueron de culo.
Así llegó Donald. Prometiendo poner al imperio por encima de todo y pasarse por las amígdalas del sur a todo dios, incluyendo a los aliados. Visto que hace ya muchas lunas que los marines –como Alemania– no le ganan a nadie, Donald tramó una guerra comercial. De paso, para tener las manos libres, se cagó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en los Acuerdos de París sobre el Medio Ambiente, en el Tratado Transpacífico, en el Tratado Transatlántico y en la mismísima ONU.
Esta será una guerra sin árbitros ni Convención de Ginebra, en la que no habrá ni tregua ni prisioneros. Lo único que Donald respeta es la fuerza. Si no me crees pregúntale a Kim Jong-un.
Ni corto ni perezoso, Donald cambió la ecuménica divisa de los EEUU, E pluribus unum, por la más combativa Pot-ta ná mí. El tipo que sabe leer en la Casa Blanca le sopló que la naciente Revolución Americana del siglo XVIII se había dado también otro lema –*Novus Ordo Seclorum– y su alma de fundador se sueña implantando el Nuevo Orden Mundial (NOM) en la superficie de la Tierra. Ahí estamos.
Desafortunadamente, en las guerras comerciales, como en las clásicas, el enemigo también dispara. De ahí que la prensa financiera se duela amargamente de la reacción china. Para estos observadores que nunca pretendieron ser neutrales, detrás de la caída del yuan se oculta la mano invisible de China.
Según los expertos la tasa de cambio de las divisas la fija el mercado. Poco importa que ya en los albores de la creación monetaria todos hiciesen trampa, y que los cambistas de la época debiesen premunirse contra todo tipo de trucos, trampas y pillerías. El trebuchet –instrumento de los cambistas del medioevo– es la prueba material de la estafa que consistía en diluir la ley de las monedas, o sea su contenido de plata u oro.
En el año 813, Adhalard, abad del monasterio de Corbie, príncipe carolingio primo de Carlomagno, hubo de intervenir en una transacción entre dos monasterios de Italia del norte. Clérigos los unos y los otros, adoradores del mismo dios que ordena no mentir ni robar, desconfiados sin embargo, echaron mano a un tercer actor económico dotado, por su posición, de la más alta capacidad de discretio que le permitía juzgar sanamente de los valores.
Laurent Feller, del Collège de France y autor de la nota citada asegura: «es normal que el abad corrija los datos del mercado que, fundados en la codicia, se alejan de la justicia». Era pues el papel del abad reintroducir la justicia inexistente en los intercambios económicos:
«Esta capacidad y el derecho que de ella se desprende de intervenir en los precios, están naturalmente ligados a su posición de experto en la conversión de las cosas, es decir en el paso de un sistema de valores a otro».
Ya en el siglo IX nadie se fiaba de los valores del mercado. En la actualidad hay que ser muy de las chacras, o sea economista, para creer que el mercado, en su insuperable sabiduría, es capaz de fijar el valor de cambio de las mercancías y/o de las monedas.
La prensa financiera acusa pues a China de manipular el valor del yuan, como si los EEUU de un lado, y la Unión Europea del otro, no hiciesen exactamente lo mismo con el dólar y el euro. El distinguido economista Edward C. Prescott, premio Nobel de economía 2004, le cuenta a quien quiere oírle:
«Las tasas de cambio son un gran rompecabezas que en verdad nadie entiende. Las tasas parecen variar mucho, principalmente para corregir las diferencias entre las tasas de inflación de diferentes países. Yo no tengo respuestas, no entiendo esto y creo que ningún economista lo entiende».
Debe ser porque las tasas de cambio las fija el mercado… Abundando en la materia, en el primer trimestre del 2010 se produjeron algunos hechos extremadamente concomitantes:
«... los coreanos del norte fusilaron a su ministro de Hacienda porque tuvo la peregrina iniciativa de reevaluar el won, la moneda local. Lo que prueba que aún queda algo de racionalismo en el pijotero mundo de la economía. Más o menos al mismo tiempo Naoto Kan, ministro de Finanzas japonés, recibió un reglazo en los dedos porque pidió públicamente devaluar el yen, la moneda del imperio del sol naciente. Lo que prueba que los boludos siguen dirigiendo el pijotero mundo de la economía. Peer Steinbrück, ministro alemán de Finanzas, advirtió que las políticas monetarias de los EEUU dañan seriamente la economía europea y mundial, poniendo en peligro la salida de la recesión provocada por el descalabro del sistema financiero yanqui. El presidente francés Sarkozy, ya había advertido que la tan cacareada libre competencia es un chiste cuando los EEUU devalúan de facto el dólar de no menos de 50%.»
(Luis Casado, «La puñeta económica»).
Nada de lo que precede interpela a los expertos que, jugándola erudita, señalan que el arte de la guerra en China reposa en las enseñanzas de Sun Tzu (545 - 450 ANE), general, estratega militar y filósofo chino que vivió hace 25 siglos. En su libro titulado precisamente así, El Arte de la Guerra, Sun Tzu afirma que ese arte reposa en el engaño.
China es acusada, ni más ni menos, de usar esa «técnica» en la guerra comercial del presente, contrariamente a los EEUU, habituados a no mentirle al enemigo, y a avisarle incluso de la hora y el lugar de los bombardeos.
Cuando Donald decide imponer –de la noche a la mañana– medidas proteccionistas que contravienen a todos los acuerdos internacionales en la materia (aranceles aduaneros, bloqueo de inversiones extranjeras en su territorio…), Xi Jinping es acusado de devaluar el yuan.
En China «es sabido que la tasa de cambio es estrictamente controlada por las autoridades…», dicen los expertos en la prensa financiera. Son los mismos que enseñan en las universidades que nada ni nadie puede oponerse a la dura ley de los mercados, que cuando estos pierden la confianza en una moneda ninguna autoridad es capaz de detener el desastre, ofreciendo ejemplos como el de la moneda argentina y el préstamo de US$ 50.000 millones del FMI.
Los chinos malos usan, además, el arma financiera. Pobre EEUU, que jamás han usado esa arma de destrucción masiva, por ejemplo contra Venezuela, o aun contra bancos extranjeros que osaron violar los embargos financieros que el imperio le impone a diferentes países.
Así, el BNP-Paribas, banco francés, pagó la friolera de US$ 9.000 millones dólares de multa. Entre los bancos sancionados se cuentan Crédit Agricole, HSBC, Standard Chartered, ING, Crédit Suisse, ABN Amro, Lloyds, Barclays, Commerzbank...
La movida china, en respuesta a la guerra comercial iniciada por Donald, consiste mayormente en aranceles por un valor equivalente a los impuestos por los EEUU a los productos chinos. No obstante, lo que más le duele a los EEUU y a los mercados financieros es que China reduce sus compras de bonos del Tesoro de los USA. En claro, China le presta cada vez menos plata al imperio, lo que le genera menudos problemillas de financiación al gobierno federal justo cuando más necesita liquidez, y justo cuando las tasas de interés comienzan a subir.
Cada uno se tranquiliza como puede. Los expertos se dicen que China no puede atentar contra la montaña de «activos» en la que está sentada. China dispone de unos dos billones de dólares en bonos del Tesoro, y su valor depende de que alguien los quiera comprar. Sin embargo, si China se decidiese a vender… los EEUU no sabrían a quien pedirle crédito, aparte la FED. O sea al fabricante de dólares en escala industrial. ¿Cuánto valdría el dólar en esas condiciones? Pregúntale a Edward C. Prescott.
Mientras tanto, la guerrita de Donald continúa…