El nombre del protagonista de esta historia, «Óscar», es ficticio a fin de salvaguardar su identidad.
Corría el año 1959, ya residiendo en los EE.UU., y con mi nueva promoción otorgada hace pocos meses tenía a mi cargo, como subgerente regional, los estados de Vermont, New Hampshire, Maine, Rhode Island y el noreste de Nueva York, con 180 agentes, 30 gerentes y un grupo de gerentes de distrito. Mis oficinas estaban en Boston, en la Central de la Hearthstone Ins. Company of Mass., una de las cuatro compañías que integraban el grupo denominado Combined Insurance Co. Of America.
Desde Vermont, donde funcioné como State Manager durante casi tres años, fui trasladado a la región de Massachusetts donde establecí residencia en Framingham Center, a 19 millas al oeste de la ciudad de Boston.
Un viernes por la noche recibí una llamada telefónica urgente de la Oficina de Boston. Un joven acababa de graduarse en los cursos teóricos requeridos para poder optar por la posición de Agente de Seguros, según los protocolos establecidos por nuestras Compañías. El procedimiento establecido en cada una de esas empresas obligaba también a que después de concluidos los estudios teóricos, la conditio sine qua non mandaba, al comenzar la semana siguiente, a llevar a la práctica el entrenamiento en el campo de lo aprendido en los cursos, a cargo del gerente de ventas asignado a la región correspondiente.
La urgencia surgió debido a que el gerente no estaría disponible esa semana y, como subgerente regional se me consultaba qué sugería yo para solucionar la difícil situación. Pensando en que yo mismo había comenzado con la Compañía usando el procedimiento indicado, y conocía exactamente, por experiencia propia, cómo ayudar al recién graduado estudiante, además de haber entrenado personalmente a docenas de agentes durante mi tiempo en Vermont, inmediatamente ofrecí encargarme yo mismo para cumplir como entrenador del joven, comenzando el siguiente lunes.
Efectivamente, el nuevo agente y yo nos reunimos en Manchester, N.H., en un diner, a las ocho de la mañana del lunes. Se identificó debidamente y yo también, excusándose él por tener yo, en mi alta posición, que asumir la responsabilidad de entrenarlo, lo que la Oficina de Boston ya le había aclarado.
Aproveché la oportunidad para asegurarle que en realidad era para mí un verdadero placer hacerlo, puesto que yo había comenzado exactamente como él ahora y tampoco no era la primera vez que entrenaba a algún agente recién graduado.
Cabe aclarar aquí el hecho de que me extienda un poco relatando aspectos de mis experiencias como agente de seguros, sin que deba tomarse como datos biográficos míos, sino con el propósito de preparar al lector, en cierto modo, a ubicarse en un panorama que más adelante inevitablemente le causará gran sorpresa.
Me pareció que en alguna forma Óscar se sintió algo aliviado, y brevemente le expliqué el procedimiento a seguir, el cual había sido establecido por el propio presidente de la empresa, W. Clement Stone, desde el principio de sus operaciones en el ramo de seguros. Ahondé en lo que seguramente le enseñaron en los cursos, como parte indispensable del llamado Sistema del Éxito que nunca falla. El Sistema, categórica e inalterablemente, consistía en presentarse personalmente en todos y cada uno de los comercios, oficinas, tiendas y toda clase de establecimientos, uno tras otro y sin omitir ninguno, comenzando, de ser ese el caso, en los edificios, y en el nivel superior, en donde se solicitaría una entrevista con la persona de la más alta categoría. Se le mostraba la presentación de ventas, línea por línea, memorizada en los cursos teóricos. Si la persona accedía a comprar la póliza, se le ofrecía lo mismo para su esposa y el resto de la familia. Se le entregaban las pólizas y se cobraba ahí mismo, con cheque o efectivo, y las comisiones estipuladas para el agente las retenía él mismo. Comprara o no, se le solicitaba permiso para mostrar la presentación a todos los empleados bajo su supervisión. Naturalmente, al comprar pólizas el encargado, tácitamente demostraba su aprobación sobre la cobertura adquirida y generalmente daba su permiso para que sus empleados se aprovecharan también de la adquisición de un seguro a precio sumamente bajo.
Dependiendo del tamaño del edificio y la cantidad de empleados, el nivel más alto y los restantes, a menudo los agentes podían permanecer el día entero vendiendo, o más tiempo si fuese necesario, en un solo edificio. Como las comisiones derivadas eran altas, los agentes disfrutaban enormemente de la oportunidad, pues sus ganancias resultaban fuera de lo común, sin necesidad de seguir el Sistema en la calle.
Trabajamos juntos Óscar y yo por varios días, y en el segundo, sintiéndose él con suficiente confianza en mi persona, durante el almuerzo decidió participarme de sus vivencias, en particular las más recientes y realmente dramáticas. Óscar me declaró que él era un alcohólico empedernido, debido a lo cual su primera esposa y la hija de ambos lo abandonaron. Semejante situación y otras más, definitivamente erosionaron y alteraron negativamente su vida, su personalidad y cualquier deseo o ambición que pudiera haber alimentado. Nadie lo aceptaba para hacer algún trabajo, el que fuera y llegó al convencimiento más intenso y reprobable de que ya no servía para nada ni nadie, que se había convertido en un ser despreciable, inservible, sin futuro ni presente.
En tan terribles circunstancias y lastimoso porvenir, Óscar tomó una decisión: una tarde, caminando por una de las calles de Manchester con $ 29 dólares en su bolsillo, iba en busca de un establecimiento donde pudiera comprar un arma. Había, de verdad, decidido suicidarse esa misma tarde. Quedé estupefacto y lo más interesante de su relato viene a continuación.
La tarde se oscureció repentinamente y una intensa lluvia cayó con fuertes vientos que empapaban furiosamente a Óscar mientras caminaba. Se guareció bajo un alero, momentáneamente. Al observar una puerta medio abierta, pensó que no sería mala idea entrar al recinto inmediato. Se trataba de una pequeña biblioteca donde, no lejos del vestíbulo , se hallaba una persona absorta en la lectura de un libro. Sin pensarlo mucho se acercó al lector y, viendo la intensidad con la que leía, se atrevió a preguntarle qué era lo que le atraía tan fuertemente hasta mostrar sus ademanes sin el mayor control.
Sin ninguna señal de molestia, esa persona levantó su vista y con gran entusiasmo le respondió que se trataba de un libro de autoayuda que exponía conceptos muy claros de cómo, aplicándolos efectivamente , cualquier persona podía cambiar su vida y lograr sus objetivos, siempre y cuando hiciera de los conceptos parte integral de su personalidad, mediante un deliberado esfuerzo anímico de aceptar y creer firmemente en la veracidad de aquellos conceptos y valores. En efecto, de acuerdo con Mr. Stone ,aquellos que desearan relacionar, asimilar y aplicar a sí mismos los principios estudiados, además de comprender y aplicarlos con una AMP (Actitud Mental Positiva) invariablemente lograrían lograr sus más ansiados objetivos, que podrían cambiar el rumbo de sus vidas hacia un futuro espléndido.
Óscar permaneció estático y como si aquellos mensajes hubieran sido escritos exclusivamente para él, pues su increíble decisión de suicidarse se disipaba aceleradamente con cada uno que le leían; y le solicitó al lector que continuara leyéndole más párrafos, los que escuchaba cada vez con creciente entusiasmo.
También preguntó por el nombre del autor, que resultaron ser W.Clement Stone y Napoleon Hill, este último también autor del best seller Think And Grow Rich, que ha vendido más de 26 millones de volúmenes.