Retrocedamos hasta la primavera de 2017. Ando buscando una tarjeta gráfica con la que sustituir una antiquísima ATi Radeon HD 5830 de 2010. El producto con mejor relación calidad precio que puedo encontrar es una RX 570 Pulse Mini de Sapphire por 179 €, uno de los modelos más básicos equipado con el recién lanzado chip RX 570. Supongo que si ya se puede encontrar a ese precio, pronto habrá modelos más completos -más memoria, mejor PCB, mejor refrigeración- en el mismo rango. Bien, no hay prisa. Todos sabemos que la tecnología se devalúa con rapidez y el hardware evoluciona a velocidad de vértigo, la ley de Moore.
Esperando ese momento perfecto, ha pasado más de un año y no parece ni un solo día más cerca. Esa misma tarjeta gráfica ha llegado a doblar su precio durante ese tiempo y ahora no se encuentra por menos de 300 y pico euros. No es un caso único. Los procesadores gráficos de los principales fabricantes, Nvidia y AMD, han padecido una espectacular subida de precios debido a una igualmente inédita demanda propulsada por ese El Dorado que muchos han creído encontrar en las criptomonedas. Lo que sumado a las dificultades de los fabricantes para fabricarlas al ritmo demandado han creado la tormenta perfecta que ha provocado la reconfiguración del mercado. La gama baja de producto ha subido de categoría y adquirido precios de media. La media de alta y la alta, de superlujo tecnófilo.
El mercado de las criptomonedas ha reventado el mercado de las tarjetas gráficas
Quien más, quien menos, ha oído hablar de las criptomonedas sin que la mayoría tengamos una idea demasiado exacta de su valor real, aunque sí una intuición de que es algo demasiado parecido a una burbuja que está esperando su momento para reventar. En cualquier caso, uno de los aspectos determinantes en el auge de las criptomonedas es la forma de obtenerlas.
Una opción es disponer de los recursos para comprarlas, en cualquiera de los mercados dedicados a ello y que trabajan con una amplia variedad de criptomonedas, siendo Bitcoin y Ethereum los ejemplos más populares.
Tiene el inconveniente de que requiere importantes cantidades de dinero del mundo real para comenzar y eso tiende a echar para atrás a la mayoría. Por ese motivo millones de emprendedores, espoleados por historias como «en 2011 compré 1 bitcoin por dos perras y media y ahora vale 20.000 $» y «había minado con mi GPU de entonces media docena de bitcoins pero perdí la clave y no tengo manera de recuperar el pastizal que pagaría la hipoteca de mi casa», decidieron centrar sus esfuerzos en la segunda opción.
Esta opción consiste en poner a minar sus PC con un software dedicado a resolver operaciones relacionadas con el intercambio de criptodivisas. En recompensa, el usuario obtiene una retribución en criptomonedas en proporción al trabajo realizado por su equipo.
Cuando Bitcoin inauguró el mercado de las criptomonedas en 2009, el minado se realizaba exprimiendo la CPU. Posteriormente se hizo patente que los chips gráficos eran más adecuados para el tipo de operaciones que requiere las criptomonedas y ahí comenzaron a torcerse las cosas para el común de los usuarios de hardware que no esperan que su GPU les libre de una vida de trabajo y pagar impuestos.
Muchos de aquellos emprendedores se convirtieron en mineros caseros montando rigs de, por ejemplo, una docena de tarjetas gráficas conectadas a un mismo equipo y trabajando 24/7 con una BIOS modificada para obtener el máximo hash rate, la medida que da el valor de rendimiento de una.
También están los que piensan a lo grande y directamente montan granjas de criptomonedas. Fábricas dedicadas exclusivamente a esta tarea habitualmente en países donde el consumo de energía eléctrica resulta más económico, como Canadá.
Y multinacionales que intentan sacar tajada como pueden de esta nueva fiebre del oro como Movistar, que durante una temporada tuvo en su web un script que ponía a minar a destajo la CPU del usuario que visitara su web.
Mientras toda la comunidad gamer anda soliviantada con el tema, hasta el mercado de segunda mano se ha vuelto imposible en precios y con menos garantías que nunca, la situación no tiene visos de mejorar en el corto plazo.
El futuro más inmediato
Los fabricantes, lógicamente, andan encantados. Tanto Nvidia como AMD han anunciado beneficios en el último ejercicio muy por encima de los que preveían en 2016. Esas alegrías empresariales las combinan sin rubor con una política de comunicación enfocada al cliente clásico en la línea de «queridos gamers, nos sentimos verdaderamente mal por vender tanto a precios que ni imaginábamos hace dos años, pero echadle la culpa a la Ley de la Oferta y de la Demanda». En consecuencia con el viejo hábito de exprimir la gallina de los huevos de oro, tanto AMD como Nvidia se lo están tomando con calma para renovar sus líneas de productos y disfrutan de una situación en la que, literalmente, les quitan el producto de las manos.
No habrá nueva generación de Nvidia hasta el otoño y de AMD aún se han de tener noticias tras el fiasco del chip Vega en 2017; su relación consumo/rendimiento/precio, lo que importa al usuario tradicional, era nefasta, pero su hash rate, lo nunca visto.
Para entonces iremos camino de los dos años y medio tras el lanzamiento de la última generación de productos para Nvidia, un plazo inusualmente alto pero justificado por razones más que evidentes y que han provocado un desplazamiento de la segmentación por precios que difícilmente tendrá vuelta atrás.
Cuando Nvidia y AMD presenten sus nuevas gamas de productos y precios podremos certificar el final del mercado de las tarjetas gráficas enfocadas a los jugadores, tal y como lo hemos conocido desde hace dos décadas.