Es verdad que no existe un solo culpable de la tragedia que vive el país. Todos somos responsables de nuestro tiempo por acción u omisión. Pero hay unos (por sus recursos, posición y capacidad de imponer su voluntad a las masas) en los cuales recae un mayor peso en los procesos sociales. Y si a esto sumamos la existencia de un régimen dictatorial con pretensiones totalitarias (o si desean suavizarlo: un régimen sin autonomía de poderes, hiperpresidencialista y con el dominio del mayor recurso económico de la nación), es evidente que el Presidente de la República posee gran parte de la culpa en lo que se refiere a los errores o aciertos de su gobierno.
En este sentido, si Nicolás Maduro fue electo por Hugo Chávez como su sucesor, y Maduro ha mantenido y ampliado las políticas que Chávez inició en 1999, es evidente que el llamado «comandante eterno» – como lo llaman sus seguidores – es el que nos llevó a este infierno de hiperinflación, escasez, hambre, muerte, sufrimientos y dolor. A ese personaje, sin el cual no se puede comprender la historia reciente de Venezuela, lo conocí en agosto de 1998. Este hecho jamás lo había relatado por escrito, y creo que es algo necesario para dejar testimonio de la historia.
En agosto de 1998 tuve la suerte de estar trabajando en la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) presidida por mi respetado profesor Ricardo Combellas. Dicha institución decidió invitar a los principales candidatos presidenciales de las elecciones que se celebrarían en diciembre de ese año. La invitación solo la atenderían dos: Irene Sáez y Hugo Chávez. Nunca los olvidaré, pero especialmente el segundo, porque empleados de las oficinas de otros organismos estatales que quedaban en otros pisos se concentraron a las puertas de la COPRE para poder ver y saludar al candidato. Era un gentío que no cabía en los espacios del piso 48 de la torre oeste de Parque Central (Caracas). Chávez se dedicó a darle un saludo a todos, pero lo hizo con mayor atención a los empleados y vigilantes de la COPRE, haciendo algún comentario a cada persona. Hasta ese momento había conocido a muchos políticos, pero éste me pareció el más astuto, en el sentido de reconocer que en democracia cada persona es un voto y por ello era mejor saludar primero a los más numerosos (obreros, vigilantes, empleados) que a las autoridades.
El candidato se reuniría en el auditorio con todas las autoridades y con el personal dedicado al trabajo que hacía la COPRE. Acá brevemente explicó que haría una «revolución» y que cerraría nuestra institución porque ya había pasado el tiempo de las reformas. Esto, lógicamente, no cayó para nada bien, pero él de vez en cuando echaba un chiste o decía algo que cambiaba alguna mala impresión que podían generar sus ideas.
Después casi todos le hicimos preguntas; recuerdo la de mi querido jefe el Doctor Humberto Njaim, la cual decía más o menos lo siguiente: «¿qué haría con los que le dieran un golpe de Estado como él lo dio a Carlos Andrés Pérez?». Chávez dijo que hablaría con los rebeldes para conocer sus razones: la historia demostraría que esta fue una más de sus mentiras.
Al finalizar esta reunión el candidato tuvo una rueda de prensa con algunos periodistas; y al terminarla varios de mis colegas y yo aprovechamos para conocerlo personalmente. Yo me le acerqué por detrás cuando estaba sentado y al verme se levantó para escucharme. Le deseé suerte y éste me miró muy de cerca y a la cara, y tomándome la mano con las suyas me dijo: «Carlos, muchas gracias, vamos a sacar el país adelante». No puedo negar que me impresionó que me llamara por mi nombre, el cual se lo había aprendido debido a que le hice una pregunta anteriormente; pero mucho más me impactó el fuerte magnetismo que me transmitió al hablarme. Fue algo que solo he percibido con gente sumamente carismática. Y me hizo dudar ante el rechazo que siempre había sentido por él desde el día que atentó contra la democracia y tuvo su aparición pública, y mucho más al ir conociendo sus disparatadas y peligrosas propuestas. Y los otros jóvenes compañeros de la COPRE tuvieron ideas similares, para después despertar a los pocos días y concluir que era más peligroso de lo que pensábamos.
En otro momento de dicha reunión pudimos volver a intercambiar algunas palabras, y acá nos dijo que al pueblo había que cuidarlo como hace un padre con sus hijos, y que los venezolanos más pobres eran personas abandonadas que con un poco de atención saldrían adelante. No me gustó para nada dicha visión paternalistas de la política que considera a los gobernados como desvalidos y no como ciudadanos. Todo lo que había aprendido a rechazar de la vieja política y que consideraba como los grandes errores de la democracia, lo vi concentrado en Chávez y sus asesores, pero con una careta mucho más seductora. Mi angustia por los destinos de Venezuela se incrementó, y el resto ya es historia conocida por todos. Ahora, después de 20 años, espero que hayamos aprendido la lección ¡y para siempre!