Los movimientos de izquierda en todo el mundo no están en alza. Estas últimas décadas muestran un triunfo casi absoluto del capital sobre los intereses de la clase trabajadora, del campo popular en el sentido más amplio. Conquistas laborales y sociales históricas, conseguidas a través de años de lucha, han ido desapareciendo con los programas neoliberales vigentes, con un capitalismo cada vez más rapaz y agresivo.
El ideario socialista, que de ningún modo desapareció (pues nació, justamente, para luchar contra la explotación capitalista), está en retroceso. La ideología dominante ha sido capaz de hacerlo retroceder, presentándolo como una pieza del pasado, pretendidamente tendiente a desaparecer. Hoy por hoy, ya pocos bastiones socialistas quedan en el mundo, abriendo interrogantes sobre por qué las experiencias anticapitalistas del siglo XX no se mantuvieron y/o ampliaron. China, por ejemplo, la gran potencia en alza, habla de un socialismo de mercado, Norcorea y Vietnam desarrollan economías mixtas, y el socialismo del Siglo XXI de Venezuela no logró crecer como modelo real. Todo eso podría hacer pensar en una extinción del socialismo o, al menos, en una crisis de las izquierdas.
Que las izquierdas actuales están (¡estamos!, digámoslo en primera persona) en crisis, es más que evidente. Se perdieron referentes, hay cierta desazón, se rema contra la corriente. Muchos de los movimientos revolucionarios de otrora cambiaron sus banderas transformándose en fuerzas reformistas, socialdemócratas. Es decir, izquierdas parlamentarias de saco y corbata, o tacón y buenas joyas; izquierdas que hacen el coro al capital, no ofreciendo alternativas transformadoras reales. En Guatemala, por ejemplo, algunos sectores de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG, partido político surgido de la vieja guerrilla socialista– mandan condolencias por el fallecimiento del oligarca y máximo exponente de la aristocracia guerrerista del país Álvaro Arzú, principal cabeza visible del enemigo de clase, lo que hace pensar realmente en qué izquierda es la que se presenta allí.
¿De qué izquierda hablamos entonces? Cuba, en Latinoamérica, sigue siendo quizá el más puro y combativo de esos bastiones socialistas; allí, sin medias tintas, tal ideario tomó cuerpo realmente según los principios básicos que lo alientan:
a) economía en manos del Estado sin presencia del capital privado y
b) democracia de base real, poder popular por medio de asambleas.
Con casi seis décadas de construcción de socialismo, todo indica que en la isla caribeña el modelo vigente no está por irse. Los diversos cambios que han tenido lugar en la esfera política en estos últimos años (alejamiento de Fidel Castro primero, de su hermano Raúl luego, la llegada de Miguel Díaz-Canel a la presidencia, cierta apertura que se ha venido dando en la economía), no alteran el rumbo socialista del proceso. Puede haber problemas. Y sin dudas los hay, pero los principios básicos se mantienen (de ahí los fabulosos logros obtenidos por la sociedad cubana en salud, educación, organización social, movimiento cultural, deporte, lucha contra el racismo y el patriarcado, etc.). Su líder emblemático, el Comandante Fidel, salió de escena y nada cambió en lo fundamental. Y ningún monumento lleva su nombre, por expreso pedido suyo como combate al culto de la personalidad. Cuba revolucionaria sigue siendo un lugar de donde sacar lecciones.
«El socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un grave error...»
pudo decir el ecuatoriano Rafael Correa, refiriéndose a la experiencia estalinista. Cuando cayó la Unión Soviética, en general la población no movió un dedo por defenderla. ¿Qué pasó ahí? De eso también debemos extraer lecciones.
En Nicaragua, con un ideario de izquierda, se intentó construir un mundo nuevo a partir de la Revolución Sandinista de 1979. Ya sabemos cómo concluyó la experiencia: por una suma de factores –monstruosa agresión del imperialismo estadounidense, las dificultades enormes de transformar los procesos humanos, la caída del campo socialista en Europa– la revolución hizo agua y terminó hundiéndose. Hoy, casi 40 años después de aquella gloriosa gesta, es poco lo que queda como legado. El sandinismo retomó el poder político luego de tres administraciones neoliberales (Violeta de Chamorro, Arnoldo Alemán, Enrique Bolaños), todos títeres teledirigidos desde Washington. ¿Es de izquierda ese sandinismo actual, más orteguista que sandinista? Más aún: ¿son realmente opciones revolucionarias, populares, socialistas, todos estos gobiernos progresistas que hemos tenido estos últimos años en Latinoamérica, entre los cuales se inscribe el de Daniel Ortega?
Socialismo no son programas asistenciales, clientelares, parches puestos sobre las penurias del capitalismo con negociaciones de las cúpulas a espaldas de los pueblos. «No miren lo que digo sino lo que hago», pudo decir Néstor Kirchner en una conferencia con empresarios españoles, invitándolos a la inversión en Argentina. ¿Doble discurso de un revolucionario montonero? ¿Qué negoció Daniel Ortega con el cardenal Miguel Obando y Bravo: complicidad y silencio mutuos (los supuestos ocho hijos del prelado y las empresas del presidente)? Pactos en secretividad a espaldas de las clases populares no tienen nada que ver con el socialismo. Ni tampoco los capitalismos con rostro humano. Eso ya lo propugnaba hace décadas John Keynes como salvataje del capitalismo ante un período de crisis. ¡Y Keynes no era socialista precisamente!
La economía nicaragüense no va mal en términos macros, según las mediciones de los organismos del Consenso de Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). En el período 2010-2017 creció en promedio un 5,2% anualmente. Valga apuntar que actualmente el 96% del PIB del país proviene del sector privado. Repartir esa riqueza con algún criterio social benefactor no está mal, pero la izquierda no puede quedarse en eso. En definitiva, un país gobernado por el capital –con el modelo de alianza público-privado que aplauden la derecha mundial y los organismos crediticios– puede alivianar las penurias, pero no las termina. ¿Nos quedamos resignadamente con ese discurso del posibilismo? ¿Eso debe ser la izquierda?
En este momento en Nicaragua se vive una profunda crisis política. La izquierda –nicaragüense e internacional– también debe sacar lecciones de eso. ¿Por qué se da la crisis? Como en todo complejo fenómeno social, hay una sumatoria de causas. El gobierno de Ortega y de su esposa Rosario Murillo ha abandonado los principios históricos del sandinismo, aquél fundado por Carlos Fonseca en la década de los 60 del pasado siglo. El sandinismo revolucionario, antiimperialista y anticapitalista que fue poder en la década de los 80, ha quedado en la historia. Se han sustituido los ideales y la mística por el mundo de los negocios, haciendo del Frente Sandinista un partido para la defensa corporativa de un grupo de interés que lo controla.
Pero ese capitalismo reinante en Nicaragua, con una política asistencial redistributiva, contribuye a un clima de tranquilidad social. ¿Es de izquierda? No en la forma en que la entendemos clásicamente, pero sí está alineada con los países del ALBA, espinita atravesada para el imperialismo, con un discurso populista que no es el que se habla en el FMI y el BM. Además, Nicaragua abrió las puertas a China para la construcción del canal interoceánico (¿futura base militar china allí?), y a Rusia para la instalación de la Estación satelital Glonass, desplegada por la agencia espacial rusa Roscosmos en Managua, destinada al espionaje electrónico contra Estados Unidos. Todo eso hace que para Washington, el actual gobierno de Ortega sea un candidato a derribar, así como lo son todos los Gobiernos con un talante social. De ahí el formidable acoso de Washington a todas estas iniciativas; los acontecimientos actuales lo muestran.
«No tengo la menor duda que Estados Unidos alienta a los jóvenes nicas a voltear a Ortega. Pero eso no tiene la menor importancia, porque no estamos para jugar al ajedrez geopolítico sino para defender la vida de los pueblos, esa vida que el gobierno de Managua se empeña en destruir», razonaba el uruguayo Raúl Zibechi. ¿Un gobierno revolucionario puede reprimir al pueblo que protesta? ¿Por qué eso no pasó en Venezuela? ¿Qué lecciones sacar de esto?
Sabiendo perfectamente lo que significa el sistema capitalista y la voracidad del imperialismo estadounidense, el actual sandinismo es cuestionable, quizá tanto como todos los gobiernos populistas-socialdemócratas-reformistas que vemos en la región. ¿Deben apoyarse? ¿Son el camino de izquierda? ¿Es todo a lo que podemos aspirar? El debate está abierto. Enriquezcámoslo con esta frase enviada por un grupo de apoyo a la Revolución Sandinista:
«Comandante Ortega: No olvidamos que los dirigentes soviéticos, usando el lenguaje del marxismo, construyeron una sociedad vertical, con poder autoritario, y ellos fueron de los primeros que se pasaron de campo cuando la caída del Muro era inevitable».