La cueva Charles Brewer (llamada así en honor a mi padre por los 12 expedicionarios que la descubrieron) se encuentra en el Macizo del Chimantá y encierra en su interior una serie de organismos que están adaptados a la vida en total oscuridad, con 100% de humedad, 13 grados centígrados y a 2.500 msnm.
Esta cueva encerraba en su interior una cantidad de hallazgos nuevos para la ciencia para los cuales quizás no estábamos preparados. Como en el caso de una expedición anterior, en la cual Federico Mayoral llamó la atención de los demás exploradores sobre unas formaciones que parecían corales marinos surgiendo de las paredes de la cueva. Esto despertó inmediatamente la curiosidad de todo el equipo y fueron caminando entre las rocas de la caverna hasta el sitio donde se encontraban estas estructuras, que fueron reveladas poco a poco por la luz de las linternas en esa noche eterna del interior de la cueva.
Quizás ese momento se parecía un poco al que yo estaba viviendo en ese primer momento que vi esas estructuras a las cuales llamaron «bioespeleotemas» (spelaion= cueva y thema= depósito) y sí, falta algo para completar este término que introdujeron estos exploradores para poder definir a estas estructuras y es bio, que significa que está vivo.
Estas estructuras no correspondían con las formaciones secundarias que puedes encontrar dentro de una cueva como lo son las estalactitas y estalagmitas, cuya forma cónica se debe a la deposición de sedimentos, con una base más ancha, además de encontrarnos en una cueva de cuarcita, insoluble al agua que, en el caso de las cuevas calcáreas, es la que conlleva a estas formaciones secundarias comunes. Por el contrario, precisamente la forma poco usual de los bioespeleotemas fue lo que llamó la atención ya que la base era más delgada que el resto de la estructura y se ramificaba hacia arriba, como un árbol, rompiendo con las reglas conocidas, y sugiriendo así que esta no era cualquier roca de las tantas que ocupaban la cueva. Estos eran unos organismos vivos.
Pero, ¿de qué se alimentaban? ¿Cómo crecían? ¿Cuánto tiempo llevaban en ese proceso? cómo funcionaban? La lista de preguntas se iba haciendo cada vez más grande mientras se iban descubriendo mayor cantidad de «tipos» de bioespeleotemas. Algunos parecían champiñones, otros zanahorias, algunos estaban muy juntos, otros respetaban su espacio biológico, se organizaban en colonias de piezas similares y todos parecían acumularse fuera del alcance del agua del río que sonaba de fondo mientras observaba todas estas posibilidades casi boca abierta.
Estábamos frente a un descubrimiento sin precedentes, pero no sabíamos si el mundo estaba aún preparado para esto o no.
Para poder entender un poco mejor sobre estas nuevas formas de vida, debemos conocer el ambiente sobre el cual se están desarrollando.
La roca sedimentaria rosada que forma estas cuevas en los Tepuyes de Venezuela tiene su origen hace 2.000 millones de años cuando los ríos que cruzaban Gondwana empezaron a drenar en grandes deltas, como lo expliqué en un artículo anterior. La acción del agua y el viento sobre el desierto de aquel momento dio cabida a estas cuevas y cavernas de cuarcita que no volvieron a estar sumergidas, pero que en su interior llevan las marcas de su pasado, como las huellas de las ondulaciones del río que desplazaba esta arena precámbrica que se podían observar claramente en el techo y paredes de las galerías.
El río que ahora se encontraba cruzando el interior de la cueva era un huésped que cruzaba la superficie y que cayó dentro de esta estructura sin la capacidad de poder disolver la arenisca comprimida, lo cual hace más llamativa la formación de estas piezas que llamaron bioespeleotemas.
En el momento del descubrimiento de estas piezas pudieron ver que dentro de ellas había una estructura sólida, porosa, con líneas concéntricas de crecimiento, como los anillos de los árboles, cuyos colores variaban, quizás dependiendo del paleoclima del momento en el que se estaban formando dichos anillos. Al conocer el tiempo que separa las líneas de esta pieza, que era llamada “champiñón” por su forma, se podría conocer la velocidad de crecimiento de la misma, y gracias a ello podría apreciarse la ocurrencia y duración de eventos climáticos cíclicos como sequías que ocurren debido a períodos glaciares u otros eventos importantes como tormentas de arena cargadas de hierro, volcanes, impacto de meteoritos y eventos cuya magnitud en el pasado hubieran amenazado la continuidad de la vida en la tierra (Lundberg et al. 2010a) Pero, ¿cómo podíamos solucionar tantas incógnitas? Se formaban estas capas de adentro hacia afuera o de afuera hacia adentro?
Además de encontrar tipos o familias de bioespeleotemas que llamaron «champiñones» habían otros llamados «muñecos» por las formas que surgían con las sombras de las linternas al momento del descubrimiento.
Con la asistencia de Alfredo Chacón y una sierra de diamante logramos rebanar el «muñeco» que llamamos El Riñón y pudimos observar como el núcleo de ópalo que ocupaba el eje interior de aquellos muñecos se ramificaba en su interior y sostenía la parte blanca y porosa de estos organismos, por lo que desde entonces decidimos llamarlos Bioespeleotemas (Centro Medico DLT 2005, Chacón et al. 2006, Lundberg et al. 2010a).
Decidieron hacer una tomografía a la pieza en el Centro médico Docente la Trinidad, en Caracas, gracias a la idea de José Miguel Perez y a la ayuda del Dr. Enrique Suárez, grandes amigos de mi padre y expedicionarios. Una anécdota graciosa de este momento fue cuando mi padre llevaba la piedra y pidió la cita para hacerle la tomografía, pero no le dejaron explicar de qué se trataba e iban llamando a los pacientes:
«El señor del brazo fracturado» e iba el señor correspondiente.
«El señor del riñón...»
«El señor del riñón… señor, es usted», señalando a mi papá, que llevaba una caja con la pieza y al ingresar a la sala le pidieron que se desvistiera, pero él los detuvo:
«¡Pero si la piedra está aquí en la caja!»
Todos extrañados se detuvieron de su rutina para observar aquel momento y el ánimo de todos cambió súbitamente, gracias al Dr. Ramón Franco y a la Dra. Ivonne Rodríguez Pottellá se realizaron una cantidad de estudios que una vez más nos llenaron de asombro y, sobre todo, de preguntas.
Poco a poco las imágenes iban apareciendo en el tomógrafo, mostrando resultados que nunca imaginaríamos, casi aguantando la respiración entre corte y corte.
Me resulta complicado tratar de resumir todos los resultados, exámenes, colaboradores, el tiempo y la emoción que rodean a un descubrimiento sin generar además más preguntas de las que ya se pueden estar haciendo (no se preocupen que para mí no cesan).
Pudimos descubrir que en el interior de la pieza se encontraban partes con una densidad mayor al doble de la que poseía la roca sobre la que se estaba formando y tres veces mayor a la del hueso humano.
Habíamos observado que la textura de la pieza era porosa, y gracias a un experimento realizado para la tesis de mi hermano John Brewer pudimos observar que poseía una capacidad de absorción por capilaridad, lo cual nos llevó a pensar que tenía pequeños tubos en su interior. La forma de poder corroborar esto fue gracias a Roman Aubrecht en 2008 quien hizo cortes microscópicos longitudinales y transversales en donde pudimos observar junto a un golpe de emoción ese tejido organizado en forma de pequeños canales microscópicos que nos ayudaron a suponer que de esa forma se transportaba el alimento que necesita este organismo para crecer.
Cada descubrimiento nos hacía sentir esas «mariposas» en el estómago como cuando estás enamorado e ilusionado.
Gracias a algunas técnicas de datación, para determinar la edad de los materiales, como la de Uranio-Torio, en la que, gracias a los valores de uranio, que es radioactivo e inestable y que se va desintegrando hasta llegar a un isótopo estable del plomo, pudimos conocer la edad de estas piezas, las cuales crecen a una velocidad de 1 milímetro cada 7.000 años y esa pieza en particular tenía aproximadamente 1.200.000 años de antigüedad.
Estamos frente a unos organismos que producen una matriz silícea en vez de metabolizar el carbono como todos los organismos que están presentes en la tierra. Una de las teorías más interesantes y más sólidas sobre el origen de estos organismos se presentó ante nosotros cuando llegaron a nuestra casa unos representantes de la NASA para decirnos que probablemente se trataba de organismo exobiológico, lo cual quiere decir que viene de afuera del planeta tierra, probablemente congelado en algún meteorito que atravesó la atmósfera terrestre y encontró en esa cueva las condiciones ideales para desarrollarse.
Muchos exámenes más se realizaron gracias a Sergio Blanco en la Universidad Simón Bolívar en Venezuela para poder descubrir en qué consisten estos organismos, cómo se organizan, cómo producen el sílice. Pero estamos esperando los resultados de las pruebas para poder explicar con certeza en qué consiste esta nueva forma de vida y dar respuesta a nuestras preguntas.