Política de la Vida, en contraste a Política de la Muerte, son los nuevos términos que se vienen popularizarse hacia el futuro inmediato en reemplazo de Derecha e Izquierda, la designación que dominó el discurso político desde el siglo XVIII cuando, poco después de la Revolución Francesa, y durante las primeras decisiones por votación en la Asamblea Nacional Constituyente, se puso en discusión el futuro poder del Rey con respecto a las leyes del poder constituyente. Los partidarios de que el Rey mantuviera un poder de veto total a las leyes que no le gustaban, se hicieron a la derecha y los partidarios de que la ley estuviera por encima del Rey se hicieron a la izquierda. Al centro quedaron los indecisos. Pero estas posiciones de unos y otros no se dieron por afinidad ideológica sino como una forma de facilitarle al secretario el recuento de los votos, pues, votaban a mano alzada. Hay otras versiones de este acontecimiento, pero lo que se discute es la fecha, no la posición de unos y otros diputados en el recinto.
Es decir, Derecha e Izquierda no definían en principio una tendencia ideológica sino el lugar en que se hacían los diputados con referencia al presidente de la Asamblea; y claro, con el tiempo se mantuvo la ubicación de la derecha para los conservadores y para los progresistas la izquierda.
Los políticos actuales han ido escabulléndose de estos encierros ideológicos: los de la derecha, porque siendo la constante del poder dominante en Occidente, vienen a ser los directos responsables de las condiciones sociales que afrontan hoy los más necesitados del mundo; y los de la izquierda, porque dejaron peyorar su enfoque populista (que lucha por las clases populares) sin distingos de la demagogia (engaño al elector con falsas promesas) y, fuera de eso, cargan con el INRI de que no saben gobernar.
A decir verdad, los ciudadanos de a pie, que vienen a ser todos lo que no tienen intereses personales en cuestiones políticas ni perciben bien eso del interés popular por encima del interés particular, no captan bien, en su cabal sentido, la diferencia sustancial entre ser de derecha o ser de izquierda: como dice el viejo refrán, «les da lo mismo ocho que ochenta». Esto, en parte, explica el predominio de la derecha en los gobiernos del mundo, pues, está comprobado que la gente popular vota más con el estómago que con la cabeza, y siendo la derecha la «dueña» consuetudinaria del poder político y económico, les queda a boca de jarro atraerlos a las urnas con promesas demagógicas que luego incumplen o adoban en formas continuas de seguir «en las mismas y con los mismos», se dice por aquí en Latinoamérica.
No pasaría lo mismo, podríamos pensar, con la definición de Política de la Vida y Política de la Muerte, porque todos distinguimos «al rompe» qué es vida y qué es muerte, y solo nos bastaría precisar, que tampoco resulta conscientemente difícil, qué es lo que estamos haciendo o nos proponen seguir haciendo que conlleve muerte, y qué es lo que estamos haciendo o nos proponen hacer para conservar la vida en este planeta llamado Tierra.
Biopolítica
Hace años ya, Michel Foucault (1926 – 1984) intentó masificar (socializar, se dice hoy), el término biopolítica como la relación que debe existir entre la política y la vida y, por ende, la forma específica de gobierno que pone por encima del mercado (que es lo que domina hoy), la sustentabilidad, o sea, la administración eficiente y racional de los recursos económicos y naturales, de manera tal, que sea posible mejorar el bienestar de la población actual sin comprometer la calidad de vida de las generaciones futuras.
Es lo que, aunque no se cumpla, en todos los planes de desarrollo nacional se designa como «desarrollo sostenible y sustentable» en tres categorías macro:
En lo económico, prácticas que sean económicamente rentables, pero también, social y ambientalmente responsables. Es decir, apuntar al crecimiento económico, sin dejar de lado la equidad social y el cuidado ambiental.
En lo ambiental, la administración eficiente y racional de los recursos naturales, de manera tal que sea posible mejorar el bienestar de la población actual sin comprometer la calidad de vida de las generaciones futuras.
En lo social, implica impulsar acciones que permitan el cumplimiento de los derechos económicos, políticos, culturales, equidad de géneros y de razas entre las personas que habitan las diversas regiones del planeta.
Necrópolis
Si biopolítica se refiere a las políticas que se relacionan con la preservación de la vida, entonces, necrópolis (o necropolítica) debiera volver al presente para referirse a las políticas que se relacionan con la muerte, y no solo a los cementerios donde descansan los restos de los famosos y ricos de entonces.
A manera de recordación fugaz del término, a Europa la circundan muchas necrópolis desde antes de Cristo; y la más característica de América es la llamada Cultura San Agustín, ubicada en el Valle del Alto Magdalena, al sur del departamento del Huila, en Colombia, que data desde 2.000 años a.C, donde se sepultaban los caciques principales de las etnias americanas.
Más que ideología
Retomando el tema central, la Biopolítica y la Necropolítica permiten avanzar el pensamiento del elector más allá de la simple cuestión partidista de la que evidentemente se ha desencantado, a juzgar también por algo que hasta ahora mencionamos: la abstención constante y creciente en todos los certámenes electorales, al punto que el fenómeno ha dado lugar a otra observación que trata bien el escritor, Peter Mair en Gobernando el vacío, y que algunos analistas dan con un título más apropiado al asunto: «la democracia sin pueblo», que facilita, por demás, la retención del poder por los mismos y con las mismas, pues, circunscribiéndose la democracia a la eterna fórmula de la mitad + 1, viene a resultarles más cómodo entre su clientela electoral, alcanzar la mitad + 1 de ocho que de ochenta.
El arte de gobernar
Ampliado el alcance de una propuesta electoral más allá de la intrincada cuestión ideológica, la política retoma el sentido más completo con el que se define desde Aristóteles, justamente en su tratado sobre Política: el arte de gobernar a los pueblos, y que hoy bien pudiéramos agregarle… con sentido de sustentabilidad, para indicar que no basta con gobernar el presente sino, y sobre todo, gobernar para el futuro porque, como bien se dice: los hombres pasan y las instituciones quedan.
Y entonces, entramos a la cuestión práctica: ¿es el actual modelo económico que seguimos, o nos imponen, compatible con la idea de sustentabilidad? ¿Se puede dejar a las fuerzas del mercado en completa libertad, o hay que regular esa fuerza en orden a proteger a los más débiles?
Cabrían muchas otras preguntas, pero esas dos bastan para concluir que si se quiere sustentar la vida en la tierra tienen que cambiar los mecanismos del modelo económico neoliberal que prioriza la eficiencia por encima de la equidad, y esto lo dice todo…
Tanto como que una ilustre señora como Ángela Merkel, proveniente de una rancia dinastía conservadora, ahora se encuentra profundamente comprometida con cambios tecnológicos, culturales y sociales que demandan separarse del petróleo y el carbón porque su uso es lo que está provocando el cambio climático… Y un señor como Trump anda de recreo en el planeta, jugando a la guerra no solo militar sino comercial con todo el mundo, ufanándose de mandar al diablo toda la investigación y tratados sobre el calentamiento global y el intercambio comercial: ellos dos son un claro ejemplo de Biopolítica contra Necropolítica.
Y se podría asegurar que con el solo hecho de saber quién está del lado de la vida y quién del lado de la muerte, los electores no necesitarían más referencia para marcar su predilección por uno u otro.
Epílogo
No se puede cerrar esta ventana sin mirar el mensaje que nos deja, Stephan Hawking, el más grande genio contemporáneo, sobre el calentamiento global, una de las mayores amenazas para la vida en el planeta. Él creía que nos estamos acercando a un punto de no retorno en el que el calentamiento global se torne irreversible.
Hawking, que nunca personificó el sujeto de sus licencias políticos, emprendió, al final de sus días, declaraciones incendiarias contra Trump, tras la decisión de EE.UU. de retirarse del Acuerdo Climático de París…
«Al negar la evidencia del cambio climático y retirarse del acuerdo de París, Donald Trump causará un daño ambiental evitable a nuestro hermoso planeta, poniendo en peligro a la naturaleza, para nosotros y nuestros hijos»,
afirmó.
Y agregó:
«Las acciones de Trump podrían hacer que la Tierra cruce ese umbral (del punto de inflexión) para convertirse en Venus, con una temperatura de 250ºC y lluvias de ácido sulfúrico».
Fin de folio. «Del lado bueno de las cosas se encarga la oficina de prensa; de la neutralidad, los suizos; del justo medio, los filósofos; de la justicia, los jueces. Los periodistas nos encargamos de contar aquello que alguien no quiere que se sepa. El resto es propaganda» (Horacio Verbitsky).