«El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda conlleva riesgos y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».
(«Las ciudades invisibles», Italo Calvino)
La izquierda como fuerza política ya no existe. Existen sus partidarios incapaces de aceptar que el mundo ha cambiado y que la clase obrera ha sido eliminada por el capitalismo, que la ha marginado y dejado a la intemperie sin representación política ni sindical, atomizada por la globalización y la amenaza de automación y robótica. Lo que ayer hacían miles, hoy lo hace pocos y la producción es mayor.
El mundo de hoy día nos muestra una realidad segmentada con cientos, miles de grupos y organizaciones que encarnan intereses específicos y desvinculados entre sí. La síntesis de una posible oposición o alternativa al sistema imperante no existe como fuerza unitaria y la izquierda no ha sabido adaptarse, limitada como siempre por sus concepciones centralistas, cohesionada y desmembrada a la vez por una ideología ya muerta.
Hoy, hay que afrontar diálogos discordantes entre decenas de grupos: ambientalistas, feministas, defensores de los derechos civiles y humanos, grupos que representan intereses locales, minorías que sumadas son mayorías. Hoy, hay que abrirse al diálogo horizontalmente y crear consenso y convergencia para que se abran nuevos espacios y nazcan nuevos grupos y experimentos sociales, económicos y políticos. Hoy, hay que cambiar el lenguaje de la política y articular alianzas que no sean, por definición, permanentes, porque en la realidad cotidiana todo cambia. Hoy prevale la flexibilidad ante las ideologías, el consenso ante la «estrategia» y objetivos «a largo plazo». El énfasis ha pasado del objetivo a la relación y resultados inmediatos. De la utopía de la revolución a las pequeñas victorias, de la teoría al quehacer cotidiano.
La izquierda tiene que aprender el lenguaje de la vida y dejar de pensar verticalmente para entrar en contactos con los movimientos y fuerza que están cambiando el mundo. Y para hacerlo tiene que renacer. El trabajo no se consigue, se crea. Las nuevas sociedades no están basadas en capital y riqueza, sino en conocimiento, que es el nuevo capital y la nueva riqueza liquida, abierta y trasferible. Los sectores económicos importantes son cada vez menos la industria y siempre más los servicios y la dinámica social es la innovación. Es decir un cambio radical del modelo de sociedad que sustentaba el proyecto de izquierda.
Sí, es verdad, la injusticia y la desigualdad existen y éstas tienen que ser combatidas, pero desde abajo, con proyectos e iniciativas prácticas y con un lenguaje diferente. Hoy, hay que hablar de vida, humanidad, tolerancia, libertades individuales, valores y privacidad. Hoy, hay que pensar en los jóvenes y renovarse con ellos en miles de proyectos alternativos, que como agregado, cambiaran desde abajo el sistema.
La izquierda está muerta y la derecha no ha existido jamás, sino en el odio, la exclusión, la represión, el egoísmo, la falta de ideas y la negación rotunda de la individualidad y de los derechos civiles. La izquierda ya no es vida y la derecha ha sido siempre muerte y en esta trágica situación, hay que empezar de nuevo. Pero no seamos ciegos, si observamos con atención, descubriremos que existen ya miles de formas de resistencia e innovación política, que desde la raíz cambian y humanizan la sociedad moderna.
Estas fuerzas son el mañana de la nueva política, que dan vida a una democracia anquilosada, donde lo único que cuenta son los beneficios personales que la sociedad ofrece para que sus corruptos representantes, legitimen el hurto, inmoralidad e inconsistencia. Ya, en el presente y siempre más en el futuro, los nuevos canales de la política son y serán la participación directa, diálogo inmediato, diversidad y control de los representantes, reduciendo distancias y dando voz a nuevas formas e ideas con el apoyo de nuevas tecnologías, nuevos medios y modos de articular proyectos y relaciones.