Tartán, clanes, Ness, gaélico, kilt, Heilan coo... Todas estas palabras tienen un denominador común: A' Gàidhealtachd, o lo que en inglés se refiere como Highlands y en España traducimos como Tierras Altas de Escocia.
Grandilocuentes y brutales, las Highlands están definidas por indomables colinas y montañas ocultadas entre jirones de niebla, enormes y profundos lagos, leyendas y una población sentenciada por la historia como impetuosa. Es la tierra donde los glaciares y tormentas se han conjurado para esculpir algunos de los parajes más increíbles del mundo. El tosco litoral y las islas Hébridas se retuercen de una forma exacerbada en basalto y granito como un regalo del Atlántico y en los páramos interiores los castillos tienen grabados en sus cimientos cruentas batallas entre clanes por la independencia. Las montañas se llaman ben; los lagos, loch, y los valles, glen.
Sin librase de las fábulas, sino todo lo contrario, siendo cuna de supersticiones y legendarias historias, en las famosas Highlands, un trago de agua de la vida, como ellos llaman al whisky, ha logrado crear una de sus leyendas más famosas: la del lago Ness.
Las Highlands se distinguieron en la historia del resto de Escocia por casi todos los criterios posibles. En las Highlands se hablaba gaélico, y en las Lowlands, scot. En las Lowlands triunfó la Reforma religiosa, y en las Highlands, la fidelidad a la Iglesia de Roma fue mucho más rígida. Las Highlands estaban pobladas por familias de origen mayoritariamente irlandés y báltico, y las Lowlands, por sajones, normandos y anglos. En cuanto a política, las Highlands fueron el alimento para reconquistar el trono de los Estuardo en las dos rebeliones jacobitas del siglo XVIII, y las Lowlands aceptaron, cabizbajas y seducidas por los beneficios comerciales, el naciente imperio inglés.
No obstante, estas diferencias fueron paulatinamente abolidas por la represión inglesa tras la última rebelión jacobita, que prohibió a los highlanders el uso de los kilts y de la gaita, así como la posibilidad de llevar armas de guerra, y, por otro, la Revolución Industrial, que supuso la definitiva abolición del sistema de clanes donde los jefes fueron reconvertidos en landlords al estilo inglés.
De este modo, el presbiterianismo es la religión mayoritaria de toda Escocia. Ha desaparecido el scot, el gaélico sólo resiste en algunas islas, y el inglés se ha impuesto como la única lengua. Por otra parte, desde la visita, en 1822, del rey Jorge IV a Edimburgo se permitió volver a vestir el tartán.
Algunas de sus mejores joyas
El método para explorar las Highlands lo determina el trazado de sus carreteras a merced de la naturaleza. La ruta, desde Edimburgo, puede hacerse vía Glasgow o vía Aberdeen e Inverness. La primera alcanza directamente la costa oeste y sube luego hacia las islas, mientras que la segunda asciende primero al norte y luego atraviesa la mitad norte de Escocia de este a oeste por el Great Glen, una inmensa cañada de origen glaciar en la que se sucede un lago detrás de otro, el primero y más conocido, el Ness.
Hablemos de Inverness, la capital de las Highlands, y la puerta de entrada al extremo norte del territorio escocés a la que se llega por un paisaje cada vez más húmedo donde los ríos serpentean por praderas salpicadas de árboles y de ovejas pastando, en las que la naturaleza se mezcla con el ocre de los matorrales y con el óxido de los muros de piedra que las fragmentan. Inverness es una ciudad espesa y cosmopolita, de espíritu celta, intensa actividad cultural y culinaria, y excelente origen para descubrir los secretos de la región, como el enigmático lago Ness o el desconocido Parque Nacional de los Cairngorms. En los Cairngorms hay un poco de todo; una estación invernal; un lago con playa; bosques nativos perfectamente conservados; fauna salvaje; un viejo tren de vapor y hasta una ruta por algunas destilerías de whisky tradicionales.
Se puede pasear por la ribera del río Ness, conectado por elegantes puentes victorianos; contemplar el castillo de Urquhart, emplazado en lo alto de la colina, visitar los canales de Fort Augustus o acercarse hasta la catedral de St. Andrew, del siglo XIX.
Los amantes de la historia cuentan con otros incentivos: a pocos kilómetros de Inverness se encuentra el Campo de batalla de Culloden, uno de los lugares más importantes de la identidad patriótica escocesa y escenario de una derrota que, en 1746, supuso el fin de los antiguos clanes escoceses y un golpe durísimo a las aspiraciones de independencia del país.
Un viaje a las Highlands no estaría completo sin la visita a las aguas tan pronto plateadas como negras o azules del lago Ness, el más enigmático de Europa, en el sur de Inverness. Desde 1933, la prensa inglesa y el imaginario popular se han decidido a perpetuar el mito de Nessie, un enorme monstruo que habita en el loch.
Sin embargo, uno de los espectáculos más aplaudidos empieza al dejar atrás Inverness hacia el Great Glen. Durante unos kilómetros, el paisaje se adensa con extensas masas boscosas. El castillo, en ruinas y levantado en un punto estratégico perteneció a los más importantes clanes de Escocia, entre ellos el de los MacDonald. Desde aquí, y hasta Fort William, que toma su nombre de una de las fortalezas con las que los ingleses trataron de controlar las Highlands, se suceden los lagos unidos entre sí por un canal navegable, el Caledonian. Los árboles desaparecen y son sustituidos por una moqueta coloreada de verde, amarillo, naranja, marrón o violeta. Fort William, al final del Glen y al pie del Ben Navis, la montaña más alta de Gran Bretaña, merece una parada.
Las islas de las Highlands
La ruta de las islas Hébridas, más de 500, aunque solo 50 de ellas habitadas, empieza en Skye, la más grande de las Hébridas interiores. Se puede llegar por carretera desde Fort William, ya que está unida por un puente a la costa, pero es preferible hacerlo en barco desde el pueblo de Mallaig. El tren que une Fort William con este puerto pesquero recorre uno de los paisajes más bellos de todas las Highlands: 30 minutos de lagos, montes coloreados y valles estrechos que desembocan, sin casi transición, en desiertas ensenadas marinas.
Skye no permite adivinar su riqueza paisajística: landas y turberas, rastros volcánicos, picos modelados por las glaciaciones y espectaculares barrancos de basalto erosionado. En Skye desembarcó en 1745, procedente de Francia, el último de los Stuart que intentó ganar el trono escocés: Charles Edward Stuart, conocido como Bonnie Prince Charlie.
Volviendo del paraíso
La cordillera central de las Highlands termina en la ruda costa, bañada por pueblos pesqueros como Oban o playas desiertas como la de Arisaig frente a islas de enorme biodiversidad como Mull, el mejor sitio para avistar ballenas.
Bordeando la costa toca rendirse ante el Glen Coe, a orillas de Loch Leven. El valle más célebre e imponente de toda Escocia, de origen volcánico y glaciar. Los hay que aquí aún rinden homenaje a los miembros del clan MacDonald, masacrados en 1692 tras el levantamiento jacobita.
Mientras tanto, en medio nos encontramos paisajes costeros condensados de pequeños pueblecitos y algunos puntos de interés como los castillos de Dunrobin y Girnigoe. El premio de hacer el esfuerzo de subir hasta Thurso es llegar hasta lo más alto y descubrir uno de los tramos de costa más hermosos de Europa con playas de arenas blancas y campos verdes. Y sorpresas como la Cueva de Smoo , un enorme agujero en el que las aguas de los ríos se unen con el mar en un verdadero espectáculo acuático.
Ya camino del vivo pueblo de Unapoll existen dos paradas recomendables: la bahía de Achmelvich, dónde se encuentra el Castillo del Ermitaño y el Lago Assynt que nos permite hacer kilómetros por uno de los tramos más espectaculares de las Tierras Altas: La costa de los Jardines, de Ullapol a Applecross. Estamos en un área de fácil acceso al mar abierto que combina amplias áreas de litoral expuesto con zonas de fiordo. Torridor, un pueblecito de casas blancas alineadas en la orilla de Upper Loch, es parada obligatoria. Y allí, alcemos el brazo y brindemos por las Highlands que lucharon sin cesar por librarse del dominio inglés.
El poeta Robert Burns escribió: «Libertad y whisky van de la mano», versos que suponían quejas al Tratado de la Unión, que llevó a las autoridades a imponer nuevos impuestos a los productores de la bebida provocando así la llamada Revolución del whisky, unido a las disputas internas entre los distintos clanes de las Highlands para destituir a los Hannover del trono del Reino Unido, que llevaron a una parte de Escocia a la guerra. El triunfo fue contundente y totalmente de los ingleses, la lengua gaélica fue proscrita y a los escoceses sólo le quedó la destilación furtiva para defender sus costumbres, sus raíces y su orgullo.