«Las muchas promesas disminuyen la confianza»
(Horacio)
Se violan los derechos humanos, las libertades fundamentales, no existe el Estado de Derecho, se asesina con impunidad, la libertad de expresión está prohibida y lo más usual es encarcelar a los periodistas. La siempre Turquía no está preparada para entrar en la UE, es así, la gran rechazada y la gran necesitada.
La Península de Anatolia y la UE mantienen una particular relación desde 1963 con el Acuerdo de Ankara. En 1999 el Consejo Europeo decidió conceder a Turquía el estatus de candidato a la entrada en la UE, y esto no se puede cambiar de forma unilateral. Actualmente Europa se plantea estudiar alguna fórmula de cooperación o asociación particular con Ankara para preservar la unión de los turcos a Europa. Esto es lo mismo que decir que Turquía es un aliado privilegiado para Europa, pero que está muy lejos de ingresar en la UE.
A juicio de Macron, la convención europea de los derechos humanos es un techo insalvable. Europa debe ofrecer a Turquía una alternativa a una posible unión. Cerrado, pues, el proceso abierto con Turquía hace muchos años, París insiste en la importancia capital de Turquía como aliado estratégico, para la UE y para la OTAN, en terrenos tan sensibles como las relaciones con el mundo musulmán, la lucha contra el terrorismo, la recomposición en curso de Oriente Medio y el incierto futuro de Siria.
Erdogan recuerda a Europa que ha recibido más de 3 millones de refugiados, mayoritariamente sirios, sin que la UE cumpla sus promesas de ayuda financiera, cooperación económica, comercial, industrial y agropecuaria. Bruselas desde 2016 desembolsa anualmente 3.000 millones de euros a Turquía en concepto de ayuda a los refugiados sirios. El acuerdo migratorio adoptado, clave para la reducción de las llegadas de demandantes de asilo a las costas griegas, incluye doblar esa cantidad inicial a partir de 2018. El comisario europeo de Migración, no lo tiene nada fácil porque el comportamiento del Gobierno turco disuade a los Estados miembros de buscar fondos extraordinarios.
El reparto de la carga financiera es lo que más molesta algunos socios. Bruselas defiende mantener la proporción anterior: un tercio de los fondos a cargo del presupuesto comunitario y los dos restantes provenientes de los Estados miembros. Muchos argumentan que ya han realizado suficientes aportaciones extraordinarias en los últimos años y que la Comisión dispone de margen de maniobra para elevar su aportación.
Desde 2016, es evidente que los roces entre Erdogan y la UE se han agravado. Turquía atiende a más de 3,5 millones de refugiados, rectifico, no atiende, contiene los flujos migratorios y nadie quiere correr el riesgo de reeditar las imágenes de refugiados llegando sin control a las costas europeas si Turquía decide «relajar» la vigilancia.
Ankara insta a Berlín a empezar de cero, pide una postura más empática y destaca que se están poniendo en libertad ciudadanos alemanes que se encontraban bajo custodia policial para impulsar las relaciones entre ambos países. Se cuentan a más de 50.000 personas encarceladas, incluidos ciudadanos alemanes, como el periodista Deniz Yucel, quien ha «disfrutado» todo un año en prisión preventiva, sin acusación formal.
Alemania, indignada, ha criticado y soportado las medidas del Gobierno turco contra la población civil desde el fallido golpe de Estado en 2016. Torturas, desapariciones forzosas, asesinatos, negación del acceso a cuidados médicos, agua y comida, expropiaciones ilegales, violencia sexual contra las mujeres... son solo algunos de los crímenes y delitos de los que acusa a Turquía.
Lo más dramático es que Turquía siempre ha participado en Europa. Desde siempre, desde el Renacimiento, cuando las repúblicas italianas reclamaron su ayuda como contrapeso al avance de Francia en Italia, hasta la actualidad, que actúa como tapón de aquello que no nos podemos permitir, millones de refugiados.
La media luna y la estrella, nos guste o nos dé repelús, es en buena medida parte de Europa, es la bisagra con el mundo musulmán de Oriente Próximo, es una de las fronteras más cercanas a las mayores reservas de petróleo del mundo. Turquía está próxima geográfica y culturalmente al 65% del conjunto de reservas mundiales de crudo y de gas natural.
El hecho de que Turquía ingrese como miembro de pleno derecho no es una incógnita, seguramente no entrará nunca y habrá que seguir buscando fórmulas económicas para contener la puerta otomana. No es problema de Erdogan y sus derivas autoritarias, es un problema nuestro, del viejo continente. En casi veinte años Europa y Oriente Próximo han vivido cambios que nuestros colegas de 1999, cuando dijeron a Turquía que era candidato, no podían preveer: Europa se islamizaría y perdería su identidad cristiana.
Europa está más absolutista que nunca, y me refiero a la tendencia de gran parte de la población a no mezclarse con los «inmigrantes», me refiero a que antes la ultraderecha se tildaba de «nazi» y ahora cada vez es más votada. En veinte años el islam ha alimentado su fanatismo con una reputación nada agradable, se ha pasado de un problema de ideales religiosos a un problema de terrorismo internacional.
No tengo intención de generalizar, ni de justificar racismo alguno, pero es tan real como que los movimientos migratorios se han convertido en el gran problema de Europa. La llegada de Turquía supondría la apertura de un mercado sin barreras de 76 millones de nuevos consumidores, y la libre circulación de personas sería un movimiento insuperable para la UE. Las consecuencias sociales del choque entre la cultura islámica y cristiana son difíciles de calcular.
Dado que pronto superará en población a Alemania, Turquía se convertiría en el país más poblado de la UE. ¿Estamos preparados para la capacidad de voto y de veto en las máximas instancias europeas?