La profusión de Ministros chantas, Consejeros truchos, Secretarios de utilería, Intendentes de pachanga, Parlamentarios malandras y Alcaldes maulas no debe ocultar la dramática realidad: constituir un gabinete, formar Gobierno, es una tarea tan compleja como ingrata.
He aquí Sebastián confrontado a una tarea digna de Herakles, y en lugar de ayudar y facilitarle la tarea, la murga que le apoya organiza un carnaval allí donde no se usan. En un arranque de civilidad que me haría digno de la Atenas de Pericles, para contento y edificación de la posteridad y las nuevas generaciones, he decidido aportar mi modesta contribución.
En la materia creo oportuno recurrir a la sabiduría de antiguas civilizaciones, visto que en el discurrir de los siglos y el ejercicio del mangoneo no hemos inventado nada. Mi inspiración y guía será un brahmán que es considerado el Macchiavelli indio, un sabio originario de Taksila o Taxila, ciudad ubicada al noroeste de Islamabad y Rawalpindi, en el actual Pakistán. Kautilya, o bien Visnú Gupta, chapas que corresponden en realidad a Chanakia Pandit, fue un erudito que vivió entre los años 350 y 283 antes de nuestra era y llegó a ser primer ministro del imperio maurya.
Kautilya es el autor del más antiguo tratado indio sobre economía y el arte de gobernar: un libro cuyo título es Arthaçastra, o bien Artha-Shastra, que en esto y otros detalles los tratadistas divergen. Rudrapatnam Shamasastry (1868-1944), bibliotecario en el Oriental Research Institute Mysore, transcribió el texto de la letra grantha a la letra devanagari primero, y luego lo tradujo al inglés publicándolo en el año 1915. Un millón de धन्यवाद (gracias: pronunciar dhanyavaad en hindi) a Shamasastry y a Kautilya, en nombre de 17 millones de víctimas, perdón de chilenos (en letra devanagari no se usa la escritura inclusiva).
Me zambullo pues en esta apasionante obra, para aconsejar, a título gratuito, un presidente que podría confundir Bangalore con un insulto popular entre los flaites, y el sánscrito con la escritura del Whatsapp.
En el Capítulo VII del Libro I, bajo el subtítulo «La vida de un santo Rey», leemos este consejo:
«Manteniendo sus sentidos bajo control, evitará dañar las mujeres y la propiedad del prójimo; evitará no solo la lujuria, incluso en sueños, sino también la mentira, la arrogancia, y las malas tentaciones; y se apartará de las transacciones poco lucrativas e inicuas».
Conociendo al personaje es poco probable que le sea de gran utilidad, pero lo mío es un apostolado. Kautilya precisa que de este modo el Rey será siempre feliz y:
“Podrá disfrutar en igual grado de los tres objetivos de la vida, la caridad, la riqueza y el deseo, que son interdependientes los unos de los otros.”
Kautilya, hombre sabio, agrega:
«… la riqueza, y solo la riqueza es importante, habida cuenta que la caridad y el deseo dependen de la riqueza para su realización».
Tatán diría que por ahí vamos bien. Mentando un aforismo de sentido común – Una rueda sola no puede moverse–, Kautilya recuerda que el Rey «debe emplear ministros y escuchar su opinión». Ya estamos. El Capítulo VIII trata de la designacion de los ministros y ahí la cosa se lía que es un gusto:
«El Rey, dice Bháradvája, debe emplear sus compañeros de escuela como ministros; puede confiar en ellos visto que tiene conocimiento personal de su honestidad y su capacidad.
»No, dice Visáláksha, porque, como fueron compañeros de juegos, lo despreciarán. Debe emplear como ministros aquellos cuyos secretos le son conocidos. Nunca lo dañarán por miedo a que traicione sus secretos.
»Ese miedo es compartido, dice Parásara, porque dominado por el temor de ver traicionados sus propios secretos el Rey puede seguirles en sus (…) malas acciones. Bajo el control de tantas personas al corriente de sus propios secretos el Rey puede ponerse a su merced. Por eso debe emplear como ministros aquellos que le fueron leales bajo trance de muerte y son de profunda devoción.
»No, dice Pisuna, porque eso es devoción, pero no inteligencia ('buddhigunah'). Debe nombrar como ministros aquellos que, en materia financiera, ganan tanto o más que los otros, mostrando así su habilidad.
»No, dice Kaunapadanta, porque esa personas carecen de otras calificaciones ministeriales; debe por consiguiente nombrar a aquellos cuyos padres y abuelos fueron ministros antes; tales personas, en virtud de su conocimiento de los acontecimientos pasados y de su permanente relación con el Rey, aunque sean agraviados, nunca lo dejarán (…). Las vacas se juntan con vacas conocidas (sic)”
»No, dice Vátavyádhi, porque tales personas, habiendo adquirido un completo dominio del Rey, comienzan a actuar como reyes. Por lo tanto debe emplear como ministros personas competentes en la ciencia de las formas de gobierno. Son esas personas las que mirarán al rey como el verdadero portador del cetro ('dandadhara') y no osarán ofenderlo».
»No, dice el hijo de Báhudantí; porque un hombre que posee solo conocimientos teóricos y no tiene experiencia de la práctica política podría cometer serios disparates. Por lo tanto, debe emplear como ministros personas nacidas de altas familias, dotadas de sabiduría, pureza de intenciones, coraje y sentimientos de lealtad habida cuenta que las nominaciones ministeriales deben depender solo de las capacidades».
Como ves, negra se nos pone la cosa, me refiero a la formación de un gobierno. Si las nominaciones ministeriales dependiesen de las capacidades de cada cual… se sabría. Coluche, que para estos efectos vale un Kautilya, pretendía que a un tipo que no sabe hacer nada y es un incompetente notorio, más le vale buscar un puesto que corresponda a sus ambiciones. De ese modo candidatos no faltarían, y en realidad no faltan: basta con mirar las listas que Chile Vamos le envió a Tatán.
Todo estaría resuelto si no fuese porque Kautilya es exhaustivo cuando describe las cualidades de los colaboradores ministeriales (amátyasampat):
«Oriundo, nacido de una gran familia, influyente, bien educado en las artes, previsor, sabio, de gran memoria, audaz, elocuente, hábil, inteligente, entusiasta, digno, paciente y resistente, puro de carácter, afable, firme en su devota lealtad, dotado de excelente conducta, fuerza, salud y coraje, libre de desidia y de inconstancia, afectuoso, despojado de lo que anima el odio y la enemistad…»
Ya sé querido lector que a tu mente acude, rauda, mi imagen, que percibes en las palabras de Kautilya mi retrato fiel, y que me ves instalado a la diestra de Tatán, en plan Lord Gran Senescal, o en estricto rigor Gran Visir, Califa en lugar del Califa.
Pero, si una golondrina no hace verano, un ministro no hace Gobierno. Además, servidor es como los ministros de Michelle que fueron a ver a Piñera solo en «el ánimo y espíritu de colaborar con el presidente electo», y en ningún caso con la intención de succionarle los soquetes o lustrarle los caligae.
Los consejos de Kautilya van más lejos: el sabio propone métodos para asegurarse de la lealtad de los ministros, y sugiere la organización y los métodos para espiarlos a todos, incluyendo a los espías, en modo tal de construir un entorno seguro para el mandatario. No los describo aquí por razones de espacio, pero los guardo tibiecitos por si Tatán me llamase a su vera. Entretanto debe saber que lo importante es el danda, palabra que tiene dos acepciones: cetro y castigo. Danda es la ley de la coerción o ciencia del gobierno (dandaniti).
«De aquí que quienquiera desee el progreso del mundo debe sostener siempre el cetro levantado. Nunca podrá haber un instrumento mejor que el cetro para tener al pueblo bajo control».
(Kautilya. «Arthaçastra». Libro I. De la disciplina).
De nada. Cuando se te ofrezca.