La enseñanza de la guerra en Irak del 2003 debe dejar en claro que hubo un problema del cual hoy se paga caro: sacar a Sadam Hussein del poder. Las supuestas armas de destrucción masiva del despótico líder iraquí llevaron a varios Gobiernos occidentales a unirse en una escalada militar que pondría fin al mandato por 24 años del dictador sunita y al mismo tiempo dejó la región en una inestabilidad desmedida.
El efecto directo de este golpe contra el Gobierno de Hussein fue el empoderamiento de las comunidades chiitas en el país, lo que abrió la posibilidad que su principal competidor, Irán, asumiera un rol más protagónico en los asuntos del país árabe. Cerca de un 60% de la población iraquí es chiita y a través de los ayatolás rigen muchas de las actividades de carácter político – religioso, por lo tanto los mensajes que vienen desde los clérigos iraníes tienen un importante peso.
De esta manera, se dio el primer desequilibrio considerable que se ha manifestado con más fuerza en el crecimiento de la influencia iraní sobre la política del Líbano, manifestado de este modo por el ex Primer Ministro Saad Hariri, por la presencia en el parlamento y con fuerzas militares pro sirias y pro iraníes en el Sur a través del grupo paramilitar y político Hezbolá.
Es también a través de la guerra en Siria (2011) que ha sido aprovechada para que el control del Gobierno iraní asuma más preponderancia, en un territorio que es lo contrario a Irak. Un país con mayoría sunita, gobernados por la familia Al Assad desde 1971 y quienes son alauitas; una rama del islam chiita duodecimano, y quienes han dirigido el país en una combinación entre libertades de los diversos grupos sociales, pero sin contemplaciones en caso de levantamientos populares. Por esta razón, la mano del Gobierno persa está pendiente de que este gobierno aliado no pierda el poder que ostenta, ya que además es a través del territorio sirio que encuentran una de sus rutas de salida para estar frente a uno de sus enemigos más importantes, Israel.
Este rol de influencia desde Teherán le ha permitido ampliar su radio de control y poder en la zona. A esto se debe sumar la influencia que ha logrado Irán en Saná (Yemen) a través de la milicia chiita hutí, como bien lo dejó en claro durante el 2015 el embajador iraní en España, Mohamad Hasan Fadaifard. Este rol de influencia en Yemen ha llevado a golpes de Estado, deslegitimación del poder, y el 4 de diciembre de este año en el asesinato del expresidente Ali Abdullah Saleh en enfrentamientos entre el ejército del país y los hutíes, esto ocurre tan solo una semana después que Saleh rompiera con el grupo chiita y llamara a terminar con el conflicto que está castigando sustancialmente a los ciudadanos del país.
En los territorios palestinos, principalmente en Gaza, el gobierno de Teherán patrocina económicamente a los grupos paramilitares en sus ataques terroristas y guerra contra Israel. La Yihad Islámica, pero Hamas principalmente son captadores de «cooperación» proveniente de Irán, en ocasiones directamente y en otras a través del grupo libanés Hezbolá.
Todo este carácter de influencia, ha cambiado el paradigma bélico en Medio Oriente e impulsa una agenda de contención para evitar que el arrastre o efecto dominó de los movimientos de Irán alcancen más regiones y pongan en peligro el poder que tiene Arabia Saudita en la zona, especialmente porque es allí (en Arabia Saudita) donde se encuentran los dos lugares más sagrados del Islam, Meca y Medina, un detalle para nada menor en cuanto al control y poder.
Pero el costo de invertir todas las fuerzas solo en el contrapeso saudita podría no ser una buena inversión.
El cambio del paradigma en las reformas de Bin Salman
Hay grandes manifestaciones de cambio en Arabia Saudita a través del príncipe Mohammed Bin Salman, quien podría ser el heredero de la dinastía de la casa de Saúd. Desde aspectos económicos, pasando por reformas sociales, y políticas, algo que fue mencionado en un artículo anterior, la idea del príncipe heredero es borrar la imagen de país intransigente y patrocinador del terrorismo internacional.
Los cambios que impulsa el príncipe Salman, incorporaría también una visión del islam más moderado, una reforma que tendría un efecto no calculado por el momento ya que parece una posición idealista por parte del joven líder saudita, pero que de concretarse causaría una revolución interna en el mundo musulmán, siendo demasiado positivos, al estilo de la reforma protestante del siglo XVI de nuestra era.
Si las reformas se van dando realmente, la idea de dichos cambios podrían incluso afectar temas tan sustanciales como el conflicto palestino – israelí pero en una posición muy distinta a la abordada hasta este momento. Según mencionaba el diario The New York Times el 3 de diciembre el plan iría encaminado del siguiente modo:
«Los palestinos obtendrían un estado propio, pero solo partes no contiguas de Cisjordania y solo una soberanía limitada sobre su propio territorio. La gran mayoría de los asentamientos israelíes en Cisjordania, que la mayor parte del mundo considera ilegales, se mantendrían. A los palestinos no se les daría Jerusalén Oriental como su capital y no habría derecho de retorno para los refugiados palestinos y sus descendientes».
Lo expuesto por el rotativo incluye que a los palestinos se les compensaría las modificaciones con inyección de capital económico para que desarrollen los territorios que finalmente dejarían bajo su administración. La propuesta podría estar dentro de los proyectos de cambiar la política con respecto a Israel y lograr así consolidar una coalición árabe – israelí contra el gobierno iraní, labor sellada además desde mayo anterior que hubo una importante firma entre Estados Unidos y Arabia Saudita para una venta de armas por $380 mil millones.
Por supuesto que la pregunta que surge de una eventual alianza entre los gobiernos de Riad y Jerusalem sería, qué ocurriría el día después de que Teherán sea vencido, se terminará la hudna (tregua) y regresará a la vieja guerra entre árabes e israelíes, impulsándose entonces una guerra santa para vencer a los infieles judíos y liberar las ciudades «ocupadas» por estos.
Una vez fuera Irán de la fórmula del Medio Oriente y un dominio sistemático de los musulmanes sunitas en la zona, no sería nada extraño regresar a los viejos vicios, lo que generaría de nuevo un desequilibrio regional, ahora enfocado en el empoderamiento de una sola fuerza religiosa, la saudita con el control de territorios y recursos estratégicos.
Para solventar esta posibilidad de desequilibrio, quizás promover una agenda paralela impulsando el establecimiento de un Estado Kurdo por medio de los Estados Occidentales, con el apoyo de Israel podría contrarrestar cualquier nuevo entuerto que se pueda dar. De hecho que, el no apoyo de los gobiernos de Estados Unidos o la Unión Europea a las intenciones de Masud Barzani de establecer un Estado para los kurdos en Irak, hizo desaprovechar una importante posibilidad de cortar el acceso iraní a su salida hacia el Mediterráneo, en una mala decisión por parte de Washington y Bruselas.
Kurdos como contrapeso moderado
La población kurda es musulmana como el resto de sus hermanos en el Medio Oriente, pero a diferencia de las poblaciones árabes, tienen una visión de la religión menos radical, son una Nación milenaria sin un Estado formal, que ha trabajado por forjar instituciones que les permita en algún momento contar con soberanía.
Desde principios del siglo XX en la partición de Medio Oriente en diferentes regiones, quedaron “atrapados” entre Siria, Irán, Irak y Turquía, siendo este último el lugar donde más kurdos habitan y quienes más negativas tienen con respecto a una eventual independencia que les deje sin una parte importante de su territorio (aproximadamente 230.000 kilómetros cuadrados), pero que podría ser imperativo contar al menos con la región kurda iraquí que tiene un estatus autónomo constitucional desde el 2005 y la región kurda siria de Rojava que se estableció desde el 2013, dejando temporalmente en paz las regiones kurdas en Turquía, recordando que los turcos representan la otra cabeza poderosa de las fuerzas sunitas en la zona, por lo que no se puede promover movimientos independentistas en esta parte por el momento, aunque quizás sí discutir procesos de mayor autonomía, lo cual tampoco puede ser en un corto tiempo. También, dependiendo del avance en el conflicto saudita – iraní, eventualmente se podría contar con una posición autonómica en el Kurdistán iraní.
Esto es en principio para no depender únicamente de la “buena voluntad” del liderazgo saudita, que podría en estos momentos tener una agenda más o menos cercana con los intereses occidentales para contrarrestar a Irán y automáticamente el arraigo de Rusia en la región, pero que no se sabe en un futuro si esto se mantendrá y pudiera convertirse en el nuevo dolor de cabeza para la estabilidad regional. No se puede invertir únicamente en una fuerza como garante de equilibrios favorables para Occidente, ver en el ejemplo de Turquía que con el tema de los refugiados compromete la agenda de Europa, y eso impide que se puedan hacer manifestaciones muy duras contra las medidas del gobierno de Erdogan que van contra los Derechos Humanos en el país, los turcos son un «mal necesario» para los occidentales, hay que tenerlos cerca porque de lejos pueden resultar peligrosos por su rol de influencia que posee.
Los kurdos por el contrario tienen una visión más acorde a los occidentales, tienen relaciones de cordialidad con Israel desde hace décadas y además como ya fue mencionado, poseen una cosmovisión islámica nada radicalizada, defienden a muerte sus valores nacionales, que quizás tienen un arraigo más reciente desde que dejaron atrás las sociedades nómadas, para impulsar el establecimiento de su territorio independiente. Los aportes que puedan realizar las poblaciones kurdas, podrían generar menos dudas de una doble intención que las proferidas por las naciones del bloque árabe. Estos últimos desde hace décadas han buscado la coalición de todos los países en pro de una misma agenda ya sea bajo el estandarte del panarabismo, el panislamismo, ahora al parecer bajo un híbrido panarabislamista, con fuertes reformas religiosas y políticas para ajustarse a la nueva realidad de la región y de las alianzas forjadas en algún momento a la fuerza por el entorno.
Finalmente, si bien pareciera que una alianza árabe – israelí pareciera un milagro de la Era Mesiánica, lo cierto del caso es que no se pueden echar campanadas al viento pensando que esto traerá una paz en el Medio Oriente. Es imperativo sin duda equilibrar la fórmula desde el momento en que se plantean las nuevas soluciones, para que el «día después de mañana», no traiga un desequilibrio más acelerado que el ocasionado a principios de este siglo, cuando fueron las mismas acciones y medidas de Occidente las que ocasionaron el empoderamiento iraní en la región. No sería tampoco la primera vez que algo así ocurre, la guerra contra los soviéticos en Afganistán a finales de los 70 y principios de los 80, Estados Unidos habría dado recursos a grupos islamistas radicales que posteriormente convertirían a los occidentales en sus enemigos y de ahí surge con más fuerza el terrorismo islamista que ha atormentado desde entonces países en diferentes regiones del mundo, será que no aprenden o que el círculo vicioso de la creación de enemigos es parte de esta ecuación.