«Si intentas mantener el tiempo en tus manos, siempre se desliza a través de tus dedos»
(Julián Barbour)
¿Qué es el tiempo? ¿Acaso no es más que una percepción completamente humana? ¿O realmente es un fenómeno concreto ajeno a nosotros? En apariencia nos acompaña desde el nacimiento del Universo, separando nuestros instantes, ordenando los acontecimientos de nuestra propia historia. Hasta hace poco, se creía que era algo absoluto, es decir, que era igual para todos los que lo observaran y todos estarían de acuerdo al clasificar un mismo suceso como presente o pasado. Pero después se descubrió que el tiempo dependía de los observadores y de su movimiento, pudiendo suceder, por ejemplo, que para uno de ellos el futuro sucediera antes que para el otro. De esta manera el tiempo empezaba a ser una entidad más extraña de lo que parecía…
La evocadora imagen en la pintura de Salvador Dalí sobre los relojes derritiéndose es reconocida mundialmente. Se cree que estos relojes son una representación del tiempo en la Teoría de la Relatividad formulada por Albert Einstein. Cuando se le preguntó a Dalí acerca del significado, dijo que no eran más que una percepción surrealista de queso tierno derritiéndose bajo el Sol. La plaga de hormigas en uno de los relojes de bolsillo es un símbolo que aparece en más obras de Dalí, y generalmente se acepta como un símbolo de muerte y deterioro. Dalí dijo que pintó este cuadro para sistematizar la confusión y así ayudar a desacreditar por completo la apreciación que poseemos sobre la realidad misma.
En 1952, el extraordinario Ray Bradbury escribió un cuento llamado El ruido de un trueno (A sound of thunder), en el que una compañía de safaris temporales ofrece cacerías de dinosaurios para sus clientes pudientes. El sistema de este safari aparentemente está diseñado para que los viajeros no introduzcan ninguna modificación en la época de destino, salvo por los animales cazados, que de todos modos habrían muerto de inmediato por otras causas. Sin embargo, uno de los cazadores inadvertidamente pisa una mariposa. Cuando los viajeros regresan, encuentran un mundo muy distinto al que habían abandonado; la leve alteración provocada en el pasado por el cazador ha detonado una cascada de acontecimientos cambiando el rumbo de la historia. No cabe duda que el talento de Bradbury fue precisamente un precursor del Efecto Mariposa en la Teoría del Caos.
De hecho, en casi todas las obras de ciencia ficción se asume que la modificación del pasado reescribe el futuro, (como sucede en la obra de Bradbury), y a menudo este es precisamente el nudo argumental. Es por esto que Skynet envía al Terminator para asesinar a John Connor, o que Marty se esfuerza para que sus padres se enamoren. Y en consecuencia: toda ficción sobre viajes en el tiempo suele encontrarse tarde o temprano con el problema de las paradojas temporales. El ejemplo más clásico es el del viajero al pasado que mata a su propio abuelo, impidiendo su propia posibilidad de nacer.
Pero hay algo que no podemos confundir con el tiempo y es su medida. Nuestras concepciones actuales sobre el tiempo fueron preestablecidas mayormente por las ideologías occidentales. Por supuesto, todas las sociedades han desarrollado conceptos acerca del tiempo y el espacio para organizar su vida diaria y en correspondencia a los fenómenos naturales como el día o la noche, la posición de las estrellas, o el correr de las estaciones. Pero el cálculo del tiempo ha sido mayoritariamente monopolizado por «Occidente»: utilizamos el ciclo sideral, mientras que otras culturas de «Oriente» utilizan la secuencia de los periodos lunares. En ambos sistemas, el inicio del año es francamente arbitrario e incluso la división de los meses.
Sin embargo, la alineación de la semana en siete días es lo más imparcial de todas estas mediciones. En África uno puede encontrar el equivalente de una semana en tres, cuatro, cinco o seis días (frecuentemente asociados a las fechas organizadas por los mercados locales); en China, como referencia adicional, eran diez días anteriormente. La noción del día y la noche claramente corresponde a nuestra experiencia espacial, pero una vez más, la subdivisión en horas o minutos existe únicamente en nuestros relojes y en nuestra mente.
Las distintas maneras de «inventar» el tiempo poseen esencialmente un componente religioso, ofreciendo como puntos de partida la vida de un profeta, de un santo, o algún evento milagroso de importancia. Dichos puntos de referencia irónicamente continúan siendo relevantes, a pesar de que las sociedades actuales se jactan de ser plenamente seculares. El «cálculo lineal» del tiempo, es una práctica intrínseca de nuestra propia vida, que se origina a partir del nacimiento hasta la muerte. No obstante, con el «cálculo cósmico», hay una fuerte tendencia a la circularidad, desde que el movimiento de los astros presenta una noción claramente cíclica.
El tiempo fluye al parecer en un devenir continuo de pequeños instantes, pero entonces ¿qué es lo que llamamos instante realmente? ¿Podría ser infinitamente pequeño? ¿Existe un límite mínimo para clasificar esos latidos minúsculos del tiempo? Si el tiempo transcurre tal como nos parece, ¿dónde está el pasado? Hace sólo un «instante» inhalábamos aire para respirar, estábamos un paso atrás o nuestra mano se encontraba en otra posición, y en ese momento vivíamos físicamente nuestro presente. Pero «pasado un instante» ese aire ya no es el mismo, hemos dado un paso al frente y nuestra mano está en otra posición, tan real como la anterior. ¿Ese instante se habrá evaporado o ha quedado en algún sitio para siempre? De ser así, cada uno de los instantes transcurridos desde el Big Bang podrían haber quedado fijos en su propia dimensión espacio-temporal como fotogramas de una película, y los viajes al pasado serían cuando menos, probables.
De forma similar sería el futuro. Si pudiésemos viajar hacia adelante en el tiempo, significaría que toda la historia del Universo, hasta su final, ha transcurrido ya y que nosotros formamos parte de esos instantes pasados. Paradójicamente el futuro ya habría ocurrido.
Pero los intentos por dotar al tiempo de instantes, nos han llevado a definir una medida mínima en el ámbito de las ciencias, denominada el «Tiempo de Planck», y es lo que tarda la luz en recorrer el menor espacio que se puede medir en el Universo (o que podemos medir al menos), es decir, la «Longitud de Planck», un espacio tan pequeño que por debajo de él, dejaría de existir la geometría clásica. Un fotón lo recorre en 10 -43 segundos. Para que tengamos una idea, en cada segundo hay decenas de trillones de cuatrillones de Tiempos de Planck, un intervalo tan, tan diminuto, que hasta hoy, no ha sido posible de medir, pues el récord del menor tiempo capturado por los científicos se encuentra en 12 attosegundos, es decir, «sólo» doce veces la trillonésima parte de un segundo.
No obstante, ¿recuerda el lector las paradojas de Zenón de Elea acerca del tiempo? Por ejemplo, ¿aquella carrera en la que el héroe Aquiles le daba unos metros de ventaja a una tortuga?
Aquiles llega al lugar en el que se hallaba la tortuga cuando él empezó a correr, pero en ese intervalo de tiempo la tortuga habría avanzado un poco más; y cuando Aquiles recorre esa distancia, la tortuga de nuevo habría avanzado. La conclusión es que Aquiles nunca logra alcanzar a la tortuga porque tiene que recorrer infinitas distancias, que se van dividiendo de manera infinita:
«El más lento cuando corre nunca será alcanzado por el más rápido, porque el que está persiguiendo debe primero alcanzar el punto desde el que está huyendo empezó, por lo que el más lento estará siempre alguna distancia por delante».
Platón consideró a Zenón un sofista incorregible y tuvieron que pasar muchos siglos hasta que sus ideas fueran recuperadas por Newton y Leibniz cuando crearon el cálculo infinitesimal. En palabras de Bertrand Russell:
«En este caprichoso mundo nada es más caprichoso que la fama póstuma. Una de las víctimas más notables de la falta de juicio de la posteridad es el eleático Zenón. Habiendo inventado cuatro argumentos todos inconmensurablemente sutiles y profundos, la grosería de los filósofos posteriores dictaminó que se trataba de un mero prestidigitador ingenioso, y sus argumentos simples sofismas. Tras dos mil años de continua refutación, estos sofismas fueron rehabilitados, y produjeron la fundación del renacimiento matemático».
Pues bien, siguiendo con esta línea de reivindicación posterior, Peter Lynds, un teórico de Nueva Zelanda, parece querer recuperar las asombrosas ideas del movimiento y del tiempo de Zenón, pero no para aplicarlas de nueva cuenta al cálculo, sino a la Física y la Cosmología, sosteniendo que el reloj del Universo no tiene comienzo ni final, aunque pese a ello el tiempo es «finito».
La teoría, que aborda el misterio histórico del origen del Universo junto con otros problemas y paradojas de la Cosmología, plantea un nuevo modo de «digerir» el concepto del tiempo; uno que tiene más en común con la visión "cíclica" sostenida por pensadores antiguos tales como Aristóteles o Leonardo Da Vinci, que con la creencia influenciada por el calendario cristiano y la Biblia sobre un tiempo «lineal», ahora tan profundamente enraizado en nuestra cultura como ya lo anotábamos.
Para ayudar a explicar la teoría, Lynds plantea lo siguiente: «Imagine una taza atraída a cualquier velocidad, grande o pequeña, contra su escritorio. Luego pregúntese si tiene o no una posición relativa determinada con respecto al escritorio en cualquier momento mientras se encuentra en movimiento. Y luego pregúntese, ¿existe algún momento en el cual la taza no esté en movimiento y en que su posición relativa al escritorio no esté cambiando constantemente?».
De acuerdo tanto con la Física antigua como con la actual, la taza tiene una posición determinada relativa al escritorio. De hecho, la Física del movimiento desde la antigüedad y Newton, hasta hoy, toma esta presunción como establecida.
Pero no es así: «Debería ser obvio que no importa cuán pequeño sea el intervalo, o cuán lentamente se mueva la taza durante ese intervalo, ya que la taza siempre está en movimiento y su posición está cambiando constantemente, así que no puede tener una posición relativa determinada. De hecho, si la tuviera, no podría estar en movimiento».
Y Lynds expone que lo mismo puede explicarse sobre la posición relativa de cualquier cuerpo en un instante en el tiempo:
«Si hubiera un instante en el tiempo subyacente al movimiento de la taza, aunque la taza tuviera una posición relativa determinada en ese instante, tal como es la naturaleza de esa noción etérea, también estaría congeladamente estática en ese instante, y por lo tanto no podría estar en movimiento».
Explicado de forma resumida, no existe un cuerpo que esté durante un instante completamente quieto en la naturaleza, por lo que ese instante de quietud, es algo enteramente subjetivo que proyectamos al mundo que nos rodea. En otras palabras, es un producto de la función cerebral y de la «conciencia».
Es decir, no importa cuán pequeño sea el intervalo de tiempo usado para medir la velocidad, o cuán despacio se mueva el objeto, al final debemos aceptar que en ningún momento deja de moverse. La quietud es un fenómeno ilusorio, incluso para objetos que creemos se encuentran en reposo. Por lo tanto, en medio de tales sediciones conceptuales, no quedaría otra opción que aceptar la desintegración del tiempo: absolutamente todo se encuentra en movimiento; o nada se halla en tal estado. El Universo se comportaría como un solo bloque en el que todos los sucesos de la historia, se encuentran aglomerados en una representación ajena a nuestra precaria imaginación. De no existir tal concepto del tiempo, ideas propias de la mecánica cuántica, el principio de causalidad o la imposibilidad de estar presente simultáneamente en dos eventos, comenzarían a abordarse desde un plano completamente diferente al actual.
Y se vuelve más evidente por la «flexibilidad matemática» de la que goza el tiempo en apariencia; desde la gravedad de Newton, hasta la relatividad de Einstein, nunca han existido impedimentos en las formulaciones teóricas, para que éste no pueda moverse en dirección contraria a la que se mueve (o a la que creemos se mueve).
Al parecer, la única alternativa plausible que nos queda por el momento, es sumirse en la «ilusión temporal» del presente infinitesimal, a sabiendas de la existencia de un espacio en el cual, lo que hicimos aún se encuentra allí, lo que hacemos de igual modo, y lo que haremos no se distingue de lo anterior. O tal como un gran físico citado hasta el hartazgo diría: «La gente como nosotros, que cree en la Física, sabe que la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión obstinadamente persistente».
Para finalizar este texto me gustaría asomarme al País de las Maravillas, para ofrecerle al lector mi íntima representación de lo que considero es el tiempo. Un diálogo entre Alicia y el Sombrerero me lo ha mostrado siempre por completo:
«Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo -dijo Alicia- que ir proponiendo adivinanzas sin solución».
«Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo – dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El tiempo es todo un personaje!».
«No sé lo que usted quiere decir» protestó Alicia.
«¡Claro que no lo sabes! – dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio- ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!».
«Creo que no – respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas».
«¡Ah, eso lo explica todo! – dijo el Sombrerero- El tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si tuvieras buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y él, en un abrir y cerrar de ojos, haría girar las agujas de tu reloj: ¡La una y media! ¡Hora de comer!».
«Sería estupendo, desde luego -admitió Alicia, pensativa-. Pero entonces todavía no tendría hambre, ¿no le parece?».
«Quizá no tuvieras hambre al principio -dijo el Sombrerero-. Pero es que podrías hacer que siguiera siendo la una y media todo el tiempo que tú quisieras...».