La bofetada que asesta la humedad al llegar a Manaus (Brasil) es de las gordas. De esas que te hacen quitar el piloto automático de la rutina y pensar «hey, que estás en el trópico. Déjate de tonterías y vive». Parece que el aire pesa más -y lo hace, porque va cargado de micropartículas de agua en su 80%-, que los olores son más fuertes -especialmente los pútridos-, y que los sonidos viajan en otra frecuencia -molesta pero que no enerva-. Estás en la capital de la Amazonía brasileña, donde se disfruta o se padece, pero donde de ninguna manera se es apático o indiferente.
Desde la Fiebre del Caucho de 1889, Manaus es una ciudad grande y comercial, barullenta y de miradas salvajes, fuertes y agresivas. En el puerto se ve un desorden organizado, los olores se intensifican y los sonidos suben de decibelios. Hay un mercado caótico y tienditas de comestibles donde se deben comprar las reservas para el viaje de cinco días en barco básico por el Amazonas. Es el momento de alejarse del asfalto. Es el momento de embarcar y surcar los ríos de la selva: río Negro, Solimões y Amazonas.
El barco no tiene paredes y es de dos alturas. En la parte de arriba se cuelgan las hamacas o redes a modo de camas a la intemperie, aunque cubiertas con un techo que protegerá del rocío mañanero y de la posible lluvia. La ducha y el baño, en el piso bajo, funcionan con agua del río: a veces transparente, a veces color arcilla.
Al comienzo del viaje, el barco surca un agua azul oscuro casi negro y, de repente, como en un cómic de Tintín o Corto Maltés, el rio aparece dividido en dos colores. Y los ves y los tocas. No es fruto de tu imaginación. Se trata del Encuentro de las aguas, donde se juntan -pero no se mezclan- el río Negro y el río Solimões (como se llama en Brasil al tramo de 6 kilómetros del Amazonas que fluye junto al Negro). El primero, azul oscuro, y el segundo, marrón claro. El primero a 2 km/h y 28ºC, y el segundo a 4-6 km/h y 22ºC. Por eso no se mezclan, porque sus aguas tienen densidades, temperaturas y velocidades diferentes. Espectacular.
A los lados, en las orillas de mil verdes, se divisan gasolineras y poblados, y comienzan a aparecer casas flotantes con sus muelles, donde pasar la tarde alimentando a los botos o delfines de agua dulce. Esos de color rosado y con el hocico alargado (Sí, los que en Los Simpson conquistan la Tierra, solo que estos son amigables). Da reparo bañarse con ellos, pero los guías dicen que no hay problema. La misma frase la utilizan cuando has estado pescando pirañas con trozos de carne cruda y te llevan unos metros más allá para que ahogues el calor bajo las aguas. Y es cierto, te bañas y sigues conservando todas las partes de tu cuerpo. Eso sí, te llevarás el color del río plasmado en el traje de baño para siempre.
Cuando cae el sol, un poco antes de que se esconda, despiertan los voraces mosquitos. Para combatirlos no funcionan ni los Gin&Tonics con extra de tónica, ni las cápsulas de vitamina B12. El repelente se hace imprescindible. A pesar del calor agobiante, a esta hora es mejor cubrirse la mayor parte del cuerpo y embadurnarse con anti mosquitos, incluso por encima de la ropa. A las 19:00 la oscuridad es plena. El momento perfecto para avistar los ojitos brillantes de los cocodrilos o jacarés navegando por el río, y las estrellas en un cielo que parece estar más cerca.
Y si pasas la noche en la selva, sobre una hamaca atada a dos palmeras y a pocos metros del río (con un paisaje propio de la película Anaconda), los miedos más terrenales te invaden. Hay un millón de ruidos desconocidos a lo largo de la noche y no consigues conciliar el sueño. Caes agotado en un duermevela que a las 3 de la mañana se rompe por gritos graves y profundos, como de seres humanos imitando a un fantasma.
Miras la hoguera, para comprobar que sigue encendida cumpliendo su función de ahuyentar a los felinos, arañas gigantes y serpientes que has visto o intuido durante el día y, como temes ser devorado, no mueves ni un músculo. Pero todo parece estar calmado. El agotamiento de nuevo te puede hasta las 5 de la mañana, cuando comienzan gritos agudos y sonido de cigarras. Los habitantes de este verde profundo se están despertando y el guía reconoce a cada uno de ellos: para tu alivio, los monos gritan en diferentes tonos.
Navegar, ver especies animales fascinantes, hacer el Tarzán con las lianas, comer frutas exóticas que desconocías, apreciar las constelaciones con claridad y descubrir miedos que te hacen sentir insignificante en este paraje. Este viaje no estaría completo sin el contacto con la gente local y su realidad. En los tours organizados se visitan las comunidades de la selva, donde sus habitantes te reciben con la cara pintada y ataviados con faldas de hojas como en las películas: ellos con el tronco descubierto y ellas con sostenes de cocos tapando los senos. Escenifican una danza y crean músicas tribales a partir de tubos de bambú.
Esta realidad entristece enormemente, quizá porque han relegado sus costumbres, quizá porque viven igual que tú, pero te muestran otra cara, o quizá porque su forma de ganarse la vida es rendirse a ideas preconcebidas por el mundo del cine. Lo que realmente merece la pena es pasar un rato con ellos tras la puesta en escena. Son gente sufrida pero sonriente, curiosa y noble. Los niños son cariñosos pero también pobres y aprovecharán la mínima oportunidad para pedir. Los guías recomiendan no darles dinero, aunque sí juguetes o utensilios para el colegio. Si no tienes nada de eso, verás que con una sonrisa y una historieta de tu mundo también serán felices.
El vasto territorio que comprende la Selva Amazónica, y que se reparte entre nueve países de América del Sur, ofrece lujos que no se miden en bienes materiales. El verde profundo de la Amazonía se te queda grabado en la retina para siempre; la inmensidad de su río eterno consigue que te consideres insignificante; y las leyes no escritas de este rincón que prohíben no sentir te despiertan reflexiones de una simpleza y cotidianeidad sorprendentes.
Datos de interés
Manaos era el nombre originario de la ciudad, y también como actualmente se escribe en castellano. Derivó a Manaus por una evolución del idioma portugués.
De 1890 a 1920, con la Fiebre del Caucho, la ciudad de Manaus se desarrolla y avanza más que ninguna en Brasil, por lo que se la conoce como El París de los trópicos. Tenía tranvías eléctricos y edificios modernos e imponentes.
El Amazonas es el territorio verde más grande del planeta Tierra.
Al Amazonas de Brasil también se puede llegar desde la ciudad de Belém en barco (las carreteras a Manaus son inestables).
A Manaus llegan los aviones diarios desde São Paulo, además de con menor frecuencia de otros puntos del país, Panamá y Miami.
El 99,36% de la población de Manaus vive en el área urbana y el 0,64% en un entorno rural (según un estudio del IBGE para 2017).