Este noviembre se ha cumplido un año de la muerte del gran, del grandísimo, Leonard Cohen. El artista canadiense nos dejó con 82 años y aun así pareció demasiado pronto. Suele ser el caso con figuras tan icónicas, da igual cuando se vayan, el mundo se hace más pequeño sin ellas.
Leonard Cohen fue un artista que, como Dylan, quizá también podría haber ganado el Nobel de Literatura, ya que además de cantante era poeta, aunque se le recuerda por esa voz grave suya, una voz que sonaba cálida y calmada pero que poseía una fuerza abrumadora, capaz de domar leones y de calmar la más salvaje de las ansiedades, pero, por otro lado, también una voz que causaba sed entre sus seguidores cuando paraba de cantar y que podía incluso dejarte desolado al final de la actuación.
La muerte de Cohen supuso el fin de un artista icónico y de culto, alguien solemne y majestuoso en el escenario, que causó escalofríos a generaciones enteras y que escribió auténticos himnos, entre los que destaca Hallelujah, una de las canciones más versionadas de todos los tiempos, y seguramente también de las mejores jamás escritas.
Tengo muy presentes también los últimos álbumes que publicó: Popular Problems y You Want It Darker; lejos de ser un triste epílogo fueron auténticas obras de arte aclamadas por todo tipo de públicos, con canciones como «Nevermind», la canción de los créditos iniciales de la segunda temporada de True Detective, o «Did I ever love you», una de mis canciones favoritas, una pequeña joya que atrajo menos atención pública de la que hubiera debido en su momento y que es capaz de levantarle a uno el espíritu y de hacerle tener ganas de llorar a la vez, por imposible que suene. Pero esa es a veces la magia de los más grandes, esa capacidad para generar todo tipo de emociones en poco tiempo y sin saber por qué ni de dónde salen.
Leonard Cohen fue uno de esos artistas de otro tiempo. En un mundo musical comercializado y de ídolos efímeros, el canadiense creció con el paso de los años y a fuego lento, deslizando álbumes maravillosos y canciones deliciosas. Cohen fue una rara avis y es posible que no veamos a nadie igual, por lo menos durante mucho tiempo.
Recuerdo que al poco de anunciarse la muerte de Leonard Cohen leí en un periódico que la voz de Cohen saciaba, y que al irse habría mucha sed. Ni el periodista que lo escribía sabía cuánta razón tenía.