En una reciente visita a Cartagena, una ciudad que ha sufrido un espectacular avance gracias a las numerosas actuaciones arqueológicas, arquitectónicas y de promoción turística que está desarrollando, tuve la suerte de encontrar un proyecto al que merece prestarle especial atención.
Se trata del nuevo Hospital de Santa Lucía, un prototipo de nueva manera de ver los espacios asistenciales, desde parámetros sociales contemporáneos y, en cierto modo, irrenunciablemente arriesgados. Y digo esto porque, en un primer momento, llama la atención la idea que le da origen:
Hacer un complejo sanitario que integre muchos otros usos en su interior. Un hospital con zona comercial, piscina, zonas deportivas… un edificio multifuncional, híbrido, que permita ofrecer al usuario una experiencia más amplia que la solo asistencial.
Como idea es brillante. Un pedazo de ciudad, con sus calles exteriores, sus plazas de reunión y algunos comercios que la animan. Pero la visita decepciona. Y no por el propio edificio en sí, que me parece de gran calidad. Sino porque nace fallido en su implantación en el territorio, urbano y social.
El complejo se nombra como uno de los barrios más degradados de la ciudad, en los arrabales de la misma, y se sitúa frente a él. Pero con tan poco acierto, que la propia autovía de llegada a Cartagena lo separa del núcleo urbano al que asiste. Una fractura que resulta letal para su funcionamiento.
Una vez allí, descubres un gigante dormido, una ballena en los huesos. Generosos espacios comunes sin nadie utilizándolos. Dos o tres pequeños comercios vacíos porque parecen no haber tenido nunca clientes allí. Una magnífica piscina climatizada, pero vacía también, sin uso. Y una cubierta con una divertida pista de running al sol que más calienta… desértica.
Sus espacios comunes, los urbanos, están muertos. Bueno, «malitos», enfermos, enfermos de una insuficiencia crónica, que es la desacertada elección del lugar y quizá, también, de la escala de la intervención. Y es una pena, porque el edificio es de buena factura, plantea algunas ideas novedosas (y bien resueltas) como son los baños de las habitaciones ubicados en fachada, obteniendo así sol y luz, ventilación natural. Algo muy lógico y necesario, incluso sano. El edificio es arquitectónicamente notable.
Pero en esa posición, esas inmensas playas de parking previas, esos espacios de escala gigante, no empatiza con el barrio y sus gentes. ¿Quién va a ir allí a bañarse, a correr, a comprar, si hay que coger el coche, cruzar la autovía, y luego, destinar tiempo a todo ello? Desde luego, los familiares de los pacientes, no. La población del barrio de Santa Lucía, parece que tampoco.
Siendo buena la idea, ha faltado darle ciudad. Insertarlo en ella, no llevarlo a una lejana ladera. El edificio es una microciudad, y como tal, necesita de la calle para sobrevivir. No vale con crear una calle a la que no se llega andando desde la misma ciudad. Una pena, que invalida un prototipo muy interesante