No diré «presunta» violación, porque para mí está probada. Está probado que la mujer es un objeto para el disfrute de los hombres y de los niños. La mujer no es más que una madre, una sirvienta o un conjunto de orificios donde meterla en esta sociedad patriarcal que nos denigra hasta el infinito y más allá.
Sí, lo han imaginado bien. Estoy pensando en la chica de 18 años a la que violaron en Pamplona, en las fiestas de San Fermín, cinco energúmenos que se consideran «la manada». Una manada de cerdos misóginos y, para más inri, borregos. Pero en este país más te vale ser borrego que ser lobo. El papel de lobo está muy supeditado al apellido, a los genitales (si tienes vagina olvídate) y al cargo –en el grupo de violadores había dos, militar y guardia civil-.
Luego, a los de las banderitas españolas, les gusta hablar de democracia, y de igualdad, y de todas esas mierdas que en realidad no importan a nadie (excepto a quien las sufre). Es como si yo me pusiese a hablar de microbiología, algo sobre lo que no tengo ni idea. Así va España en Derechos Humanos, y más concretamente en lo de reconocer que las mujeres son humanas, cual elefante en una cacharrería. El retraso (mental) de este país, de su sociedad machista que mata y de sus políticos, es evidente.
Los juzgados de Pamplona se han teñido de un oscuro velo negro. Oscuro, muy oscuro, porque victimizan al culpable y culpabilizan a la víctima. Sí, la víctima es ella. Dejad de echaros las manos a la cabeza. Sí, ella es la que está sufriendo porque una banda de cabrones la metió en un portal y, mientras los machotes se jaleaban unos a otros, la violaron. La violaron. La violaron. Lo repito porque con toda esta mierda de ser políticamente correcto se habla de agresión, y agresión puede ser cualquier cosa. La violaron, se la follaron sin su consentimiento e independientemente de su opinión, de su decisión, de su dignidad.
Pero, a pesar de los vídeos y de los mensajes de WhatsApp de los acusados antes de ir de fiesta a Pamplona («Luego queremos violar todos» o «llevamos burundanga»), a pesar de que estén implicados en otra violación en Andalucía, a pesar de que son culpables, la que tiene que demostrar su inocencia es ella. Y es que, en este maravilloso país llamado España, la mujer tiene que demostrar que no es una guarra… y aunque lo fuera, no parece razonable (en un supuesto Estado de derecho) que eso otorgue potestad a nadie para violarte, igual que ser un ladrón corrupto no implica que puedan robarte impunemente ni que seas un asesino que deban matarte, ¿no?, porque ya no tendrían que quedar políticos en este país. Pero quedan. Muchos. Demasiados, diría yo.
Las mujeres, sin embargo, desaparecen a un ritmo bestial. Sí, bestial. Por las bestias que las matan. 60 al año, nada más y nada menos. Pero cuando una niña decide denunciar a la panda de bestias que la violaron, los jueces, los medios de comunicación y parte de la opinión pública de este país de mierda la juzgan a ella. «A ver si es que se lo merecía…», dicen. Por eso, se admite como prueba, en los juzgados, un informe sobre la vida de la víctima tras la violación, pero no los mensajes que se intercambiaron los energúmenos hablando de violar. Para qué. Igual era broma, oye. Aunque luego violaron. Aunque ya hubieran violado. Pero que ella haga una foto de una camiseta que pone «Hagas lo que hagas, quítate las bragas» es un signo inequívoco de que quería ser violada por cinco bestias. De que lo merecía. De que lo buscaba.
Y aún hay algún imbécil que te dice que nosotros, los pobres, no podemos entrar a valorar qué pruebas admite un juez. Dependerá del juez, digo yo. De su capacidad, de su profesionalidad y de sus actuaciones. En este caso, de justo no tiene nada y, por desgracia, no es la primera vez ni la última en la que encontraremos algo similar… estos días hemos visto varias sentencias que asustan. Por ejemplo, que un señor abusa de una niña de 5 años y se le rebaja la condena porque «la niña no se resistió». Sí, es lo que dijo otro de esos jueces tan competentes que tenemos en España. O, como hizo otra magistrada, preguntarle a una mujer violada «si cerró bien las piernas».
Estoy segura de que la niña de 18 años que fue a San Fermín de fiesta no quería acabar la noche en la comisaría ni en el hospital. Estoy segura de que, si realmente hubiese querido montárselo con cinco tíos a la vez, no habría terminado la noche llorando, ni magullada, ni denigrada. Estoy segura de que alguien que se está divirtiendo con otro alguien no necesita robar su móvil (como hicieron los cinco cabrones con la niña).
Estoy segura de que si hubiese sido consentido no habría denunciado porque, y por mucho que algunos se empeñen en hacernos creer lo contrario, los datos acreditan que las denuncias falsas de mujeres agredidas o violadas no llegan a suponer el 0,1% de las denuncias. Pero sólo oigo hablar de denuncias falsas y de lo malas malísimas que son las chicas que quieren joder a los chicos (cuando en la práctica es al revés).
Lo que está ocurriendo en Pamplona, además de vulnerar la intimidad, la dignidad y la vida de una chica, nos incumbe a todas. Porque «la manada» es este sistema injusto y desigual que nos pide, a las mujeres, más explicaciones, más esfuerzo, más compromiso y mejor comportamiento que a muchas de las bestias que se empeñan en autodenominarse hombres.