Hace unos días, llegaba a mis manos un artículo donde el titular era ¿Por qué la caza ayuda a un correcto funcionamiento de los niños? señalando posteriormente que «actividades que se desarrollan en un entorno natural, como la caza, hacen que los niños aprendan de la naturaleza a la vez que experimentan. Pero no sólo les proporciona un beneficio a nivel físico, sino que también es importante para la parcela emocional. Las actividades como la caza, que se desarrollan en pleno medio natural, les proporcionan herramientas para que sean capaces de lidiar mejor con el estrés y la autonomía».
Todo esto, como «solución» a la problemática de que «desde los más pequeños de la familia hasta los más longevos están en continuo contacto con las tecnologías. Tanto es así, que en muchos casos estos nuevos dispositivos llevan a los más jóvenes a un aislamiento que les impide conocer aquello que les rodea. Esto puede conllevar, y en la mayoría de los casos es así, la aparición del Trastorno por Déficit de Naturaleza (TDN) [...]. El Trastorno por Déficit de Naturaleza (TDN) forma parte de un conjunto de problemas que, genéricamente, se denominan enfermedades psicoterráticas, que son trastornos que tienen su origen en una deficitaria o patológica relación con el entorno en el que vivimos».
¿Qué creen que puede sentir una psicóloga que se declara humanista hasta la médula y pro desarrollo humano al leer este artículo y esta propuesta de estrategia de manejo de estrés en una sociedad como la que vivimos hoy? Ya no hablo de la que vivieron nuestros antepasados, que sí tenían que salir de caza para conseguir alimentos, ni de sus de niveles de socialización y respeto a la vida que creo sería injusto y ridículo evaluar desde el hoy. No, no hablo de ellos, hablo de nosotros, de nosotros inmersos en una sociedad en la que casi ya no nos vemos, con jornadas laborales extenuantes y con apenas tiempo para justamente fomentar aquellos vínculos donde pueden emerger, desde el amor, estrategias de manejo del estrés... ¿cómo decirlo? ¿Más provida?
Mientras leo, recuerdo a M. Bowen afirmando que, cuando las personas estamos realmente conectados con nuestro sí mismo, no tendemos a dominar al más débil ni a cosificarlo. Entonces, ¿de qué nos habla esta estrategia de manejo de estrés realmente dentro de este entorno que estamos viviendo?.
No voy a negar que el leer este artículo me sacó, me sacó por varios motivos.
- Primero porque utilizan el argumento del desarrollo humano, poniendo en contraparte la muerte como camino, cuando el desarrollo es vida, es construcción y no pulsión de muerte. ¿De qué perfil hablamos cuando nos parece normal afirmar y enseñar que para, manejar el estrés, hace bien cazar (matar)? ¿Y que este camino también fomenta el desarrollo de la autonomía en los niños? ¿Para qué tipo de entorno los están preparando y qué tipo de perfiles saldrán de ahí? Pregunto.
Porque estas afirmaciones no ocurren en cualquier entorno, ocurren en un entorno y momento en el que muchos padres buscan referentes e información para desarrollar sus habilidades parentales e impulsar sus modelos de crianza. ¿Qué modelos estamos levantando con estas afirmaciones?.
Segundo: estas afirmaciones se dan en un entorno en el cual podemos identificar una normalización de la violencia en muchas áreas. ¿Qué mensaje entregamos a la gente cuando decimos que cazar (matar) ayuda a manejar el estrés?
Tercero: estamos inmersos en una sociedad altamente competitiva, donde la creencia de la supervivencia del más fuerte se traslada a nuestras propias dinámicas de relación.
Cuarto: vivimos un momento donde existe un discurso que comienza a normalizar el uso de armas y mayor control ante un escenario que se nos pinta inseguro….
No quiero seguir sumando, pienso, cuando algunos están proponiendo enseñar a los niños a cazar y por tanto a manejar armas.
Aparecen argumentos de apoyo al artículo y separo aguas pensando que una cosa es cuando nuestros antepasados cazaban por supervivencia, para alimentarse, otra el cómo la naturaleza y el contacto con la misma potencia un estado de bienestar, y otra muy distinta es argumentar, como plantea este artículo, que la caza sea buena «para la parcela emocional porque les proporcionan herramientas para que sean capaces de lidiar mejor con el estrés».
La falta de contacto con la naturaleza y ese aislarnos y no compartir que utilizan como argumento para justificar los beneficios de la caza, me pregunto irónicamente si no tendrán más que ver con el estilo de vida que tenemos, ese que nos enseña que tenemos que dedicar casi el 90% de nuestro tiempo a trabajar y a competir entendiendo que la ciudad es una selva donde el león mas violento es el que gana. ¿No tendrá que ver con que es justamente esa posición de caza en el espacio social lo que nos está restando en nuestra capacidad de vincularnos también?, me pregunto.
Puedo entender que para algunos la experiencia de la caza llegó a ser un espacio donde encontraron la posibilidad de estrechar el vinculo emocional con sus padres, como la historia personal que un psiquiatra me compartía hace unos días a raíz de la crítica que realicé a este articulo al que hago mención, y puedo entender que desde ese espacio emerja el significar esta experiencia como un lugar de encuentro. Sin embargo, si estamos en esto, ¿por qué no hablamos mejor del fondo?
¿Por qué no hablamos de los factores relacionales que influyen en cómo y cuándo aprendemos a manejar el estrés y potenciamos la autonomía para no caer justamente en la necesidad de este tipo de estrategias?Hablemos del vinculo afectivo, de la experiencia de saber que hay otro que está, que nos ve, que nos escucha y al cual podemos acudir ante situaciones de peligro, alguien que refleja nuestras herramientas. ¡¡Hablemos de pulsión de vida!! Porque la relación que establece esta nota caza = positivo para manejar el estrés y la autonomía, es equivoca y casi aberrante. ¿Vamos matando por tanto porque nos hace bien? ¡Venga aquí una estrategia nueva! Porque el abrazo y la capacidad de vincularnos desde la afectividad... ¿no llega?
Aunque sea más fácil y funcional hablar de la caza, lamentablemente si aceptamos este tipo de argumentos seremos coherentes con la sociedad que estamos creando. ¿Por qué no nos preguntamos por qué se produce este síndrome al que hacen referencia mejor en vez de proponer la caza como solución?
Vivimos en una sociedad altamente competitiva, donde la lucha por ser el más fuerte parece convertirse en bandera de muchos, donde, a su vez, tenemos a padres y madres estresados y casi sin tiempo para compartir con sus hijos justamente porque son presas de un sistema que funciona como un león, un sistema que dificulta la posibilidad de estar presentes para ayudar a los niños a desarrollar estrategias de manejo de estrés provida, que hablen de empatía, no de muerte. Desde ese lugar social en el que estamos, es fácil que los seres humanos reproduzcamos patrones de dominación como el que este artículo plantea.
Sí, es más fácil hablar de la caza, que de lo que está pasando y ha pasado en casa, que es donde se forjan o pueden forjarse habilidades como la empatía y el manejo del estrés, como es más fácil hablar de caza que de la necesidad de cambiar horarios e impulsar habilidades parentales por ejemplo.
Este tipo de argumentos facilitan mantener un sistema donde quien puede impactar desde el afecto y el amor a la vida -no desde matar- en el desarrollo de estrategias frente al estrés más constructivas, no puede estar del todo, porque está compitiendo fuera para sobrevivir... ese otro fundamental hoy por hoy está hasta el techo de trabajo, con niveles de estrés disparados, con poco tiempo y recursos como para compartir momentos.
«Hay niños que jamás han estado en el campo, no conocen de la naturaleza más de lo que leen de ecología, están encerrados en mundo cibernético solitarios y torpes», me señala el psiquiatra en mi muro de Facebook. Pero, ¿dónde está nuestro espacio y tiempo para compartir, disfrutar y estar conectados entre nosotros? Algo nos deberían decir las cifras de suicidio infantil y juvenil que tenemos en nuestro país. Pero la pregunta es: ¿caza o llenar de afecto y capacidad de vinculación nuestra casa?.
No es la caza lo que nos permite impulsar el desarrollo emocional ni potenciar el equilibrio, no es el reproducir un ejercicio de dominación destructivo, porque bajo las características de la sociedad que vivimos así leo esta propuesta, y ahí veo el riesgo. ¿Por qué no hablamos mejor de lo que rodea la caza? Y así comenzamos a comprender que antes de enseñar a matar debemos aprender a amar sin someter y sin violentar a nadie. Quizás así comprendamos que el desarrollo humano pasa por otro camino y podamos construir sociedades distintas.
Por qué no hablamos de afecto, mejor, de vinculación, porque no es la caza, es la casa, y en este caso, más que la caza, es el lugar de encuentro que posibilita, es el compartir, el dialogar, el ser cómplices , el contacto con la naturaleza e incluso posiblemente la sensación de logro, la sensación de apoyo, la adrenalina. Luego la relajación… y mil sentidos emocionales y procesos químicos que hacen que las experiencias se sellen de forma tan acentuada.
¿De verdad no existen otros caminos para lograrlo? Porque a mí se me ocurren varios que no hablen de muerte, caminos que desde el afecto y las relaciones son posibles para impulsar el desarrollo del plano emocional y de estrategias más sociales frente al estrés que hoy estamos ignorando. Oxitocina, endorfinas, adrenalina. ¿De dónde más las sacamos y a dónde nos remiten? Claro que sí: existen otros caminos. El punto para mí es hasta qué grado nuestra sociedad, la educación emocional que hemos tenido y la forma en que vivimos está facilitando que eso ocurra…