El próximo 4 de diciembre de 2017 es la fecha límite que marcó el Real Decreto Legislativo 1/2013, de 29 de noviembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social, para que todos los edificios fueran completamente accesibles a las personas con limitaciones físicas, sensoriales, psíquicas o intelectuales.
Pues a falta de apenas dos semanas para que lleguemos a ese día, la realidad dista mucho de ser la idónea. Colectivos ajenos al mundo de la discapacidad como la Asociación de Consumidores Facua han mostrado su desazón por la falta de sensibilidad de las Administraciones con este colectivo. Esta entidad emitió en fechas pasadas un comunicado en donde denunciaba la falta de sensibilidad de muchos gobernantes hacia las personas con discapacidad.
Y es que la existencia de barreras arquitectónicas continúa siendo el gran lastre que muchas personas con una discapacidad tienen que sortear en su día a día. Pero no pensemos que esta falta de sensibilidad es ajena a las personas que vamos a denominar «normales»: personas que no padecen ningún tipo de discapacidad.
Todos caeremos algún día en situaciones de discapacidad
El presidente de la Plataforma de Enfermos Crónicos, Tomás Castillo, que es toda una eminencia dentro del colectivo de la discapacidad en lo que refiere a la reivindicación de los derechos de estas personas, tiene una hipótesis contundente: «todas las personas sufriremos algún tipo de limitación similar a la discapacidad a lo largo de nuestra vida».
Ya conocemos que vamos a disfrutar de una esperanza de vida mayor de la que han tenido generaciones anteriores. Ahora mismo, España es el segundo país del mundo con la mayor expectativa de vida (85,6 años). Para llegar a estas edades tan longevas en la parte del mundo que llamaremos desarrollada hemos tenido que reducir drásticamente la mortalidad infantil, consecuencia de que una mayor parte de la población disponga de más y mejor alimentación, a la lucha eficaz contra las epidemias que provocaban altas tasas de mortalidad, y en definitiva a la mejora de las condiciones de vida.
Muchos avances tecnológicos pero no tenemos cura para la vejez
Pues bien: viviremos más, pero aún no hemos encontrado un remedio para evitar la vejez. La edad trae consigo los achaques, el deterioro físico y cognitivo. El aumento de la esperanza de vida ha venido acompañado de la proliferación de enfermedades que antes no eran tan comunes como el Alzheimer, por ejemplo.
Y son esos achaques de la vejez la que provocará que una gran mayoría de las personas que lleguen a esa edad media de la esperanza de vida e incluso la supere la que nos harán caer en situaciones de discapacidad. Situaciones que serán menos limitantes para nosotros si no existen barreras en nuestras calles y edificios. Siguiendo este razonamiento, dar apoyos a este colectivo no es una cuestión de solidaridad ni de caridad; responde a una necesidad propia de cada uno de nosotros, porque en un futuro seremos los beneficiarios de una barandilla, un ascensor, una plataforma o un bordillo rebajado que ahora, cuando disfrutamos de la «normalidad», no lo vemos necesario.
Porque una accesibilidad limitada quiebra los derechos de un colectivo de personas muy vulnerables. Si a una persona con discapacidad auditiva no le facilitamos la escucha, es difícil que pueda dar una respuesta a una solicitud de la Administración. Lo mismo que le ocurre a una persona con discapacidad visual que no disponga de un texto transcripto al braille, una persona en silla de ruedas que tenga dificultades de acceso a un edificio público porque no existe un elevador para salvar una escalera.
Nadie es «normal»
Las ciudades están diseñadas para las personas «normales». Pero ahora os pregunto: ¿existe la «normalidad»? La respuesta es NO: la normalidad no existe. A medida en que la Ciencia avanza en el conocimiento de la genética, llegó a la conclusión de que no existe un genoma humano ni una definición general que caracterice a todas las personas.
Porque todos los seres humanos tenemos alteraciones genéticas; no existe nadie que pueda decir: yo soy genéticamente normal, que responda a un valor. Y esas alteraciones van a condicionar una serie de cosas como que se nos caiga el pelo o si somos más propensos a sufrir una enfermedad.
En este punto, abro un paréntesis: también los hábitos tienen mucho que ver, no solo estas alteraciones se explican con la Genética. Pero en esta área de estudio de la biología está marcada una diferencia que hace que el parámetro de la normalidad se nos caiga. Surge entonces un nuevo paradigma, con una base más científica que la genética, que es la diversidad.
Somos diversos, somos diferentes
Todas las personas somos diferentes, y los somos porque genéticamente somos diferentes, no nos parecemos ni siquiera a nuestro padre (somos parecidos, pero no tenemos una genética compartida con nuestra madre). Padres y madres no tienen una genética compartida.
Ese intercambio genético de la diversidad produce la riqueza en la vida y que seamos cada vez más capaces de superar incluso enfermedades. La vida se abre camino a base de compartir información genética variada, diversa. Y la diversidad es la clave de la progresión en la vida.
En definitiva: todas estas reflexiones quieren servir de alegato para la defensa de ciudades accesibles para todo el mundo. Apelo a la sensibilidad de todos y cada uno de nosotros para que veamos esta necesidad y facilitemos la aplicación de las medidas que sirvan para hacer la vida más fácil a muchas personas que lo necesiten. Porque recordad: mañana las vamos a necesitar nosotros.