Reconocida universalmente por su belleza y su patrimonio cultural, Praga, Praha, la capital de la República Checa, la Ciudad Dorada o de las Cien o de las Mil Torres, es hoy una metrópoli que, desde la preeminencia del viejo continente, desde el corazón del mítico Reino de Bohemia o desde la superada reminiscencia de la sovietizada Checoslovaquia, incluso desde la propia Universidad de Carolina (1348), la más antigua de Europa Central, se abre al mundo hacia y desde el Este y el Oeste.
Si bien sus orígenes se remontan a la prehistoria, lo cierto es que tras los primeros asentamientos de tribus celtas, pueblos germánicos, eslavos y ávaros, Praga cobra su verdadera relevancia en la Edad Media, cuando los fabulosos Libuše y Premysl, iniciadores de la dinastía Premyslida, fundan la ciudad a finales del siglo IX. A partir de ese momento, Praha inicia una etapa de esplendor en la que se convierte en uno de los enclaves sustanciales de Europa. Después sufre el impacto de las dos guerras mundiales, las dictaduras nazi y prosoviética. Pero con la caída del Muro de Berlín, la capital checa ha vuelto a recobrar su celebridad. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1992 gracias a su Casco Histórico hoy es, de hecho, una de las 20 ciudades más visitadas del mundo.
Todas las corrientes culturales y estilos arquitectónicos se dan cita en Praga. A la ya mencionada Universidad Carolina, y a su precioso casco antiguo con destacadas representaciones de los estilos barroco y gótico, se suman los distintos barrios de la ciudad que han conservado con total lealtad en sus edificios y monumentos su atmósfera singular; la propia de la Edad Media, el Renacimiento, el siglo XVIII, el Modernismo, la cultura judía... ¿Saldo patrimonial? Más de 2.000 monumentos, más de 400 torres, casi una decena de islas, una veintena de puentes y en torno al medio centenar de museos y salas de exposiciones.
Las posibilidades de itinerarios culturales y turísticos, por tanto, son más que copiosas –como su calórica gastronomía, dicho sea de paso, con predominio carnívoro, vacuno y porcuno, con el afamado goulash como plato más emblemático, sin olvidar el sürkrüt o choucroute, la cabeza de jabalí o las salchichas maceradas con sus respectivos y contundentes condimentos y acompañamientos.
La ciudad natal del universal Kafka, narra así un intrincado «proceso» lúdico con incontables capítulos. Perderse por sus recoletas y vistosas calles es una experiencia inconmensurable. Por ejemplo, bajar desde el conjunto arquitectónico o ciudadela del Castillo de Praga hasta la Plaza de la Ciudad Vieja. En este tránsito desde el mayor castillo del mundo, originario del siglo IX, antaño residencia de los reyes de Bohemia y hoy Palacio Presidencial de la República Checa, podremos contemplar desde bellos palacios a importantes construcciones de arquitectura civil y religiosa.
El arte de los estilos gótico, barroco, renacentista, románico, se muestra en todo su esplendor en iglesias, palacios, conventos, viviendas y residencias. Es fácil e imprescindible comprobarlo en la impresionante Catedral de San Vito (basílica gótica de tres naves, 124 metros de longitud, 60 metros de ancho de crucero, una altura interior de más de 30 metros, 80 metros de altura de las torres que la escoltan, 96 metros de altura en el campanario, con sus tres campanas que llegan a alcanzar las 18 toneladas de peso); las iglesias de Santa María, de San Jorge… o los bellos jardines del conjunto, como el Real, el del Paraíso y el del Bastión. Y desde allí, llegar, por ejemplo, al modesto, popular y apacible Callejón del Oro, con sus casitas de colores y comercios de artesanía; al Antiguo Palacio Real (siglo IX); la Basílica de San Jorge (siglo X); o las torres Daliborka, Negra, Blanca, De la Pólvora… En definitiva, un paseo por más de mil años de historia.
Muy cerca, se encuentra el barrio de Mala Strana y su plaza central; un enclave ideal, por otra parte, para hacer una pausa y restaurarse debidamente gracias a su notable oferta de cafeterías y restaurantes. Cerca de este populoso punto de destino, también encontraremos la Iglesia de Santo Tomás, con su monasterio y su propia cervecería artesana –la cerveza es uno de los orgullos de la nación checa– fundada en 1358. El entorno nos deja pinceladas artísticas y miradas poéticas a las casas-palacio de los Tres Violines, de Barraco Mozín o de Thun-Hohenstein; o las típicas tabernas de Bonaparte o Kocoura (“el gato”), además de cafés y tiendas de antigüedades. Virtuosos violinistas y pianistas callejeros amenizan el paseo con sus tradicionales trajes de época.
Otra posibilidad es efectuar el denominado Camino Real. Hoy, el cortejo turístico emula al de las pretéritas coronaciones de reyes checos, comenzando por la Puerta de la Pólvora (uno de los trece portones de la muralla que daban entrada a la ciudad). Sus 65 metros de altura la convierten en un mirador privilegiado. Su panorámica sobrecoge, al igual que el propio repertorio monumental en esta zona: la modernista Casa Comunal con su gran sala de conciertos; la gótica y peatonal calle de Celetná; los palacios Buquoy o Hrzán; las casas del Ciervo de Oro, Menhart o el barroco Palacio Caretto-Millesimo.
Desempañamos nuestras retinas de tanta emoción, porque aún queda mucho por ver: el carismático y complejo reloj astronómico (datado en 1410) frente del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja; el propio edificio consistorial, construido en 1338 sobre una antigua casa gótica, con magníficas ampliaciones posteriores neogóticas. En la propia Plaza de la Ciudad Vieja, también podemos regocijarnos con la contemplación del templo gótico de Tyn o la Iglesia de Nuestra Señora, con sus dos torres de 70 metros de altura, el Palacio Goltz-Kinsky, obra del gótico tardío con sus colecciones de grabados; el antiguo palacio ciudadano de la Campana de Piedra, hoy salón de exposiciones y conciertos; o la bella iglesia barroca de San Nicolás.
Auténtico punto de encuentro, de partida y de llegada, la bulliciosa Plaza de la Ciudad Vieja, con sus entrañables talladores de cristal de copas, vasos o jarrones personalizados al momento, es el perpetuo penúltimo atractivo de Praga. Siempre nos quedará algo pendiente. Por ejemplo, el Puente de Carlos sobre el río Moldava (siglos XIV-XV): un genuino pórtico –de nuevo ambientado con toda la geografía y “fauna” etnográfico-artística-cultural-artesana imaginable–, con las 30 figuras escultóricas que flanquean desde el siglo XVII los 16 pilares sobre los que se asientan sus colosales 520 metros de longitud y 10 metros de anchura.
Pero llega la noche, qué duda cabe. Y en ella, la protagonista indiscutible es la luz: la previa de sus bellos atardeceres, la hermosa de la iluminación de sus monumentos, la romántica de las entrañables farolas de gas. La Ciudad Vieja también tiene sus puntos especiales donde ver y ser visto, y el propio Puente de Carlos es un reconocido enclave de algunas de las principales discotecas de la capital checa. Pero es especialmente la Ciudad Nueva la que espera a aquellos más propensos al ocio nocturno.
En torno a la Plaza de Wenceslao se desarrolla el centro comercial y financiero de Praga. Tiendas, hoteles, salas de fiestas y de conciertos, despliegan todo su gancho para el shopping y el consumo festivo: la Ópera del Estado, el Teatro Nacional, el Rock Café o la emblemática cervecería, restaurante y cabaret U Fleku (abierto todo el día, con capacidad para más de mil de personas, donde fabrican su propia cerveza).
Y para los más sibaritas o apegados al turismo gastronómico, dos restaurantes de alta cocina innovadora y distinguidos con estrella por la Guía Michelín: Degustation Bohême Bourgeoise (Haštalská 18) y Alcron (Stepánská 40). Y tras todo, sólo queda seguir caminando o tomar el metro, el autobús o el tranvía, que allí continúa Praga exhibiendo su patrimonio cultural, histórico y artístico. Un último consejo. En Praga, tampoco pierdan «La Esperanza» (especialmente la de Braun, en la estación de metro Malostranka).