Con el auge y la generalización en el uso de las redes sociales, la cultura del viajar se ha vuelto a poner de moda. Instagram, Twitter, Facebook, parecen convertirse por épocas en competiciones sobre quién se lo ha pasado mejor, o ha gastado menos dinero yéndose más lejos. Pero ¿destruyen poco a poco los turistas en el extranjero la cultura que van a conocer al obligarla a sobreexponerse?
Hace dos años empecé a trabajar en la recepción de un hostel, y me ha dado una visión peculiar sobre el concepto o conceptos del turismo. Yo trabajo por las noches, y algunas veces los clientes llegan hambrientos a las 5 de la mañana, después de haber estado bebiendo todo el día, preguntándome por lugares que estén abiertos un martes en el centro de Sevilla a esa hora para comprar algo de comida, cosa imposible. El colmo y detonante de que escriba todo esto fue un americano que, cuando le conté que no podría conseguir comida a esas horas, empezó a disparatar y a gritar que echaba de menos los Estados Unidos, donde en cualquier momento del día o de la noche puedes ir a decenas de lugares a comer una hamburguesa. Mi pregunta, por supuesto, era: si querías estar en un lugar donde puedes conseguir hamburguesas a cualquier hora del día o la noche, ¿para qué te mueves de tu ciudad?
El turismo, lejos de ser un elemento que hace a las gentes abrir su mente, es un elemento de destrucción paulatina de la cultura del sitio que es visitado. Las personas que viajan, en gran parte, quieren vivir la experiencia cultural propia del sitio al que van, quieren mezclarse con la cultura, pero eso conlleva que gran parte de la economía del lugar se empiece a basar en contentar a los visitantes. Si las personas quieren ver flamenco en España, porque es un elemento cultural famoso en el exterior, entonces la cultura del flamenco se ve envuelta en una demanda creciente de ese producto, y para que llegue a tan elevado número de turistas se tiene que vender, compartimentar y frivolizar en cierta manera. Se crea una dependencia, ya que llega un punto en que se da por supuesto que la supervivencia del flamenco se basa en la supervivencia del turismo. La cultura ancestral de la zona pasa a ser un souvenir más.
Igual pasa con el toreo. Cuando un turista llega a recepción preguntándome por las corridas de toros intento disuadirles para que no vayan, no sólo por un vago activismo contra la tauromaquia, que también, sino porque esos turistas salen realmente horrorizados del espectáculo y es la curiosidad del turista la que mantiene viva aún la terrible tradición en gran parte.
Si salimos de España es la misma historia. Este verano visité Tailandia, allí eran y son endémicos los elefantes. Tradicionalmente, se usaban para el trabajo, normalmente en tristes condiciones, pero también han sido siempre un elemento de adoración a niveles religiosos. Los turistas crean una corriente de personas que viajan al país y quieren por supuesto ver a esos elefantes. El resultado es que décadas más tarde de iniciarse la corriente de interés turístico, lo que existe en el país relacionado con los elefantes son rutas en recintos cerrados a lomos del animal, donde después les hacen pintar con la trompa, los típicos números circenses,etc, para lo cual el animal es separado de la madre de pequeño y torturado con garfios y varas para corregir el comportamiento hasta que lo rompen, lo dicen así en inglés (break), porque eso es lo realmente hacen, les rompen el alma y el animal queda a merced de todo turista que quiera tener su selfie lleno de likes.
Las culturas de los países, y los elementos que las componen, como animales, tradiciones, música, ropas, se están convirtiendo en museos de si mismas. No tienen importancia sino en relación a la capacidad que pueden tener de generar valor monetario por encima del valor identitario. Se consigue que los lugares sean cada vez más parecidos entre sí, igual que aquel cliente americano es una fuerza de presión para que cambien las costumbres del lugar en favor de sus necesidades.
El turismo de fiesta, el turismo de ruta prefijada, el turismo también de crucero, al final cualquier tipo de turismo , por muy buenas intenciones empáticas que tenga el viajero, es una intromisión. Supone una transformación homogeneizante y globalizadora, aunque te vayas a la India a olvidarte de que eres un primermundista acomodado cuya satisfacción depende de la pena que te den los lugareños pobres a los que visitas precisamente porque son lugares pobres. Seguro que conocéis a alguien así, que se dice espiritual y antiglobalización, pero viaja a la India con una empresa multinacional para disfrazarse de la cultura y volver muy zen, con ganas de montar un negocio de alguna variante moderna del yoga.
Lo curioso es que me gusta viajar, o al menos la idea de viajar, ya que siempre estoy en números rojos, y quizás la interacción entre culturas hace que esas culturas cambien a mejor, es enriquecedor el aprendizaje y el intercambio, pero quizás también ese aprendizaje y ese intercambio se diluyen cuando detrás lo que hay es una tendencia de convertir a todas las culturas en la misma.
¿Viajaría la gente tanto si todos pudieran viajar tanto? Es decir, ¿habría tantos viajeros si no hubiera tantos a los que dar envidia? Dicen que viajar te cambia, te abre la mente, te hace más tolerante, entiendes mejor tu propia cultura... meras idealizaciones. Hay personas que jamás viajan, por las razones que sean, y aún así no influye en qué tipo de persona culta pueden ser o qué visión fascinante sobre el mundo y los mundos pueden tener. En cambio, hay catetos que se llevan toda la vida viajando y morirán siendo unos catetos, por muchos sellos que tengan sus pasaportes y muchos seguidores que tengan en Instagram.