Según el Estudio IAB 2017 sobre redes sociales, el 86% de los internautas españoles son usuarios de redes sociales. Este dato viene a decir que el grado de penetración que han alcanzado plataformas como Facebook, YouTube o Instagram es casi total. Las redes sociales ya no son un nicho exclusivo de los millennials, ni de ese perfil de persona a la que no le importa exhibir su vida en público. En esta fase de madurez hemos aprendido a utilizar las rede sociales de acuerdo a nuestras necesidades, contando lo que queremos contar y conectando con quien queremos conectar.
Sin embargo, como ocurre con casi todo en la vida, lo que para unos es una herramienta útil y entretenida, se convierte para otros en un arma afilada que hay que manipular con sumo cuidado. Así surgen perfiles como el que da título a este artículo: los adictos al like.
Por supuesto, aunque de primeras los englobemos en una misma categoría, cada caso es un mundo. Hoy aquí vamos a ver tres ejemplos, con patrones de conducta que seguramente os sonarán, pero podríamos hablar de muchos más.
El primero sería el eterno aspirante a influencer. En este caso nos encontramos con una persona muy activa en redes sociales, con cierto nivel de narcisismo y que sueña con tener millones de seguidores. En una primera fase, intentando imitar modelos de influencers consolidados, consigue alcanzar una notoriedad importante dentro de su círculo habitual. Esto normalmente es el detonante que le da alas, le hace pensar a gran escala, en colaboraciones con marcas, en publicidad e invitaciones a eventos exclusivos. Pero en la gran mayoría de los casos la «explosión» no pasa de ahí y llega la fase del estancamiento y seguidamente el sentimiento de frustración. A partir de ese momento empieza el verdadero problema: la búsqueda desesperada de likes y el vagabundeo online.
Al segundo perfil lo llamaremos el adolescente silencioso. De una edad indeterminada entre los 12 y los 20, con un comportamiento tranquilo y apacible, la realidad parece resbalarle así que le dedica la energía justa, la suficiente para no llamar en exceso la atención y que le dejen en paz. En las reuniones familiares, cuando está con sus amigos, en los recreos… siempre se parapeta tras la pantalla del móvil. Y es que allí está su verdadera vida, donde interactúa día y noche, donde «se mide» en popularidad ante otros adolescentes similares. Le importa más que su foto de Instagram supere los 100 likes a que le inviten a las fiestas de cumpleaños sus compañeros de clase.
El tercero sería el falto de cariño. La explicación en este caso es evidente, es aquella persona que busca cubrir en las redes sociales las carencias afectivas de su vida real. Aunque evidentemente se trata de una realidad bastante triste, en ocasiones, puede alcanzar cotas de surrealismo que nos llevan a situaciones cómicas. De hecho, me ha venido a la cabeza un caso que me contaron hace poco tiempo que ilustra perfectamente esta situación. En concreto se trataba de una señora de mediana edad, que formaba parte de un grupo de Facebook destinado a los amantes de una determinada raza de perro. Allí compartían sus dudas, inquietudes, cuidados más apropiados y fotos de sus adorados animales de compañía. Nuestra protagonista era orgullosa dueña de un perro, pero de una raza antagónica a la que daba nombre al grupo. Algo de lo que parecía no percatarse, porque participaba activamente y por supuesto, subía también fotos de su mascota. Hasta que un día, aparentemente sin venir a cuento de nada, llegó el drama. Decidió que era el momento de denunciar la injusticia y escribió un extenso y detallado comentario en el que se quejaba arduamente de que sus fotos no tenían apenas likes y que su perro merecía el mismo aprecio y cariño que el resto.
Esto son solo tres ejemplos, podríamos encontrar miles más. Si piensas que nuestra sociedad es adicta al like dale a like a este artículo y compártelo entre tus seguidores. Es una broma, un pequeño guiño para acabar. Si en la vida «real» nos molesta cuando alguien nos dice lo que tenemos que hacer, ¿por qué en las redes sociales nos dejamos manipular con tanta facilidad?