Este 12 de julio de 2017 se cumplen 200 años del nacimiento de Henry Thoreau. Poeta, escritor y filósofo considerado padre de la literatura estadounidense y de las propuestas sobre las que se sustentan las ideologías naturistas y ecologistas, también influyó, quizás de manera poco reconocida en la actualidad, en todas las ideologías defensoras de los derechos de los oprimidos y los pobres, siendo siempre un instigador de la revolución a un nivel muy personal y conceptualizador de la «desobediencia civil» como recurso para la dignidad.
Se puede hacer un análisis de España basado en las ideas de Thoreau y no sería anacrónico, porque las instituciones contra las que se revelaba él hace dos siglos, siguen teniendo las mismas estructuras y funciones. Henry Thoreau pensaba que el mejor gobierno es el que gobierna menos, pero más profundamente pensaba que el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto; pero este gobierno solo sería posible cuando la gente estuviese preparada para él. Un gobierno, en resumen, no sería más que un mal recurso y, en última instancia, un inconveniente.
Su libro Desobediencia Civil empieza tratando el tema del ejército. La existencia de un ejército permanente dependiente del Estado, como tienen en mayor o menor medida todos los Estados del mundo, era para él una victoria de la tendencia opresora del Estado. La constatación de la lucha interna en que se debate a veces un individuo, una lucha que está perdida cuando este individuo deja la consciencia personal y la capacidad de crítica en manos ajenas. Se puede admitir que la mayoría de los soldados se consideran pacifistas, pero a su vez están sujetos a las decisiones de una jerarquía de órdenes que llegan desde el gobierno; éstos no ejercitan la crítica ni la moral, así «como muchos legisladores, políticos, abogados, ministros y funcionarios sirven al Estado fundamentalmente con sus cabezas y, como casi nunca hacen distinciones morales, son capaces de servir tanto al diablo, sin pretenderlo, como a Dios».
Él las llamaría personas de arcilla, que son manejables, amoldables, no más que servidores dóciles que serían un instrumento para cualquier Estado soberano del mundo. Esa persona de arcilla no sería capaz de reaccionar ante la injusticia porque es una pieza más del Estado, así que defendería la ley y las órdenes dadas, antes que defender la justicia bajo la visión personal que pudiera tener. Por eso, el soldado que se niega a participar en una guerra injusta es aplaudido por aquellos que están en contra del Gobierno que participa en esa guerra. El concepto de desobediencia civil estaría relacionado con el cultivo del respeto hacia la justicia, no hacia las leyes, ya que amparados en algunas leyes «hasta los bienintencionados pueden hacer, conscientemente, algo injusto».
Se intenta conectar por todos los medios esta avalancha de leyes por parte del gobierno con una idea superior de justicia basada en una ideología específica, pero la realidad es que las leyes impuestas por los últimos Gobiernos en España han sido creadas para la opresión. Decía Thoreau que cuando la opresión y el robo están organizados desde el gobierno, la opresión y el robo se convierten en el fin mismo de ese gobierno; y ante ese panorama, él instaba a hacer desaparecer la máquina creada; la revolución, que no sería más que negar la lealtad a un gobierno cuando su tiranía se considere desmesurada.
El instrumento que tiene el pueblo para cambiarlo no parece ser mucho más que una votación cada cuatro años para decidir qué gobierno estará al frente del estado, pero «las votaciones son un juego, como las damas...», donde hay que hacer un equilibrio sobre las cuestiones morales que se nos plantean. Aún así, las votaciones las ganan las masas y éstas «no están preparadas, pero las minorías no son más prudentes».
Algunos votan bajo un concepto de justicia, pero «votar por lo justo es también no hacer nada por ello, es tan sólo expresar que la justicia debiera prevalecer, alguien justo no dejará la justicia al azar o a la decisión de la mayoría». En un contexto estadounidense preabolicionista, Thoreau decía que »cuando la mayoría vote al fin por la abolición de la esclavitud, será porque les es indiferente la esclavitud o porque sea tan escasa que no merezca la pena mantenerla... para entonces, ellos serán los únicos esclavos».
Otros, sin embargo, votan bajo un concepto de patriotismo, incluso personas que no están de acuerdo con el gobierno entregan la moral y la crítica, convirtiéndose así en sus benefactores más conscientes, siendo el mayor obstáculo para la reforma de ese gobierno con el que no están de acuerdo.
Aún así, «¿cómo puede estar un hombre satisfecho de tener una opinión y quedarse tranquilo con ella? ¿cómo puede haber tranquilidad si lo que opina es que está ofendido?». Thoreau exponía que si te estafa tu vecino no te satisface el hecho de saber que te ha estafado, ni siquiera el decirle que lo sabes, sino que tomas medidas para recuperar el dinero perdido, no te conviertes en mero espectador de la injusticia que se comete contigo, pero, ¿y si te estafa tu gobierno? ¿qué hacer? ¿Es el voto un arma de cambio entonces? La acción que surge de los principios, de la realización o búsqueda de lo justo, cambia las cosas y las relaciones; es, en esencia, revolucionaria.
Si hay leyes injustas, «¿nos contentaremos con aceptarlas o intentaremos corregirlas? ¿Las obedeceremos hasta conseguirlo o las transgrediremos desde ya mismo?» Porque un gobierno nunca acepta reivindicaciones de una minoría prudente y jamás instará a que las personas estén atentas a sus errores para poder rectificarlos.
Ocurre algo en los gobiernos de derechas en España y es que mantienen la tradición intransigente ligada a la figura de la iglesia y de Dios. Un gobernante de derechas puede ser totalmente consciente de estar siendo un corrupto, de estar llevando a cabo políticas opresoras y, al mismo tiempo, verse con una superioridad moral que no surge de la intelectualidad o la reflexión de los conceptos, sino de la idea sobre la protección que dios les brinda.
Que la Iglesia católica en España fuera parte del bando fascista durante la guerra civil hace creer a los gobernantes actuales que no importan las ilegalidades o las vilezas que cometan contra sus ciudadanos porque ellos son protectores de algo sagrado. La derecha en España se siente guardiana de la idea mística de Dios y eso, para ellos y sus votantes, es más importante que los 64 casos actuales de corrupción en que está involucrado el Partido Popular, que gobierna actualmente.
Se pregunta la gente que tiene un concepto limpio de justicia: ¿cómo es posible que siendo el partido más corrupto de Europa, saliendo casos e imputados por corrupción a diario, sigan ganando las elecciones? ¿Cómo es posible que su propio electorado no sea crítico y les retiren el apoyo? En España, hay personas que forman una masa inculta y retrógrada, que han sido adoctrinadas en el miedo durante una dictadura franquista de 40 años y ese miedo se lo han inculcado a sus hijos una vez en democracia. El miedo a la muerte de Dios.
Hoy en día, muchas personas conservadoras en España aún creen que si no gobernara la derecha no podrían mantener sus ritos intactos y éstos desaparecerían, pero más allá de la propia identidad personal, temen que esa identidad religiosa se vea por fin separada del Estado oficialmente, que España no sea una reminiscencia democrática de lo que fue durante el fascismo.
No es gratuito que Francisco Camps, cuando en su juicio sobre los trajes que les regalaban los empresarios sale absuelto, mire desde el estrato hacia arriba, hacia el cielo, y guiñe un ojo; o que la ministra de trabajo diga que hay que dar las gracias a la Virgen del Rocío cuando baja el número de desempleados; o que las dos mujeres más influentes del partido, como son María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, salgan en todos los medios vestidas de mantilla en el Vaticano, asistiendo al nombramiento de San Juan de Ávila como doctor de la iglesia, como si fueran unas plañideras de los años 50. Viven realmente en una ilusión compartida entre ellos y sus votantes, una fantasía mística donde no importa que los gobernantes cometan delitos, ni que roben y vendan la dignidad nacional a los bancos, mientras estos a su vez se mantengan como únicos guardianes de las tradiciones religiosas cristianas.
Pero aunque la religiosidad, la creencia mística, sea una característica personal que no puede ser criticada en sí misma, ya que a veces ni se puede elegir ser o no un creyente, sí que tenemos que tener en cuenta que si Dios puede ser una liberación para algunos, la iglesia en sí como institución es un instrumento de opresión, sobre todo , para los creyentes, los cuales entregan su capacidad crítica y asimilan el concepto moral sobrenatural que haya elegido un conjunto de obispos, también jerárquicamente, como en un ejército.
Es una verdad incontestable el hecho de que los miembros de nuestro Gobierno actual se hacen ricos mientras venden a la población el ser los guardianes de las tradiciones religiosas, pero, esa riqueza, ¿con qué finalidad? «Aquellos que afirman la justicia más limpia y, por tanto, los más peligrosos para un estado corrupto, no suelen haber dedicado mucho tiempo a acumular riquezas, y a estos el Estado les presta un servicio relativamente pequeño, (...) pero los ricos están siempre vendidos a la institución que les hace ricos».
Las personas convertidas en masa, al final, quieren ser tan ricos como las personas que les gobiernan, aunque «a mayor riqueza, menor virtud, porque el dinero vincula al hombre con sus bienes y le permite conseguirlo y, por supuesto, la obtención de ese dinero no constituye ninguna gran virtud».
Si los habitantes de un país sólo piensan en dinero, ese dinero acallará muchas preguntas que de otra manera tendrían que contestar, mientras que la única pregunta nueva que se le plantea sea la superflua de cómo gastar el dinero que consigue, aunque sus principios morales se derrumben, «las oportunidades de una vida plena disminuyen en la misma proporción en que se incrementan los bienes de fortuna».
«Lo mejor que el rico puede hacer en favor de su cultura, es procurar llevar a cabo aquellos planes que pensaba cuando era pobre».
Thoreau planteaba, y es algo que está muy de actualidad también, que si un hombre sin recursos se niega a pagar impuestos al Estado, se le encarcela, pero si una persona con recursos roba 90 veces la misma cantidad que ese pobre, no ocurre nada. Es la propia naturaleza la que nos obliga a ser voceros de la injusticia, pero hay que asegurarse de no provocar el daño que uno mismo condena.
El Gobierno actual, no sólo en España, sino en casi todas partes del mundo, se interesa más por el comercio, por la riqueza potencial en un acto, que por el ser humano en sí mismo. Así, paso a paso, hay que caer en la cuenta de que no hay que enfrentarse a enemigos lejanos, sino a los que desde casa cooperan y les apoyan, sin los cuáles estos últimos serían inofensivos. No sirve la obediencia sin consciencia más que para dejar de ser un ser humano libre; si la propuesta de un gobierno para mantener la paz fuera incrementar el presupuesto del ejército e invertir en armamento, nosotros decidiríamos quiénes somos en base a lo que hacemos o no hacemos para evitar o dejar que eso ocurra:«Una persona no lo puede hacer todo, pero tiene que hacer algo».
Si ese algo del que habla Thoreau es desobedecer y transgredir las leyes de tu Gobierno cuando es tirano o directamente te roba, entonces la desobediencia civil es un acto no sólo que rompe o ignora las leyes, sino que insta a la acción directa y proclama dignidad, es un acto de consciencia personal y liberación.
Me comprometo, como parte de este homenaje personal a Thoreau, a no ser nunca más un hombre de arcilla.