Un hospital no debe ser un recinto sin sombra. Sin árboles donde descansar de las largas jornadas al cuidado de un familiar.
Un hospital sin elemento verde es un cementerio vacío de vida que nadie quiere visitar, en el que nadie quiere ni puede permanecer.
Un hospital no puede tener pasillos kilométricos sin vistas al exterior, acabados en puertas cerradas o paredes opacas.
Y mucho menos tener una serie paralela de ellos a lo largo del edificio unidos por corredores transversales donde sólo hay puertas cerradas y luz artificial.
Un hospital no debe ser un sitio donde se llega a sentir miedo a perderse. A quedarse solo sin referencia alguna que te guíe, sin ver a un ser humano.
Un hospital no debe ser una serie de pabellones sin señalética exterior alguna que indique el nombre de cada volumen.
Y menos cuando sólo el parking –de pago, siendo un servicio público- está indicado con grandes “P” de bonitos colores en escaleras de acceso al sótano.
Las torres a las que acceder, no deberían ser todas iguales, blancas, ajenas, amenazantes, que no ayudan a orientarse, sino todo lo contrario.
Tampoco debería tener un doble hall de acceso, simétrico, que produzca una sensación espacial especular, perfecta para perderse en él.
Ni los sistemas de circulación vertical internos deben funcionar en dos esquemas opuestos a 90º respecto de los movimientos y pasillos interiores.
Las ventanas de las habitaciones deberían enmarcar grandes árboles de verde hoja perenne moviéndose con la fresca brisa del aire.
No mostrar una insulsa y depresiva serie de ventanas alargadas y muros de hormigón blanco apilados hasta el último piso.
Y si fuera posible, en las habitaciones debería verse el mar. Porque estamos en el Mediterráneo, porque está muy cerca.
¿De verdad que no había modelos más humanos, más amables con el usuario, y sobre todo con los pacientes, para darles una estancia más feliz?
¿Por qué no eligieron otro modelo de entre los ejemplares tipos hospitalarios que la arquitectura sanitaria del siglo XX y anteriores nos ha legado?
Mientras, el sol quema y en sus playas los coches en doble fila se abrasan mientras los agentes del orden extienden “recetas” a diestro y siniestro.