La historia confirma en base a una serie de episodios que es un proceso cíclico, que condena a la humanidad a revivir en ocasiones ciertos sucesos. Un ejemplo es la actual 'caza de brujas' que tantos titulares ocupa de un tiempo a esta parte. Ya ocurrió en la década de los 50 del siglo pasado con aquella cruzada anticomunista liderada por el senador republicano J. R. McCarthy.
El llamado macarthismo puso en sería duda la integridad ideológica de miles de estadounidenses, acusados de tener vínculos o simpatizar con el enemigo soviético. Incluso algunos eran espías, agentes infiltrados... lacayos del comunismo. Un controvertido caso que no conllevó sentencias criminales por espionaje, pero que sí estigmatizó a un gran núcleo de profesionales, siendo especialmente duro el ataque al dorado Hollywood. También se supo que el proyecto Verona, en cambio, sí identificó a individuos que tenían una doble convicción.
Estados Unidos es un país curtido en la defensa de la lucha moral, pues conoce bien de cerca las sombras que acechan a la sociedad. Reminiscencia de aquella sociedad puritana que formó Nueva Inglaterra, un bastión del dogma de fe en un territorio hostil y salvaje. Entonces, la caza de brujas era deporte nacional y la letra Escarlata el escarnio público.
La moral, la fe, las convicciones políticas y ahora los vínculos con Rusia. El país de las barras y estrellas retoma el 'Macarthismo' para demostrar cómo son de profundas las raíces del Kremlin en la actual Administración. El director del FBI confirmó en el Congreso que el Buró investiga la supuesta injerencia rusa en los comicios y también posibles contactos del núcleo de Donald Trump con Moscú.
Como ya ocurriera en ocasiones anteriores, las sospechas son firmes, pero no hay pruebas concluyentes. Ante la falta de información veraz sobre los contactos, varias oficinas gubernamentales y medios de comunicación se confabulan para generar un halo de duda sobre cada colaborador. Aquél que resulte marcado tendrá las horas contadas en el Gabinete, como le pasó a Paul Manafort, ex jefe de campaña de Trump y a quien vincularon con un multimillonario ruso hace una década. Manafort se convirtió en la primera 'víctima colateral' de esta nueva cacería.
El Kremlin movió los hilos a su antojo en pos de la victoria de un insólito candidato, según la denuncia generalizada. El mismo Vladímir Putin diseña la política estadounidense valiéndose del embajador ruso en Washington, quien ejerce de cardenal Richelieu y principal nexo conductor.
Mientras por la puerta de la Casa Blanca desfiló ya Michael Flynn, flamante asesor para la seguridad nacional, casi un mes después de tomar el cargo -ahora pide inmunidad para declarar ante el FBI—, el fiscal general Jeff Sessions se encuentra contra las cuerdas por mentir en una comisión oficial e incluso el ‘yernísimo’, Jared Kushner, deberá responder ante el Senado.
Todos ellos señalados por culpa de Rusia. Las investigaciones estrechan el cerco a la nueva Administración, Rex Tillerson es el siguiente en la lista negra. Sus relaciones con Rusia amenazan la carrera del secretario de Estado, aunque él siempre defendió su cercanía a Putin.
La historia quizá erija a James Comey como un nuevo ejemplo inquisidor que combatió el mal para limpiar de herejes el simbólico edificio de la democracia. Una labor que Donald Trump despacha de momento con sorna en sus redes sociales y que el portavoz de la casa blanca, Sean Spiecer, valora con más vehemencia "investigar la presunta connivencia y tener pruebas de ello son dos cosas distintas".
Pero el caso de la supuesta injerencia rusa tiene aristas que escapan a la opinión pública, pero que son más determinantes. La investigación ha destapado un entramado de blanqueo de capitales que apunta directamente a un gigante del sistema financiero mundial. El Deutsche Bank ha servido de lavadora durante años. Es decir, convirtió millones de dólares de dudosa procedencia en plusvalías impolutos. Un negocio perfecto para oligarcas rusos quienes movieron sus intereses en Estados Unidos como si fuera la bolsa o un juego de azar, apostando siempre a caballo ganador.