La mesa es el espacio mágico donde la palabra es reina y el alimento es rey. En este sitio recurrente en la rutina los afectos maduran al paso de las comidas y las viejas anécdotas vuelven a pasar por el corazón una y otra vez. En su entorno imperan las buenas vibras y suele aflorar la añoranza por seres queridos que ya no están, luces idas de tiempos remotos, que vuelven a brillar cuando compartimos el pan, el vino y el té.
La mesa nos remonta al fogón de los antiguos, ronda primitiva donde se tejen las narraciones que evocan nuestras raíces. Al calor de las maderas humeantes que impregnan pieles y destinos, los relatos reconstruyen la identidad colectiva. En cada alimento dispuesto para compartir hay una ventana al paisaje que nos enseña la labor de los pescadores, los campesinos y los panaderos, verdaderos artistas del sustento que generan conciencia en una tribu sometida al bombardeo incesante de los mensajes publicitarios.
Reunidos en la mesa disfrutamos un paréntesis donde somos más humanos que máquinas. Atrás quedan las obligaciones cotidianas y nos liberamos de las máscaras y los uniformes. En el comedor familiar cada uno tiene su lugar y en esta sencilla plataforma se presentan las preparaciones que irrumpen desde la cocina. Los agradecidos paladares se regocijan con los salados y los dulces de los nutrientes recogidos en mercados y caletas. ¡Qué bonitos están los tomates! ¡Prueba esta salsa! ¿Quién quiere más postre?
Redondas y cuadradas, largas y pequeñas, existen mesas de todo tipo. Unas son de trabajo, otras de conquista. Algunas visten mantel de batalla, otras lucen telas de gala, pero en todas las mesas del mundo la magia se hace presente cuando aterrizan los anhelados manjares. En este instante sublime nos volvemos manada, brindamos por la salud y en cada bocado palpitamos el placer de la existencia. La coronación de una mesa exitosa es cuando se convierte en sobremesa, rebelión a los horarios que alarga las conversaciones y las degustaciones.
Y la mesa, tal como los libros, es una fuente inagotable de sabiduría humana. No hay realidad virtual ni mecanismo interactivo que suplante a este invento, que con una tabla y cuatro palos nos enseña a vivir en comunidad y así sanar el individualismo que tiene enfermo al planeta. Reunidos en torno al alimento nos miramos, nos conocemos y nos amamos, como queriendo atrapar ese resplandor de vida que se escabulle lentamente de la vida.