Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, cientos de miles de sirios siguen huyendo del desastre y de la guerra que se desarrolla en su país, otros cientos de miles siguen atascados en la frontera europea, sin futuro y sin soluciones, y otros miles que han conseguido llegar a las principales ciudades de la Unión Europea, sufren un tedioso y desesperante proceso burocrático que, en muchas ocasiones, les obliga a volver al punto de partida.
Estos son los escenarios que recorre el documental Nacido en Siria, de Hernán Zin, que ha estado nominado como mejor documental en esta edición de los premios Goya del cine español. Un documental que busca agitar las conciencias de los europeos, ajenos – o peor, desentendidos – de las penurias por las que pasan las personas que huyen de la guerra y la destrucción en Siria.
El largometraje se centra en las historias de siete niños – Marwan, Hamude, Jihan, Mohammed, Kais, Arasulí y Gaseem – intercaladas con discursos de líderes europeos o boletines de las principales cadenas de noticias del mundo, que nos van situando a través del éxodo que ejemplifican estas siete historias y que nos transportan a lugares tan diversos como Macedonia, Hungría, Bélgica, Alemania o Turquía. Cualquier sitio lejos de la muerte.
Realmente la elección de dar la palabra a los niños es un gran acierto del director, en mi opinión, por dos aspectos: en primer lugar, humaniza más el problema, ya que se ha tratado desde sectores xenófobos y ultraderechistas de prevenir la llegada de estos refugiados con la excusa de que se trata de terroristas que se infiltran entre estos demandantes de asilo para después atacar a nuestras sociedades desde dentro. Sin embargo, con estos niños de protagonistas, y centrando las imágenes de desesperación, llantos e infancia perdida en estos niños, parece más difícil utilizar ese burdo argumento.
En segundo lugar, apela aún más a nuestro corazón. Ver a niños mutilados por las bombas como Kais, o niñas como Jihan, que ha tenido que crecer apresuradamente y dejar atrás su infancia para sobreponerse al problema, o ver a Mohammed convertirse en el líder de la familia al tener que cuidar de su padre enfermo y su hermano pequeño mientras su madre se encuentra atrapada a miles de kilómetros en el Líbano, es un golpe directo al corazón de cualquiera que se considere humano.
Del mismo modo, oírlos hablar de su vida en Siria, de cuando iban al cine o a la escuela, verlos con sus móviles, evoca una imagen de mayor complicidad. Son como nosotros. Podríamos haber sido nosotros, parece estar diciéndonos la película.
Además de poder ver el documental, tuve la oportunidad de escuchar el coloquio posterior que hubo el pasado lunes 20 de febrero en València, con la presencia de la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana – el Gobierno autonómico de la Comunitat Valenciana – Mónica Oltra, y con José Miguel Mayo, un activista y voluntario que ha estado colaborando en los campos de refugiados de Lesbos e Idomeni, además de la moderación de la excorresponsal de Canal Nou en Oriente Medio, Lola Bañón.
Por si fuera poco dramático el visionado del documental, escuchar de primera mano la experiencia de ambos contertulios fue la gota que colmó el vaso. En primer lugar, José Miguel explicó su experiencia personal, en la que destacaba la desilusión que se ha apoderado de los campos de Lesbos, donde miles de refugiados se hacinan en campamentos que albergan a más gente para la que tienen capacidad.
El flujo de noticias sobre la dificultad de llegar a Europa y la inacción de los Gobiernos europeos parece haber hecho mella en las esperanzas de estas personas, que asumen paulatinamente que no hay – o no se quiere buscar – una solución al problema. Igualmente, la ayuda que llega de ONGs y países europeos no es suficiente, e incluso José Miguel apunta a la sensación que sintió cuando parecía que nada de lo que hacía servía para solucionar el problema: si a los países europeos les interesa que la vida en los campos no sea ni tan siquiera decente para evitar el efecto llamada.
Como aseguraba uno de los niños del documental, Marwan, con sus propias palabras en la última frase del documental, ellos pensaban que lo difícil era cruzar el mar, pero los problemas no acaban al otro lado. Cada día es una batalla por huir de la muerte, por reunirse con sus seres queridos, por olvidar la desolación y empezar una nueva vida.
Por otro lado, la vicepresidenta Oltra habló de los intentos del Gobierno valenciano por construir una red de ciudades refugio e insistir al gobierno español a que cumpla los compromisos y las cuotas de refugiados que debe acoger España, según se aprobó por la Unión Europea. Sin embargo, tanto la declaración institucional del Ejecutivo valenciano en la que mostraba su máximo interés por ofrecer asilo al mayor número de refugiados, así como los planes para fletar un barco que fuera a Lesbos a buscar a los refugiados para traerlos a territorio valenciano han dado con el muro legal: toda respuesta a ese ofrecimiento fue una carta del Ejecutivo español en la que desautorizaban al gobierno valenciano a poner en marcha ese plan, ya que excedía sus competencias.
No obstante, el Gobierno español no ha asumido esa competencia que le pertenece, y sigue acogiendo refugiados a un ritmo insultante, hasta el punto de que se ha acogido a poco más de 700 personas de las 17.000 comprometidas con Bruselas en casi dos años desde que comenzara a darse asilo. Y el único objetivo parece ser, como demuestra el último acuerdo con Turquía, mantener a los refugiados lo más alejados posibles de nuestras ciudades.
Sin embargo, 160.000 personas salieron el pasado fin de semana en Barcelona bajo el lema ‘Basta de excusas, acojamos ahora’, para lanzar un nuevo mensaje al gobierno de Mariano Rajoy de que debe hacerse más para ayudar a solucionar el problema, de que gran parte de la sociedad española no quiere alejarlos de nuestras ciudades. En el mismo sentido, alcaldes de ciudades españolas como la de Barcelona, Ada Colau, la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, el alcalde de València, Joan Ribó, así como los de Zaragoza y A Coruña han firmado una carta en la que instan al gobierno central a "abrir una vía de diálogo que permita hacer frente a esta catástrofe humanitaria".
En este fin de semana, en concreto el día 26 de febrero, hay organizadas marchas en más de 30 de ciudades españolas, entre las que se encuentra València, y que recorrerán sus calles bajo el lema ‘No a la Europa Fortaleza. Queremos acoger”, para volver a lanzar un mensaje a los gobiernos europeos de que la ciudadanía quiere ofrecer una solución y demostrar que a Europa aún le queda algo de humanidad, cosa que por el momento brilla por su ausencia.
Se trata de una problemática muy compleja, que no se puede atajar con una simple solución, y que requiere de acciones que no están a nuestro abasto como ciudadanos, y ni siquiera en ocasiones en el de nuestros gobiernos. Pero permanecer de espaldas a las muertes de miles de personas inocentes en nuestro mar Mediterráneo no puede ser la respuesta europea.