La experiencia chilena de los últimos 25 o más años ha sido y es analizada desde diversas perspectivas. Muchos se centran en el éxito de las políticas económicas iniciadas en la época de la dictadura militar, otros en el proceso de integración al mercado mundial a través de la red de acuerdos comerciales que Chile ha construido desde el regreso de la democracia. Los más críticos analizan Chile desde la perspectiva de la desigualdad, de la mantención del modelo neoliberal impuesto por la dictadura, donde dicen: “todo sigue igual”. Mi breve presentación incluirá ambas visiones, es decir, las “luces” y las “sombras” de lo que es la experiencia chilena de integración a este mundo globalizado.
Chile, ubicado casi al final del mundo y con solo 17 millones de habitantes, es un país que se integró desesperadamente a la globalización luego del aislamiento sufrido durante 17 años de dictadura militar que todos conocen. La historia de Chile en el siglo XX, a pesar de nuestro provincialismo, ofrece varias singularidades, como haber contado con una fuerte organización sindical apoyada por movimientos de izquierda y la temprana creación de un partido comunista, en 1921. En 1932, tuvimos la primera “república socialista” de América, de fugaz vida, ya que duró solo 12 días. Obtuvimos dos premios Nobel de literatura, ambos en poesía: Gabriela Mistral en 1945 y Pablo Neruda en 1971. En 1970, por primera vez en la historia, un marxista, como lo fue el presidente Salvador Allende, vence unas elecciones democráticas e inicia un inédito proceso de transformaciones sociales, una revolución chilena sin disparar un tiro, con sabor a “empanadas y vino tinto”, como le gustaba decir.
En 1973 el gobierno revolucionario de Allende es derrocado por una dictadura feroz que durante 17 años cambiará el tejido social de Chile e iniciará un proceso de privatizaciones de la minería, agricultura, industria, educación, salud y la seguridad social, entre otros. A diferencia de otras dictaduras latinoamericanas, definidas como “proteccionistas” en relación a su industria, Pinochet entregó a los llamado “Chicago Boys” -seguidores de la escuela de Milton Friedman- las reformas de la economía y, en gran parte, la reforma del Estado. Los monetaristas tuvieron en Chile la oportunidad de experimentar y poner las bases de un modelo neoliberal que se extendería por el mundo. En 1989, en un plebiscito inédito, Pinochet será derrotado y el dictador abandona la presidencia, manteniéndose 8 años más como comandante en jefe del ejército. En 1990 se inicia un período de transición que para muchos aún no ha terminado. A partir de ese año, Chile recupera la democracia coincidiendo con el acelerado proceso de globalización a nivel planetario, la caída del Muro de Berlín, la liberalización del sistema financiero internacional y la política de equilibrios macroeconómicos impulsada por el llamado “consenso de Washington”.
Chile se abre al mundo y el capital extranjero comienza a llegar masivamente, donde encuentran un país con una legislación laboral muy favorable, leyes que protegen al inversionista, un movimiento sindical atomizado y una economía que inicia un proceso de crecimiento sostenido que dura ya 25 años, integrado fuertemente al mercado mundial y que ha logrado reducir las tasas de pobreza desde un 41%, al momento de terminar la dictadura militar, al 7,8% en 2014, de acuerdo a las cifras de CEPAL y de la metodología tradicional usada en la encuesta CASEN (Caracterización Socio Económica Nacional, del Ministerio de Planificación de Chile). El ingreso per cápita chileno es el más alto de América Latina, con 25.415 dólares, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional, para el 2015. Es el único país de la región catalogado con letra A por las transnacionales que miden el riesgo país. Junto a México, somos los únicos países latinoamericanos que pertenecemos al “club de los ricos”, como es la OECD. Bueno, podría entregar muchos más cifras que hablan muy bien de los resultados económicos como: conectividad a internet, disminución de la mortalidad infantil, número de coches o celulares, es decir, muchas más “luces”, pero ahora indicaré algunas de las “sombras” que se levantan en la sociedad chilena.
Dije anteriormente que para algunos la transición no ha terminado y se debe fundamentalmente a que Chile mantiene la Constitución heredada de Pinochet, con enmiendas, naturalmente, pero, en lo esencial, es la que dejó la dictadura en aspecto claves como, por ejemplo, en el concepto de subsidiaridad del Estado.
Mantenemos un sistema privado de pensiones que para muchos tiene más sombra que luz; la educación universitaria es pagada incluso en las universidades públicas; convive un sistema de salud público y uno privado, donde el segundo es subsidiado por el primero. Tenemos problemas no resueltos con nuestras minorías indígenas, en especial con el pueblo mapuche y, si bien se ha avanzado, hay aún un largo camino por recorrer.
Hemos visto en los últimos años grandes manifestaciones y marchas de jóvenes que se han tomado las calles de Santiago y otras ciudades pidiendo educación pública, gratuita y de calidad. Este año han comenzado las marchas contra el sistema privado de pensiones. El malestar se ha extendido como en muchos otros países contra la corrupción, contra la clase política, contra la iglesia católica y las acusaciones de pedofilia e incluso contra los dirigentes del fútbol envueltos en escándalos de dinero. La abstención en la última elección presidencial de 2014 bordeó el 50% y en las municipales del 23 de octubre llegó al 65%. El malestar en Chile es serio, muy serio, porque tampoco hay una renovación de la clase política. Los partidos tradicionales, de centro izquierda y de centro derecha, han visto surgir dos, tres o más partidos o movimientos que buscan un espacio de expresión. Los líderes juveniles que surgieron en las manifestaciones estudiantiles de hace unos años han ingresado al Parlamento, pero no tienen edad para ser candidatos presidenciales. Sí, porque la Constitución chilena exige 35 años para postular a la presidencia de la república.
Así como cité las cifras de CEPAL en disminución de la pobreza a 7,8%, debo decir que la metodología incorporada en nuestro país en la última encuesta CASEN nos da cifras mayores, de 14,4% al medirla en base al ingreso, y de 20,4% bajo el concepto de multidimensionalidad, es decir, se mide el acceso al trabajo, educación, salud, vivienda y previsión social. Ello es positivo porque exige al gobierno mejores políticas públicas y mayor compromiso para continuar elevando la calidad de vida de las personas que han tenido menos oportunidades. Pese a todos los avances y al extraordinario mejoramiento de las condiciones de vida de chilenas y chilenos, de la expansión de los sectores medios, tenemos el grave problema de la concentración de la riqueza, donde el 1% más rico tiene alrededor del 35% del ingreso nacional. De acuerdo a Thomas Picketty, autor de “El Capital en Siglo XXI”, es una de las más altas del mundo. Esta concentración se produce, entre otras razones, como resultado de las utilidades que rinde el capital, las cuales son mayores que el crecimiento económico y ello produce, por tanto, el aumento de la desigualdad. Es más, de ese 1% más rico en Chile, el 0,1% -es decir, 119 familias chilenas- poseen activos por sobre los 100 millones de dólares; es decir, se apropian del 15% de la riqueza nacional.¿Ha sido el proceso de globalización positivo para Chile? Sin duda que sí y, sobre todo, en cuanto a integración de la economía chilena al mundo. La política de regionalismo abierto aplicada desde 1990 se ha traducido en 64 acuerdos de libre comercio con las principales economías que han abierto un mercado a las exportaciones chilenas al casi 70% de la población mundial.
Ya me referí a diferentes indicadores socioeconómicos, incluyendo el de reducción de la pobreza, pero llamo la atención sobre la notable expansión de la llamada clase media, que hoy alcanza a casi la mitad de la población chilena, es decir, al 47%, esa que los sociólogos clasifican como C2 y C3; y a un 16% el ABC1, que considera a los sectores de mayor ingreso. Lo anterior, utilizando siempre la metodología corregida de la encuesta CASEN. Enfrentamos los problemas de los países de crecimiento medio, donde las expectativas de mejor calidad de vida y acceso al consumo de los sectores emergentes crecen mucho más rápido que los beneficios del crecimiento económico que entrega el Estado. En la desigualdad de oportunidades y de ingreso creo que están las bases del descontento o malestar de la sociedad chilena.
Muchos se preguntan de qué nos sirve la globalización en el marco de los acuerdos económicos con los grandes países, como Estados Unidos, China, o la misma Unión Europea. Actualmente Chile ya firmó el TPP o Trans Pacific Partnership, faltando su ratificación en nuestro Parlamento. La razón fundamental para nosotros, que somos un país pequeño en el sistema, es que si no estamos ahí otros ponen las reglas del comercio y del intercambio mundial. Se podrá decir que de todas maneras lo hacen, pero los mismos 64 Acuerdos de Libre Comercio ya firmados y en los que hemos participado en su negociación, nos han otorgado muchas, pero muchas más ventajas que desventajas. Estos acuerdos son Tratados y como tal deben ser respetados, por lo que aseguramos el acceso a importantes mercados con nuestros productos. Es decir, aseguramos fuentes de trabajo para miles de chilenas y chilenos.
Quisiera decir algo sobre los acuerdos regionales de integración. Desde la Carta de Jamaica de 1815, de Simón Bolívar, que América Latina habla de integración. Hemos pasado más de 200 años hablando de integración y hemos creado numerosas instancias, pero en la práctica pocas han funcionado. Basta con señalar que el comercio intrarregional es menos del 15% en circunstancias que en Europa es cercano al 60%. Hace solo un mes escuché una conferencia en la Universidad de Bolonia del expresidente Ricardo Lagos, donde se preguntaba cómo América Latina puede hacer frente a los “países continentes” como lo son Estados Unidos y Canadá, China o India, si no están integrados en lo económico y en lo político. ¿Podrán los países de América Latina hablar separadamente? Para los más pequeños, asociarnos e integrarnos es una obligación y por ello Chile ha participado activamente y participa en todas las actuales instancias de integración que se llevan a cabo en nuestra región: Mercosur, Unasur, CELAC, ALADI , la Alianza del Pacífico y tantas otras.
La integración debe respetar la diversidad individual de nuestra región porque es la única manera de avanzar. Cada país tiene su historia y su visión de cómo integrarse al mercado mundial en estos años de globalización acelerada. Hay que respetar los tiempos de cada uno. Dejemos para más adelante los temas más complejos y avancemos en aquellos en que si podemos llegar a acuerdos. Ése ha sido y es uno de los principios de la política exterior que ha guiado a los gobiernos democráticos chilenos.
Discurso leído por el Excmo. Sr. Fernando Ayala, embajador de Chile en Italia, con motivo de la celebración de las XII Conferencias Internacionales organizadas por el Centro Europeo para la Paz y el Desarrollo; Belgrado, 28 de octubre, 2016.