7 de octubre de 2016. Desde lo alto de un centro comercial conocido como “La Cúspide” en el área metropolitana de la Ciudad de México, dos jóvenes, una pareja de novios, se lanzan desde el mirador en caída libre terminando con sus vidas, Ambos jóvenes dejaban una carta dirigida a sus familias, en las cuales ofrecían una disculpa por atentar contra sus vidas, pedían expresamente que no se culpara a nadie de su decreto, y aseguraron tener plena conciencia de su acto. En realidad, uno puede pensar tácitamente que este suicidio es uno de los muchos que ocurren en el mundo, quizá consecuencia de problemas personales, emocionales o de otra índole que no vamos a debatir aquí.
La inmortalidad ha sido siempre una de las metas científicas más investigadas y una fuente de innumerables leyendas y mitos. A pesar de los descubrimientos en genética sobre el envejecimiento o del progreso de la computación cuántica, que según ciertas hipótesis podría ayudar a transferir nuestra mente a un ordenador y adquirir así existencia eterna, la muerte sigue siendo una barrera para el ser humano. Esto que podría parecer una verdad universal no lo es si asumimos determinadas interpretaciones de la física cuántica. En este caso, lo imposible no es escapar de la muerte sino, al contrario, dejar de existir por completo en un universo que trabaja bajo las leyes de la mecánica cuántica.
La física cuántica ha generado varias de las paradojas más famosas de la historia, como la paradoja del viajero en el tiempo, según la cual una persona no podría viajar atrás en el tiempo y matar a su abuelo ya que eso impediría el propio viaje. O la paradoja del gato de Schrödinger, en la que un gato dentro de una caja con un veneno radiactivo provoca la existencia compartida de dos universos en los que el gato está a la vez muerto y vivo. Toda la mitología y las diferentes variantes de estas dos teorías han dado lugar a extensos y longevos debates sobre física. La que traigo a colación en este artículo también tiene cola, para que pasemos algunas horas con la mente dando vueltas en espiral.
Aunque puede que nunca sepamos realmente qué ocurrió en aquel suicidio de los jóvenes, o hablando de manera general, qué es lo que ocurre detrás de cada suicidio, y las causas que arrastran a las personas a ejecutar una acción tan desesperada; hay múltiples conjeturas científicas que tratan de explicar los causales de cada decisión que tomamos y una de ellas, a pesar de mi falta de tacto en este tipo de temas tan delicados, lleva justamente el nombre de “Suicidio Cuántico”.
El suicidio cuántico es una forma de suicidio que en realidad te lleva a la inmortalidad cuántica; en apariencia pudiera ser la meca de la existencia humana. Dentro de una afirmación tan imprudente (y un poco estúpida) tenemos algunos de los conceptos más innovadores y desconocidos de la física mezclados con un misticismo un tanto peligroso.
La teoría del llamado suicidio cuántico vendría a ser una versión del gato de Schrödinger pero aplicada a la teoría de los universos paralelos o multiverso, desarrollada por el físico estadounidense Hugh Everett. El multiverso estaría formado por todos los universos paralelos creados cada vez que una persona toma una decisión, de lo que se deduce un número de universos paralelos infinito coexistiendo al mismo tiempo en realidades diferentes.
La hipótesis podría plantearse de la siguiente manera: hay un sujeto sentado con un arma que apunta hacia nuestra cabeza. El arma es manipulada por una máquina que mide la rotación de una partícula subatómica. Cada vez que el hombre apriete el gatillo, el arma se disparará dependiendo del sentido de la rotación de la partícula, si gira en sentido de las manecillas del reloj el arma dispara, en sentido contrario no lo hace.
Por las propiedades cuánticas inherentes, existe un 50% de posibilidades de que el arma se dispare. O más correctamente, el arma se disparará y no se disparará al mismo tiempo. Esta existencia simultanea de estados, aparentemente inconsistente la podemos entender mejor al leer en qué consiste el experimento del famoso gato de Schrödinger. Pero lo obviaremos. Este tipo de comportamientos en el mundo subatómico es algo de lo más normal. Sin embargo, en el macroscópico, el que vemos todos los días, no mucho creo yo. Y hasta aquí queda el experimento, pero como casi puedo afirmar, la mayoría de los lectores no lo habrá entendido demasiado bien. Esto se debe, básicamente, a que a la hora de hablar de fenómenos cuánticos utilizamos la célebre "interpretación de Copenhague", la considerada como interpretación clásica de estos eventos y que nos introduce otros conceptos complicados como la complementariedad o la incertidumbre. Como sea...
Siguiendo con el experimento, suponiendo que el arma se dispara de acuerdo a la interpretación clásica, vamos a tratar de saber lo que ocurriría. Para ello necesitamos una nueva interpretación: por cada medición cuántica existirán varios posibles estados, es decir, cada estado es medido en realidad en una serie de universos paralelos y completamente distintos entre sí a nivel macroscópico. En otras palabras, si medimos si el gato está muerto o vivo, la línea de eventos se separa automáticamente para que ocurran los dos eventos en universos separados pero paralelos. Y esto ocurriría exactamente igual en el caso del arma cuántica.
Recapitulando: existirá un universo donde se haya disparado el arma y otro donde no. Al mismo tiempo. Aquí es donde entra el misticismo cuántico y lo hace encarnado en lo que se conoce como “Biocentrismo”. Esta conjetura medio extraña, “explicada” por Robert Lanza, usa la hipótesis de Everett y la interpretación de Copenhague para decir que en realidad la muerte no existe.
Y es que cuando saltas al vacío, existe un universo en el cual no mueres, sino que sobrevives y estás perfectamente sano y feliz. A esto se le llama inmortalidad cuántica. Como todos los eventos, cuánticamente hablando, son posibles en infinitos universos paralelos. ¿Cómo no va a ser posible que exista un universo en el que seamos ricos, inmortales, sanos y felices para toda la eternidad?
Sin embargo, hay otro hecho que invita a la ironía, pues, incluso según la hipótesis de Everett, de existir universos paralelos y sucesos infinitos, jamás podremos interaccionar con ese otro universo. Por tanto, el caso del suicidio cuántico nos deja con dos posibilidades: o bien te mueres y... fin. Sí, el "otro tú" posiblemente seguirá viviendo feliz, pero desde luego tú no lo verás. O bien decides no suicidarte cuánticamente y tu "otro tú" sigue viviendo igual de feliz que en la posibilidad anterior. En cualquier caso, no importa que otro "tú" siga existiendo en otro universo; tu yo actual nunca podrá interactuar.
El otro problema de la teoría del multiverso es que no es “falsable”, es decir, la teoría no puede ser sometida a una prueba que la confirme o desmienta, aunque esta pueda ser viable de cierta forma.
Parece por tanto que para seguir avanzando en el conocimiento y en nuestra vida cotidiana la mejor idea sería conformarse con las decisiones que tomamos y dejar el multiverso para nuestro alter ego inmortal. En cualquier caso, no hay vuelta atrás. Es lo que mejor puede enseñarnos el suicidio cuántico: si te mueres en este universo, estás muerto.