A mediados del siglo XVIII, el inventor húngaro Wolfgang von Kempelen presentó al mundo una farsa cuidadosamente elaborada que sería conocida como “El Turco”. El invento en cuestión consistía en un autómata que jugaba excepcionalmente bien al ajedrez. Como era de esperar, esta maravilla no tardó en darse a conocer por todo el mundo hasta el punto de ganarle una partida a Benjamin Franklin. Muchos fueron los que dudaron de la capacidad del autómata, pero no fue hasta 85 años más tarde que finalmente el truco salió a la luz cuando el invento de Von Kempelen se quemó en un incendio. Resultó que dentro de la máquina se escondía un maestro de ajedrez que controlaba los movimientos de El Turco.
La pasada noche del viernes 15 de julio Turquía sufrió un golpe de estado que finalmente acabó en un intento fallido por parte de los militares.
Ni qué decir tiene que cualquier intento de toma de poder que se haga por la fuerza y en contra de la voluntad popular expresada en las urnas es algo que debe condenarse tácitamente y sin contemplaciones. De ahí que el fracaso del golpe haya sido una noticia acogida con bastante optimismo en un primer momento. Sin embargo, ha llamado mucho la atención la reacción del ejecutivo turco desde el 16 de Julio
La Purga
Así es como se ha definido la reacción de Erdogan tras el golpe, como una purga, pues difícilmente se pueda encontrar en el diccionario una definición más acertada de lo que se ha llevado a cabo.
Casi inmediatamente después del fracaso del golpe, el gobierno turco se puso manos a la obra para encarcelar a los responsables; algo que por un lado resulta perfectamente legítimo, pero que por otro ha despertado sospechas sobre si lo que se busca es realmente detener a los responsables o si se está aprovechando la situación para hacer una limpieza de todo aquello que albergue un pensamiento crítico hacia el Gobierno.
El presidente Erdogan señaló casi inmediatamente a su opositor político exiliado en Pensilvania, Fetulá Gülen, como el instigador del golpe, procediendo a detener a todo sospechoso de ser su simpatizante. De esta forma se han detenido a 2.839 militares, 2.745 jueces, y se ha suspendido a 8.513 agentes de policía, 6.538 maestros –sí, maestros- así como diversos políticos.
Pocos días después del golpe, Erdogan declaraba el estado de emergencia durante tres meses para seguidamente ampliar el periodo de detención sin cargos de cuatro a treinta días. Asimismo, ha procedido a cerrar 130 medios de comunicación entre diarios y canales de televisión.
No seamos malpensados…¿o sí?
Sin duda es curioso que el Gobierno turco apareciera en tan poco tiempo con una lista tan extensa y detallada de opositores que, en teoría, estarían relacionados con el intento de golpe de estado. Lamentablemente no estaba del todo actualizada, pues entre sus nombres se encontraba el del fiscal Ahmet Biçer, fallecido dos meses antes.
También resulta llamativo el hecho de que el ejecutivo también haya cargado contra jueces y maestros, o que se haya dedicado a cerrar medios de comunicación, cercenando así el derecho de la gente a la información.
Si fuésemos malpensados, podríamos creer que el presidente Erdogan ha aprovechado la circunstancia para limpiar su país de cualquier pensamiento crítico; podríamos llegar a pensar que Erdogan está encaminando sus pasos hacia un gobierno totalitario.
Si fuésemos malpensados podríamos incluso interpretar que el golpe de estado sí que tuvo éxito, y que Europa mira hacia otro lado por la papeleta que les solucionaron con los refugiados sirios. Podríamos pensar que algo se esconde bajo el tablero de ajedrez y que lo que vemos delante de nosotros no es más que un torpe autómata.
Afortunadamente no somos malpensados y, aún en el caso de que Turquía caminase hacia una dictadura, no debe preocuparnos lo más mínimo porque nos queda bien lejos, pues afortunadamente Turquía no es Venezuela.