Existen lugares a lo largo y ancho del mundo que no se pueden dejar de visitar, bien por su valor artístico, bien por su valor histórico o bien por su trascendencia socio-cultural, un auténtico Patrimonio de la Humanidad. Sin ninguna duda, uno de esos rincones es Petra, la antigua capital nabatea en la actual Jordania.
En el contexto político actual, se suma un motivo más para visitar la mítica Ciudad Rosa, su enclave en un país de mayoría musulmana en el Próximo Oriente. La crisis de los refugiados en Europa, el incremento del número de atentados llevados a cabo por grupos yihadistas y las políticas erráticas de los dirigentes de los países occidentales están provocando el aumento del rechazo social hacia la cultura islámica, acuciada además por los mensajes xenófobos de formaciones como el Frente Nacional en Francia o del precandidato a la presidencia estadounidense Donald Trump.
La semilla de la islamofobia se está implantando peligrosamente en sociedades que no conocen la historia y la cultura asociada a esta religión y a los pueblos árabes. El error de caer nuevamente en el concepto del eurocentrismo como única opción válida de sociedad, que tantos males ha generado a través de la colonización y sus guerras consecuentes, vuelve a asomar en los mensajes de miedo y rechazo que se lanzan en los atriles de las moribundas instituciones europeas. Un nuevo huevo de la serpiente.
Por ese motivo, resulta imprescindible que los ciudadanos superemos ese miedo, del que se alimentan tanto terroristas como aquellos que promueven las inútiles guerras que han asolado la región del Próximo Oriente desde principios del siglo XX. Jordania, una isla en mitad de tormentas, es el lugar ideal para tomar contacto con esta cultura y conocer a un pueblo famoso por su hospitalidad.
¿Cómo visitar Petra?
Si se quiere disfrutar realmente de la antigua ciudad nabatea, descubrir rincones y rutas más allá de los puntos turísticos habituales, lo recomendable es perderse en ella mínimo dos días. Para ello, el viajero tiene a su disposición una buena oferta hotelera en Wadi Musa, un pueblo sin mucho atractivo turístico que vive en su mayor parte de Petra.
Wadi Musa se extiende a lo largo y ancho de las colinas que rodean el histórico enclave. Junto al Centro de Visitantes se encuentran los hoteles más caros y los que suelen elegir los tours organizados. Si el bolsillo está más apretado o se prefiere huir de estos conglomerados turísticos, en el centro del pueblo, a un kilómetro y medio de la entrada de Petra, hay también otros hoteles y hostales más modestos, imbuidos en la rutina diaria de los jordanos.
Se debe tener en cuenta que para llegar al centro de Wadi Musa el camino es una cuesta empinada paralela a la carretera. Si se viaja en coche alquilado, no hay mayor problema ya que el Centro de Visitantes dispone de aparcamiento gratuito, pero en caso contrario, es posible que tras un fatigoso día de rutas por la Ciudad Rosa no quede más remedio que tomar un taxi para el regreso al hotel. No tardarán mucho en encontrarlos, una fila espera pacientemente en la salida del recinto.
¿Recomendación? Sin duda, optar por un hotel en pleno corazón de Wadi Musa, donde el ajetreo de los coches se mezcla con la llamada al rezo de las mezquitas, con los amables propietarios de las tiendas de frutas y dulces árabes, con las teterías repletas de hombres jugando a las cartas y con un buen puñado de restaurantes jordanos donde saborear, a buen precio, platos típicos de la zona como el hummus, el mansaf (guiso de almendras, pollo, arroz y salsa de yogur) o el famoso falafel.
Un tesoro en el desierto
Muchos evocarán en su memoria, al oír hablar de Petra, las imágenes de Indiana Jones enfilando un estrecho cañón y encontrándose de pronto con la hermosa fachada de un templo en cuyo interior llevaba siglos escondido el Santo Grial. Un tesoro en el desierto. O más bien, El Tesoro, al Khazneh.
Así se llama la famosa tumba nabatea, construida probablemente para el rey nabateo Aretas III, el ícono más representativo de la ciudad y la primera maravilla que se visita de la misma. Su nombre se deba a la creencia popular de que la urna que adorna el frontón superior de la fachada contenía un tesoro. Aún pueden verse en ella las marcas de las balas de los que intentaron llegar a poseer por la fuerza el legendario botín.
Pero no nos precipitemos. Para llegar a maravillarse con el Tesoro, aún debe recorrerse otro de los enclaves famosos de la ciudad, el Siq. Este estrecho cañón no podría ser mejor anfitrión de lo que nos aguarda en su interior. Recorrerlo durante el kilómetro y medio que separan el Tesoro y el Centro de Visitantes, bien a pie o en carro de caballos, es por si toda una experiencia que acrecienta tanto la expectación como el misterio de lo que espera en el otro extremo.
El Siq es en realidad una grieta formada por la fractura de la montaña, cuyas elevadas paredes, ahora erosionadas en sicodélicas curvas de colores, han sido utilizadas por los nabateos primero y los romanos después, para señalar mediante nichos, estatuas y hornacinas el camino de acceso. Incluso en el suelo aún puede apreciarse parte de la antigua calzada romana.
Si las ansias de recorrer el Siq y maravillarse con el Tesoro se lo permiten, antes de acceder al cañón puede disfrutar de los dos preciosos monumentos que dan la bienvenida a la ciudad: la Tumba de los Obeliscos a la izquierda del camino y los misteriosos Bloques del Djinn a la derecha, unas estructuras cúbicas gigantes cuya función aún se desconoce hoy en día.
Petra, una necrópolis llena de vida
Para disfrutar del Siq y de la irrepetible experiencia de ver la fachada del tesoro tras las últimas curvas del cañón, es recomendable aprovechar las horas de luz y empezar la visita a primera hora de la mañana, así se evitará también coincidir con los rebaños de turistas de las excursiones organizadas que suelen llegar entre las 8 y las 9.
Cuando se recupere de la fantástica visión y haya tomado el centenar de fotografías que exige tal encuentro, dese un respiro y aproveche para saborear un delicioso té en la terraza de la tienda de recuerdos que se sitúa junto a la boca del Siq. Desde allí, podrá recorrer con la vista cada una de las líneas y recovecos de la fachada del Tesoro, el mayor atractivo de la tumba, ya que dentro no hay nada más que un recinto vacío, en los últimos tiempos cerrado al público.
Deténgase también en la vida que comienza a despertarse alrededor de tal maravilla. Los beduinos acarreando una fila de ataviados camellos, los chavales que venden libros de postales, pulseras plateadas o rutas en burro, los turistas extasiados por la visión y los impasibles guías del centro, que miran cada lugar como quien observa los rincones conocidos de su casa.
A partir de este momento de contemplación le espera toda Petra, pues el Tesoro, aunque es el monumento más conocido de la ciudad, es sólo el primero de los puntos de interés que encontrará el viajero.
Capital nabatea, cruce de caminos
La fama de Petra ya era tal en la antigüedad. Situada en un enclave estratégico, su abundancia vino dada por ser paso obligado de las caravanas que cruzaban la zona dirección a Damasco, Jerusalén, Alejandría o hacia Europa, a través del Mediterráneo. Especias, telas o metales preciosos, el comercio fue uno de los pilares básicos de los nabateos, los fundadores de la ciudad.
Los nabateos eran un pueblo nómada procedente de la Arabia preislámica que se asentó en la zona de Petra alrededor del siglo VI a.C. La protección natural de las montañas de arenisca y las fuentes de agua naturales propiciaron la construcción de la que se convertiría luego en la capital de su reino y un lugar de paso obligado en las rutas caravaneras.
Aunque la mayor parte de las construcciones que pueden visitarse ahora pertenecen a las tumbas de los antiguos habitantes, Petra fue rica también en palacios, templos y otros recintos para la vida diaria, muchos destruidos por el paso del tiempo y por la acción de varios terremotos que sacudieron la zona hace siglos.
Los nabateos mantuvieron la independencia de su reino hasta que a principios del siglo II d.C. fueron anexionados a la provincia romana de Arabia. Aún se conserva en buen estado el legado del Imperio Romano en el centro de la ciudad y en el propio Siq. La vía columnada, el Pequeño Teatro y los restos de la calzada romana del famoso cañón son algunos de los ejemplos más destacados. El teatro principal, excavado de forma magistral en una falda de arenisca, es de origen nabateo, aunque posteriormente fue ampliado por los romanos y podía albergar 6.000 espectadores.
Tras la conquista de la zona por el Imperio Romano y la instauración de la Decápolis, las rutas caravaneras se alejaron de la zona de Petra, que poco a poco fue perdiendo su esplendor hasta que desapareció de la memoria colectiva en el siglo XV, custodiada su localización celosamente por las tribus beduinas de la zona. No sería hasta 1812 cuando el aventurero suizo Johann Ludwig Burckhardt, disfrazado de árabe con el nombre Ibrahim ibn Abdullah, rescatara de nuevo Petra para que fuera contemplada por el mundo.