El Día de la Comunidad Valenciana es el 9 de octubre, fecha en que se conmemora la entrada en la ciudad del rey Jaime I, en 1238. Pero la conquista de Valencia supone mucho más que una ampliación territorial de la Corona de Aragón hasta las playas de Levante. La fundación del nuevo Reyno, cuya formación culmina con el Tratado de Elche (1305), auspicia el nacimiento de una conciencia nacional diferenciadora que poco a poco irá construyendo sus propias señas de identidad: fueros, lengua, moneda, instituciones,…
Esencial para ello es la creación de un marco jurídico (els Furs,…) y legislativo propio (Corts), clave para que la capital asuma el rol de ciudad-estado, viviendo una fase floreciente de expansión mercantil, cultural y artística que se anticipa al Siglo de Oro español.
Favorecida por el desplazamiento del centro de gravedad geopolítico a las costas mediterráneas, la prosperidad de la capital es una consecuencia del prestigio de sus industrias artesanas -curtidos, tintes, cerámicas,..- fortalecidas por los privilegios otorgados por el monarca.
En ese contexto debe entenderse tanto la riqueza iconográfica de la arquitectura podiense como su capacidad de supervivencia simbólica, más allá de la filosofía medieval y de la ascética monástica.
Sita en el término municipal de la villa del Puig, en el corazón de su fértil huerta junto al camino que va a la Pobla de Farnals, la singularidad de la Ermita de San Jorge no reside tanto en sus atributos arquitectónicos o en sus valores artísticos -crucero, jardín, cuadros mosaísticos,...- como en su idoneidad para convertirse en uno de los símbolos de la reconquista del Reyno de Valencia y especialmente de su capital, en el siglo XIII.
Como señala el profesor Ramón Ferrer Navarro, el concepto de Reconquista mantiene un significado prácticamente único hasta el siglo XX: el de la Crónica de Alfonso III. Sin embargo, durante los siete siglos que separan Covadonga de Granada, si bien la tarea bélica de recuperar las fronteras y enclaves perdidos va a ser constante, no ocurre lo mismo ni con sus formas ni con sus métodos.
En ese contexto, el siglo XIII es el de las grandes conquistas cristianas, encontrando la Corona de Aragón en Jaime I al monarca capaz de cumplir sus sueños expansionistas.
La decadencia y descomposición de las taifas valencianas facilita los avances y acorta sus tiempos, pero la toma de Valencia solo será posible tras la batalla de Enesa.
El papel estratégico de las fortificaciones del Puig acaba siendo decisivo para el cerco de las posiciones del rey Zayyan y, sobre todo, para el desenlace de la célebre contienda que tuvo lugar el 20 de agosto del año 1237.
En ella, las tropas mandadas por el tío del Conquistador y alcaide del Puig, Bernardo Guillén de Entenza, unos cientos de soldados profesionales a lomos de caballos alforrats derrotaron a los musulmanes -unos diez mil en su mayoría campesinos reclutados a la fuerza-.
En el lugar donde se celebra tan feroz refriega se erige una cruz de madera, sustituida por la actual de piedra en el siglo XVI, y más tarde la Ermita dedicada a San Jorge, patrono de las armas aragonesas y paladín de la victoria según la tradición, que narra su proverbial participación en el combate.
Las primeras noticias que se tienen de la Ermita se remontan precisamente al 1237, durante el asedio de la Madinat al-Turab, cuya muralla fue construida por el nieto de Almanzor Abd al-Aziz: «Los valencianos del año 1574, que no olvidaban el sitio en que se libró la batalla origen de su bienestar... acordaron sustituir la cruz de madera por otra artística de piedra, edificando al propio tiempo una pequeña Capilla... cumpliendo de este modo el acuerdo que en 1372 tomaron los magníficos Jurados».
La Ermita es en realidad un pequeño y sobrio edificio de planta cuadrada y alzados rectangulares rematado por una cúpula octogonal sobre suaves pechinas. Toda la obra es de fábrica de mampostería -rodeno del lugar-, si bien las esquinas, dinteles y jambas aparecen destacados por refuerzos y molduras de ladrillo.
Hoy mantiene su aspecto gracias a la cuidada restauración llevada a cabo en 1926 por Manuel Cortina Pérez, sin duda uno de los más fecundos arquitectos modernistas valencianos. A él se debe el descubrimiento de los restos del Apritador del Miguelete y una creativa aportación al repertorio decorativo de finales de siglo. Su lenguaje hace gala de medievalismo unas veces fantástico -dragones alados, serpientes,…-, otras de tono romántico con formas caprichosas -rosaledas pétreas,…- e incluso de gusto oriental -filigranas neoárabes,…-.
En la Ermita es evidente la opción de los constructores por la planta cuadrada, asumida por su capacidad para orientar su arquitectura, es decir, para poner en relación al santuario con las cuatro direcciones del espacio, con el universo como totalidad.
El cuadrado es durante milenios símbolo de la Tierra. De hecho existe una notable afinidad entre el esquema cuaternario pagano -los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire), las cuatro estaciones del año (ritmo temporal), los cuatro puntos cardinales (ritmo espacial),...- y la simbología cuaternaria cristiana -las cuatro virtudes cardinales, los cuatro evangelistas o los cuatro grupos de patriarcas, profetas, apóstoles y mártires-.
La ciudad cúbica es una constante en la Biblia, siendo la evocación del Apocalipsis en el pasaje de la Jerusalén Celeste su referencia más precisa: «... y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo... Su esplendor era como el de una piedra preciosa, como el jaspe cristalino...». Esta descripción de San Juan forma parte de la Epístola que se lee durante el rito de consagración de los templos.
La arquitectura de la Ermita se erige así en paradigma de una concepción unitaria del cosmos y de ahí su significación, que habla de una determinada visión del mundo y de unos valores simbólicos concretos.
El tema principal del Santuario -Lo gloriós Sant Jordi Patró de València y del seu reyne- viene escenificado por El San Jorge y el dragón, cuya iconografía proviene de la narración apócrifa de Santiago de la Vorágine en La Leyenda Dorada (1264).
El repertorio iconográfico del conjunto se centra en el recuerdo de aquella gesta -Enesa- cuyo éxito atribuye la leyenda a la aparición del Santo que, representado matando a un dragón, custodia el Santuario. Pero la tradición atribuye además el triunfo de Guillén de Enteza y la posterior rendición de Zayyan al hallazgo en la colina del Puig del Icono de la Virgen, que Jaime I proclama Patrona del nuevo Reyno de Valencia.
De ahí que la iconografía del Santuario deba extenderse al Monasterio cuya grandiosa monumentalidad frente al carácter menor de la Ermita explica el abandono y desconocimiento de esta.