¿Cuántas veces ha tenido usted la respuesta a un problema de su país? Sea sincero, haga memoria. Llega la hora de cenar, quizá está usted rodeado de su familia frente a la tele o de sus amigos frente a una cerveza, y comienzan a debatir sobre las vicisitudes políticas. Crisis de refugiados, paro, impuestos, educación… El calentamiento global comienza a sentirse particularmente presente: “Este político es un bandido y un maleante”, “Pues anda que este, menudo tarugo fariseo” (cámbiense mentalmente los adjetivos por otros más groseros para darle realismo a gusto del lector).
Inmerso ya en una guerra dialéctica, ve elevarse la amenaza de sufrir perdigonazos salivares. Pero usted posee la mayor carga argumentística. Y ese momento mágico, bañado de una hermosa luz celestial procedente de una bombilla metafórica, llega. Tienes la solución (a estas alturas de acalorado combate ya nos conocemos lo suficiente como para tutearnos). “Pues yo lo que haría sería…”.
No es que pretenda pinchar un ego inflamado en pleno eureka, pero seamos realistas, ya está todo inventado. Seguro que no eres el primero con ideas brillantes. Permíteme decir, estimado lector, que quizá haya más gente con buenas ideas y que incluso cabe la posibilidad de que se hayan dedicado a ponerlas en práctica en pro de la sociedad. Son como las meigas, “haberlas haylas”. Pero, ¿dónde está la voz de ese contingente humano incorruptible deseoso de luchar por el bien común?
Está silenciado. Da igual dónde. El volumen de su voz es muy bajo o ni siquiera tiene altavoces. Y ahí está la clave. Los altavoces. No basta con tener ideas, hay que tener medios para expresarla: los medios de comunicación.
Según un estudio de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC) de 2015, la televisión alcanza al 88,3% de la población, internet al 66,7% y la radio al 60,1%.
Una gran mayoría de los ciudadanos obtiene información sobre el mundo que le rodea, sobre sus políticos, su sociedad, a través de la televisión, sin olvidar la creciente pujanza de internet, especialmente entre los jóvenes.
Quien no aparece en esos medios, no existe. Quien controla esos medios, controla la opinión pública. Al menos gran parte; dejemos su pequeño y merecido espacio a los críticos escépticos. A ninguno se nos escapa la ideología detrás de cada medio. No somos tontos. Lo que sí se nos escapa es la reflexión que hay detrás.
Pero antes de pensar en teorías conspiranoicas o afirmar con gesto resignado, echemos la mirada atrás. Ya en el Siglo de Oro español, cuando no había ni tele, ni radio, ni Facebook, ni Twitter, la plataforma para transmitir ideas era el teatro. Al teatro se iba a ver y a ser visto. En las obras teatrales el personaje del rey era presentado como una figura divina que recomponía el orden y la justicia. “Es traidor todo hombre que no respeta a su rey, y que habla mal de su persona en su ausencia”, decía Lope de Vega en El mejor alcalde, el rey.
De esta forma, la monarquía propagaba una imagen amable y positiva de sí misma para ganarse el favor del pueblo. ¿Nos suena?
A día de hoy, la manipulación mediática sigue existiendo. Es más, el paso de los siglos no ha hecho sino incrementar su potencia. Actualmente los medios de comunicación irrumpen con más fuerza transmitiendo ciertas informaciones en detrimento de otras. Lo que ha cambiado es la variedad de formatos: televisión, radio, prensa, internet y redes sociales.
Podemos deducir sin dificultad que los medios más seguidos son los más influyentes. Pero, ¿cuáles son los gigantes de la opinión?. Si acercamos la lupa al estudio sobre medios de la AIMC mencionado, veremos que en cuanto a la tele Antena 3 es la más vista (18,3 minutos por día), seguida de La 1 (16,6 ) y de la Sexta (12,3). Respecto a la radio, la Ser es líder de audiencia, con 4.644.000 oyentes al día, seguida de Onda cero con 2.368.000 y de la Cope con 2.095.000.
Mención a parte merece la prensa, donde el Marca es el periódico más leído con 2.337.000 lectores; seguido de El País, con 1.553.000, y del As con 1.197.000. Dos periódicos deportivos entre los tres más leídos mientras El País agoniza. Si Cristiano Ronaldo o Messi fueran políticos todo el mundo estaría más que pendiente de lo que hicieran sus partidos. “Pan y circo”, decía Juvenal.
Mencionaba antes que había una reflexión que podíamos extraer de todo esto. O dos. Una es que los españoles no somos de derechas o de izquierdas; somos del Barça o del Madrid. Dos, con menos ironía y más amargura, debemos preguntarnos quién financia a los medios, pues no hay una democracia sana sin un periodismo libre. Es necesaria la independencia de los cuatro poderes: legislativo, ejecutivo, judicial e informativo.
A día de hoy, una voz que clame la verdad y persiga la justicia, en demasiadas ocasiones solo puede ser tenida por algo más español que la pasión por el fútbol: un loco cuerdo (lo primero, lo segundo es clemencia mía), un Don Quijote de La Mancha.