El verso brota como el agua clara de un manantial interminable del momento en que ha sido concebido. Hay una idea que guía el texto y las frases siguen casi inconscientemente, como si el verso ya existiese en algún lugar innombrable que yo denomino silencio. Y antes de que corra, como un río, con toda su fuerza, hay un tiempo de fermentación, donde se siente una inquietud, un desosiego, el crujir de hojas secas y el monótono ulular del viento. Este espacio temporal puede durar horas, días y a veces quita el hambre y el sueño. Un poeta es un ser poseído por el misterio, por la nostalgia de algo que fue y por los sentimientos.
Después de ser escritos y de existir como realidad, los versos son leídos y releídos. Algunas cosas cambian, pero el texto existe ya y las alteraciones son menores. Por este motivo y otros, es muy difícil describir cómo se escribe un poema. Una cosa similar ocurre a los músicos, a los escritores y artistas en general, que supongo que la creatividad en sí tenga estas características.
Hay días en que se escribe mucho, otros en que se escribe menos. La soledad muchas veces ayuda y otras veces bloca el proceso. Muchos aconsejan caminar antes de sentarse a escribir, otros se sientan y las imágenes fluyen continuamente como chispas, cuando en el fuego arde un torcido leño. Es difícil decir si escribir versos sea algo innato o si puede ser adquirido con práctica y esfuerzo. Probablemente concurren ambos aspectos y sabemos que con el tiempo, la experiencia, las cosas resultan más fáciles, como si existiese un molde mental que da forma a la intuición antes de que el contenido sea aparente o exista en una versión primordial del futuro verso.
La lectura de poesías y la lectura en general son aspectos coadyuvantes imprescindibles, porque sin lenguaje no hay verso. También la experiencia vivida y la sensibilidad son importantes, ya que las cosas tienen siempre un aspecto vivencial y circunstancial de donde parten, terminan y vuelven como las olas y el viento. La poesía es por definición memoria que altera y redefine la memoria y detrás de este tipo de creaciones hay siempre una reflexión, un preguntarse sin fin, un soliloquio fundamental, que se exterioriza en poesía y que resuena emocionalmente como un eco. Hablo de estas cosas porque son preguntas que me hago a mí mismo y, al escribirlas, me explican un poco los colores del túnel que atravieso cotidianamente, cuando me pongo a versar sobre lo visto, vivido y sentido en la vida y los sueños.
En la poesía existe siempre un léxico personal, donde ciertos conceptos se repiten: como alma, mar, lluvia, viento, silencio, humedad, besos, carne, esquinas y huesos. Creo que sea importante notar estas cosas y si uno sigue a un poeta por un tiempo y lo lee atentamente, comparte con él o ella su desnuda intimidad y entra en su poesía, como se entra en una casa o en un espacio privado, donde el sentido de las cosas se hace más denso. Si alguna vez tenéis la ocasión de conocer a un poeta personalmente, os aconsejo visitar el espacio donde escribe y descubriréis una dimensión física cargada de objetos y talismanes, que conforman la dimensión externa de la poesía. En muchos casos estos objetos son libros, revistas, periódicos, recortes, pinturas, fotografías y también música, ya que sin esta última la poesía no tendría anima ni cuerpo. Los fetiches del poeta son un espejo que nos permite visualizar las sombras de lo que no vemos, pero que intuimos en el verso. Pero también son una ayuda a la evocación y al recuerdo.
Neruda no hubiera sido Neruda sin el mar, la lluvia, ni los bosques del sur, Gabriela Mistral vivía en las memorias del valle del Elqui y sus juegos de niña, Lorca estaba atrapado en la mitología gitana, Miguel Hernández en el pastoreo y las colinas de su tierra y Antonio Machado envuelto en amor dolido, los patios andaluces y las calles empedradas de Sevilla y esto porque en la poesía existe una unión entre presente y recuerdo y entre espacio externo e interno.