Grafton Street, calle comercial en el sureste y pleno corazón turístico de Dublin, se asemeja a una gran pasarela donde pasea la gente más atractiva de la ciudad y con las mejores tiendas. Por eso, son muchos los visitantes que acuden atraídos por las compras más exquisitas y también, como no, para disfrutar de la comida típica de Irlanda bajo pintorescos platos: mermelada de grosella con pan frito, el estofado irlandés, el salmón de Galway (pescado que se sirve con una salsa de mantequilla, berros y colcannon, una especie de vegetal), el café irlandés compuesto de un suflé frío de café, nata y whisky irlandés espolvoreado con nueces molidas, el chocolate, la taza de té, el pan integral, blanco y de frutas, tartas y tortas, lácteos, mantequilla y quesos, sin olvidar platos que se elaboran con Guinness, la cerveza estrella y la mejor bebida del país para muchos, y el famoso whisky irlandés, característico de la ciudad, que se introdujo por los monjes benedictinos que predicaban el cristianismo por Europa. Se dice que fueron ellos quienes aprendieron los secretos de destilación en Asia, pero también hay quien cree que es el mismo San Patricio, patrón de la ciudad, quien lo introdujo en Irlanda.
Pero además existen grandiosas características que hacen que visitar la ciudad sea importante. Por ejemplo, la herencia literaria de Dublín es envidiable, cuna de personajes tan ilustres y variados como los numerosos escritores, novelistas que impregnaron de magia la ciudad y bajo insignes poetas y dramaturgos que vivían y paseaban por las calles y hermosas plazas georgianas al norte del río Liffey. Entre algunos de ellos, puedo citar a Jonathan Swift, célebre dramaturgo irlandés, con su obra más reconocida Los viajes de Gulliver, donde se hace eco de una amarga sátira de las relaciones angloirlandesas; o James Joyce con su famoso Ulysses, donde retrató las gentes y calles de Dublín bajo forma de dublineses reales, como también hizo en sus innumerables obras; sin olvidar a Oscar Wilde, flamante escritor y dramaturgo con obras tan exitosas como La importacia de llamarse Ernesto.
Y en la desembocadura de Graffton Street se halla la seña de identidad de la ciudad y protagonista de una famosa canción popular irlandesa: Molly Malone, estatua de bronce de Jean Rynhart.
Molly Malon, mítica y hermosa pescadera que murió de una fiebre en plena calle. Tendera de día y prostituta de noche, iba por las calles de la zona portuaria de Dun Laoghaire, a las afueras de Dublín, empujando un carro y pregonando los pescados que vendía: ¡Mejillones y berberechos vivitos! Conocida también como Cockles and Mussels y con esta afamada canción popular convertida en himno no oficial de Dublín, recrea la historia de este personaje, real o ficticio, del siglo XVII.
Desde el nacimiento de su mítica existencia, su fantasma se pasea por las calles de la ciudad, aunque sin embargo no existe seguridad alguna de la refutación de su leyenda. Pero siempre seguirá viva en el corazón de los irlandeses y en las leyendas urbanas de la pequeña Dublín, como hasta hoy lo ha hecho.
Incluso en la actualidad es representada en el cine bajo numerosas películas, por ejemplo: en los primeros minutos de la película La naranja mecánica, cuando es cantada por un bagabundo borracho, o en la película dirigida por Roger Corman El entierro prematuro (1962), cuando dos profanadores de tumbas silban la canción y se convierten en el terror del protagonista Guy Carrell.
Los alrededores de Dublín son también muy pintorescos, con montañas espectaculares y elegantes mansiones rurales hasta más allá de Dun Laoghaire, con las montañas Wicklow al fondo y al norte donde permanece las huellas de los celtas (primitivos residentes de la zona), como en todas las atracciones y monumentos del centro de la ciudad. El citado Dun Laoghaire es el puerto de pasajeros y yates más importante de Irlanda. En 1834 se construyó un ferrocarril que lo une con el centro de Dublín. Ahora siguiendo la línea férrea se puede llegar a los pueblos de Sandycove y Dalkey por un sendero denominado The Metals y es el puerto que en el segundo fin de semana de agosto acoge un espectáculo con las flores como protagonistas.
El paseo en las orillas del Río Liffey, el libro de Kells (obra que contiene los cuatro evangelios en latín, fueron los amanuenses, monjes benedictinos, que copiaron los textos embelleciendo su caligrafía con pigmentos importados de Oriente), los Museos y el Castillo de Dublín son otros de los atractivos de la ciudad. El castillo se encuentra en el mismo corazón de la ciudad, era parte de ella en el siglo X con una de las fortificaciones más importantes de Irlanda y sede del Gobierno colonial y centro militar, político y de asuntos sociales, además alberga la estatua de la justicia, que ha suscitado las críticas de los dublineses por alzarse de espaldas a la ciudad.
Por eso, y al albergar tanta historia, Dublín se convierte en una ciudad mágica y gris con días llenos de nubes y con una nostalgía particular.