Vivimos en una época curiosa, de cambios drásticos y repentinos, pero al mismo tiempo estamos imbuidos constantemente en una rutina de trabajo-ocio que no nos deja tiempo para reflexionar y con un ocio dirigido a que no ejercitemos precisamente la opción de ilustrarnos o pensar. Carpe diem.
La vida – en todo su significado – se va conformando de decisiones personales y colectivas del tiempo y la sociedad que nos ha tocado vivir. Decisiones que, para ser acertadas, requieren un periodo de reflexión. Ahora bien, cada uno, como individuo pensante, tendrá siempre la última palabra y debe hacerse responsable, en sus aciertos y errores, de cada una de esas decisiones. Eso es lo que construye nuestro camino. Por ejemplo, si denostamos un sistema educativo que no fomenta precisamente la formación de individuos libres, de juicio crítico (algo que el poder, con mayúsculas, nunca favorecerá) no podemos dejarlo en manos de políticos cortoplacistas o restar autoridad a los principales valedores de ese sistema – en este caso, los profesores – y quitarnos responsabilidad como familiares en la educación y formación de las siguientes generaciones. Los Ni- nis no aparecen porque sí. Son el producto de una sociedad infantilizada en la que las generaciones anteriores “vendieron” un mundo que no existe: vivirás mejor que yo sin esfuerzo alguno. La vida, en todos sus ámbitos, es esfuerzo. Es una lucha constante por crecer y mejorar, y no solo económicamente. Si no das una base emocional y realista de lo que es esta aventura, solo generarás frustración. La obediencia ciega – a cualquier ideal, sea del signo que sea -tampoco es el camino. Por algo somos Homo Sapiens.
Hace unos meses, me impactó un reportaje televisivo del gran comunicador Jordi Évole. Como profesional, sé que cada “documental de la realidad” está ficcionado para dar un mensaje y contar una historia. En este caso, la historia me atrapó porque se centraba en el hecho de lo que significa en el siglo XXI ser de “clase media”. Según define la RAE, una clase social es el conjunto de personas que pertenecen al mismo nivel social y que presentan cierta afinidad de costumbres, medios económicos e intereses. En el siglo XXI, el tiempo de la individualidad, los gurús, el éxito repentino y las desigualdades flagrantes, ¿este concepto es aún válido?
La tesis de esta historia, que os invito a ver, es que vivimos en una especie de “Gran Hermano” que ha defenestrado a las personas que tradicionalmente se consideraban obreras con oficios para relegarlos a un papel residual en la sociedad, como vagos o meros instrumentos de entretenimiento. Es decir, que la lucha de clases existe y el poder nos ha engañado para que, en vez de luchar contra lo establecido, luchemos contra nuestro vecino que vive de subsidios mientras nosotros pagamos religiosamente impuestos. El obrero se convierte en alguien de modales rudos, inculta – véase Belén Esteban – que no juega ningún papel en la sociedad. Todos nos consideramos clase media entonces, porque no querríamos mezclarnos con ese prototipo.
Personalmente, fui educada en la cultura del trabajo duro, de la autocrítica y la sencillez. Con humildad y sentido común, pero sin cortapisas a pesar de que las circunstancias económicas siempre influyen en cada una de las decisiones que tomemos. Nunca he creído pertenecer a ninguna clase o club exclusivo que me admita como socia porque la independencia no tiene precio. Soy una chica que – partiendo de unos orígenes obreros - logró estudiar lo que quería y dedicarse a lo que más le gusta, y creo que no hay ambición mayor que ser uno mismo. A partir de aquí, podremos pensar en cómo contribuir a la sociedad y cómo ayudar a los demás.
Habiendo leído a Marx, Engels, Adam Smith y John Maynard Keynes, me queda claro que la economía, al igual que la sociología, son ciencias sociales que no son exactas y que tampoco pueden predecir el comportamiento de un ser pensante. ¿Quién iba a pensar hace 35 años que la tecnología avanzaría hasta el punto de revolucionar nuestra forma de trabajar, de relacionarnos con los demás? ¿Quién predijo el “Gran Despilfarro” y la consecuente crisis desde 2008?
Tras el maremágnum electoral español, sigo creyendo que quienes se arrogan el papel de “líderes” en cualquier punto del espectro político, siguen utilizando una jerga antigua, anquilosada en el tiempo. Somos una sociedad global, conectada, informada y no podemos tratar a las personas con conceptos como “rojo” o “facha”, porque carecen totalmente de sentido y significado en una sociedad moderna, madura y consciente del siglo XXI. Son conceptos guerracivilistas. Tampoco todo lo “nuevo” o “anti” debe ser necesariamente positivo para el conjunto de la sociedad, por eso el resultado final fue una llamada al diálogo, a la negociación y el consenso.
Todo el mundo tiene sueños, pero no puede delegar en nadie más – llámese estado, familia, pareja – la responsabilidad de crear y construir su propio camino de vida, con las circunstancias, dificultades, logros y alegrías que conlleva. Ni la crisis económica, ni políticos corruptos, nada debe apartarnos de ese proyecto de vida que debemos tener siempre presente con objetivo de ser mejores personas. Eso es, en definitiva, lo que construirá una sociedad mejor. Ha habido épocas mucho más inciertas, peligrosas y oscuras para la historia del ser humano y, sin embargo, se nos bombardea constantemente con la idea de que estamos viviendo el fin del mundo. Esto no es así, porque la ilusión, la motivación y la esperanza de cada uno de nosotros es lo que hará que verdaderamente progresemos y avancemos en la construcción de una sociedad más libre, justa y evolucionada.